GeronaVivo en Girona desde hace dos años y medio y me desplazo cada día en bicicleta. Entre semana, hago la intendencia diaria de llevar a los niños a la escuela con una bicicleta eléctrica de cola larga, donde me caben los dos detrás. Y los fines de semana, me disfrazo con jersey, culote y casco y disfruto haciendo gravel por los magníficos paisajes gerundenses sin coches (huyendo de las carreteras asfaltadas). La bicicleta es, en esencia, el medio de transporte que utilizamos en casa: llevamos ya 5.500 kilómetros en menos de dos años desplazándonos sólo por Girona ciudad. La pugna abierta sobre el turismo de bicicleta, pues, no me ha cogido por sorpresa. Era una olla de presión a punto de estallar. Yo misma he tenido que esquivar a muchos cicloturistas contra dirección. O pago un alquiler más caro en Girona ciudad que viviendo hace tres años en el centro de Madrid. Pero no os negaré que el debate me agarra con el corazón dividido: hay demasiados ingredientes que no se tienen en cuenta.
Hace algo de un año me compré la bici gravel, viéndolo como una oportunidad para hacer más deporte y también conocer desde dentro el fenómeno que se estaba cociendo en la ciudad. Me abrió las puertas un grupo de WhatsApp de más de 200 mujeres empoderadas de 18 a 80 años: las Girona Gravel Girls. Quedamos en el puente de Pedra cada segundo domingo de mes para hacer una salida. Es un grupo terapéutico a través del cual he conocido a muchas expatriadas (expados) vinculadas al ciclismo que han decidido convertir Girona en su ciudad.
¿Las pintadas de los últimos días van en contra de fenómenos como éste? ¿Estoy poniendo mi granito de arena a la gentrificación de la ciudad? Desde dentro, la fiebre ciclista también te genera contradicciones: cuando notas cierta presión por el nivel y estilismo del equipamiento que llevas y te preguntas cuántas veces has hecho lo mismo con vaqueros y camiseta de algodón. O cuando te invitan a una salida social de una tienda ciclista totalmente gratuita –con transporte y cena incluidos– sabiendo que das el repunte autóctono a un grupo de turistas ciclistas.
Pero al mismo tiempo grupos como éste descubren una Girona que late y que ha tenido que crecer de espaldas a una manera de cerrar, a un tipo de gerundense que se desconfía de lo que viene de fuera, sea del norte o del sur. A un gerundense que cogerá el coche para desplazarse dos kilómetros y renegará de quien va en bici. A gente emprendedora con ganas de echar raíces, de pedalear mientras le hablas en catalán. No todo es blanco o negro: dentro del sector de la bicicleta en Girona también hay mucha competitividad, sobre todo entre quien comienza negocios desde abajo y quien es una gran empresa internacional que se lucra vendiendo tours encerrados sin hablar con casi nadie que viva en la ciudad.
¿Y dónde queda la movilidad urbana?
Tristemente, mientras no se abra un diálogo sincero entre instituciones, sector y vecinos, la cicloturismofobia gerundense habrá llegado para quedarse. Una de las primeras decisiones que tomó Lluc Salellas como alcalde el pasado año fue limitar los apartamentos turísticos. Pero en el Barri Vell ya se había tocado techo y ahora ves cicloturistas saliendo de apartamentos en Santa Eugenia o en la calle del Carme, camino de Vila Roja. Entonces pregunté al Ayuntamiento si tenían contabilizados los expados en la ciudad. No había números, como tampoco hay en estos momentos ningún estudio oficial del consistorio sobre los cicloturistas que pisan Girona. La ciudad empezó a potenciar el sector hace más de una década sin pensar en regular las posibles consecuencias negativas y, en estos momentos, en el consistorio sólo se habla de fenómeno “de éxito”.
En paralelo, mientras se han más que cuadruplicado los comercios ciclistas en una década no se ha visto el mismo incremento en la movilidad urbana. ¿Dónde están entidades como Muévete en Bici en este debate, más allá de mantenerse en el fomento de la bicicleta? ¿Están de acuerdo en que se limite el acceso en bicicleta al Barri Vell también a los gerundenses? Me gustaría que la fiebre que desprenden los ciclistas que vienen del norte con los bolsillos llenos de billetes se despertara también entre los gerundenses a la hora de moverse por la ciudad. Y que no fuera necesario más de un año de espera para que el primer aparcamiento seguro de bicicletas, como el de la estación del AVE, entrara en funcionamiento.