No sin mi móvil

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¡Malditos Móviles!

Sería esperable que, en mi condición de persona que sufre el síndrome de Estocolmo con los adolescentes, no me pareciera demasiado adecuada la nueva norma que el departamento de Educación ha hecho pública sobre el uso de los móviles en las escuelas. Pero hoy no escribo motivado por el desacuerdo sino por la tristeza. Me explico.

Como en ninguna parte he encontrado recogidos los argumentos adolescentes, parece que no los han consultado. Así que empezaré por hacer algunas preguntas a las personas que nos gobiernan ya los parlamentarios que hacen leyes. ¿Se puede saber por qué hacen leyes de infancia? ¿Tienen alguna voluntad de cumplirlas? ¿O se trata tan sólo de hipocresía estética protectora? No citaré artículos, pero si se miran las últimas leyes (del Estado y de Cataluña), todas recuerdan el derecho de los niños y adolescentes a ser consultados en las normas que les afectan. ¿Lo han hecho? ¿Qué han dicho? Prácticamente en todo el territorio tenemos, por ejemplo, consejos de infancia que podían haber discutido la propuesta o haber hecho una nueva.

Me gustaría saber por qué se deja de lado considerar la opinión de los adolescentes sobre los universos digitales. En este caso, además, porque viven en un universo hecho de otras muchas pantallas, aparte del móvil. Además, cuando la prohibición se aplique en la escuela, alguien tendrá que explicar las razones (como se supone que hacen con todas las normas), y es obvio que no podemos decirles que es porque son menores . En una escuela secundaria escasamente digitalizada (tiene muchos aparatos pero pocos cambios en la forma de enseñar y aprender), el móvil es una fuente de conflictos y, por no tener que gestionarlos, eliminamos su fuente.

Ahora ha sido la escuela, pero padres y madres que no quieren la contaminación digital de sus hijos batallan por la prohibición social hasta que sean mayores. Estoy tentado de montar una campaña entre los adolescentes similar a la adulta: “Adolescencia libre de los móviles... adultos” Y una protesta para el próximo curso antes de entrar en el instituto: “No sin mi móvil”.- _BK_COD_ No nos molestamos en escuchar qué hacen con los móviles y sugerir, negociar y facilitar lo que nos gustaría que hicieran. ¿Por qué entramos en pánico y optamos por el control de los adolescentes en vez de descubrir su perspectiva? ¿Realmente tienen idea, los adultos, de cómo y para qué utilizan los aparatos? ¿En qué ayudan y en qué complican la vida? ¿Qué suplen y en qué compensan? Me gustaría descubrir la diferencia entre una tableta, un móvil y otras pantallas y cómo situamos la educación y el aprendizaje entre ellos.

Las leyes de infancia más recientes hablan también de garantizar obligatoriamente la plena inserción en la sociedad digital y el aprendizaje responsable de las formas de gestionarla. Vuelvo a la pregunta: ¿dónde y cómo se hace esto? Parece que se caerá del cielo cuando estén maduros a los dieciséis años. No sé si los padres reclamantes y la administración que ha atendido la reclamación se han detenido a pensar el universo dual que van a crear: un territorio de sumisión a todo lo que definen a los adultos sin consultarlos y otro libre de adultos en el que navegar en libertad. La gran brecha entre la escuela secundaria y las adolescencias se hará aún más profunda. Aprender será más o menos analógico y divertirse será digital. Justo cuando se trata de que sea un poco a la inversa y la felicidad no esté regulada digitalmente.

Por casualidades de la vida, la norma digital se hacía pública cuando acababa de enviar a la editorial el libro Humanos digitales. Recuperar la condición humana cuando el mundo digital nos desconcierta. La acelerada inmersión digital en la que vivimos modifica una parte de nuestra condición humana que teníamos olvidada. No pensamos igual, no dudamos igual, no aprendemos de la misma forma, no construimos las mismas relaciones, no imaginamos al otro con los mismos esquemas, no pensamos en una sociedad diferente, etc. Y no deberíamos estar discutiendo de pantallas ni de limitaciones, sino de cómo educamos para ser personas entre pantallas. Mientras limitamos artefactos, el mercado educa a nuestros adolescentes. Mientras debatimos dónde se pueden utilizar, no educamos para descubrir la total ausencia de verdad por la que circula la información. ¿Dónde demonios se aprende a dudar y hacerse preguntas en el universo digital?

El libro que está en la imprenta termina así: “Si alguna inteligencia digital llega a sustituirnos, es porque nos hemos convertido en seres empobrecidos, que hemos renunciado a tener nuevos deseos, nuevas imaginaciones, que vivimos vidas simplificadas. Somos seres de la sorpresa, de la duda y los “trastornos” digitales dependen de si hemos renunciado a tener vidas con hipótesis, con incertidumbres y provisionalidades, dispuestas a vivir explorando”. Sigo entristecido.

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