¿Por qué hacemos pruebas de evaluación en los centros educativos?

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Una profesora supervisando el trabajo de unos alumnos en un instituto.

El maestro de película de Hollywood –como Robin Williams deEl club de los poetas muertos o la Michelle Pfeiffer de Mentes peligrosas– no se corresponde demasiado con la realidad. Las grandes obras cinematográficas nos muestran como un héroe el profesor solitario, y nos explican el éxito o fracaso del alumnado dependiendo de los rasgos personales, las habilidades o la vocación de un único docente. El problema con estas películas, sin embargo, es que mientras los personajes principales tienen muchos éxitos con sus alumnos gracias a su creatividad y compromiso, vemos cómo los de las aulas contiguas –e incluso la escuela entera– a menudo se tambalean , caminan hacia el fracaso y muy rara vez se benefician del brillo que tienen en el aula de al lado. No es de extrañar que esta visión surja en un mundo de culto a historias de héroes valientes y de superación personal.

El mundo real de hoy en la escuela está muy lejos del de la gran pantalla. No necesitamos protagonistas, ni héroes. Son necesarios profesionales que reconozcan sus debilidades, dispuestos a compartir dificultades y también a ser generosos a la hora de sumar competencias con los colegas para abordar y responder de la mejor forma posible a las necesidades de los alumnos. La colaboración entre los docentes no es una opción, sino una necesidad. Las escuelas viven en un entorno cambiante y de incertidumbre. Los alumnos de hoy no son los mismos de antes de la pandemia, aumentan los problemas de violencia, pobreza y salud mental, y mientras nos preguntamos cómo regular el uso de las pantallas o cómo hacer frente a la irrupción del ChatGPT, sabemos que nos espera en la esquina el próximo gran desafío. La complejidad obliga a gestionar a diario la incertidumbre y desarrollar nuevas competencias, trabajando desde la colaboración, el trabajo en común y el liderazgo compartido.

Es cuestión de aprendizaje. Porque no sólo los alumnos deben aprender en la escuela sino que ser maestro hoy significa ser un profesional en aprendizaje permanente, y el mejor aprendizaje se da de forma cooperativa. Los grandes beneficiarios de esta cultura de centro basada en la colaboración son los alumnos, puesto que existe una correlación positiva entre el rendimiento de los estudiantes y el sentido de comunidad profesional de los profesores.

En los últimos veinticinco años, el concepto de la escuela como “organización que aprende” ha conseguido inspirar los corazones y las mentes de un número cada vez mayor de académicos, educadores y responsables de políticas de todo el mundo. Más recientemente –y con fuerza considerable– ha emergido una corriente internacional de reformas educativas alineadas con una concepción del sistema educativo como sistema que aprende. Un sistema educativo que aprende es capaz de adaptarse y evolucionar aprendiendo de sus experiencias. Uno de los rasgos principales es la evaluación para la mejora: recoger datos, diagnosticar, valorar, aprender y tomar decisiones estratégicas que conduzcan a los resultados deseados. Todo distinguiendo claramente y estableciendo sistemas de evaluación en todos los niveles: a nivel del alumnado, del profesorado, del centro, de los programas y de las políticas educativas. Evaluación para rendir cuentas pero sobre todo para mejorar el rendimiento del alumnado.

Se ha dicho que en Cataluña este año hacemos demasiadas pruebas. Ahora bien, las pruebas que hacemos deberían tener objetivos claros y diferenciados y siempre la finalidad última de mejorar. Nunca las evaluaciones deberían servir para penalizar a las direcciones o para generar competición entre centros. Esto sólo genera que los docentes entrenen al alumnado para el examen. Las pruebas de competencias básicas externas de final de etapa que se realizan en 6º de primaria o 4º de ESO deberían servir para auditar el sistema, autorregularse, analizar tendencias y realizar mejoras. Pero en ningún caso no son pruebas de nivel, porque no son certificadoras. Para evaluar el sistema sería suficiente realizar la evaluación de una muestra representativa. Las otras pruebas que llamamos “diagnósticas” tienen un carácter formativo e interno, se realizan en 4º de primaria y 2º de ESO, son censales y son nuevas a partir de la LOMLOE, permiten saber dónde estamos y diseñar planes de mejora. El sentido de estas pruebas debería ser siempre el de reforzar a los centros. ¿Cómo se puede a nivel de sistema apoyar y animar a todas las escuelas a tener éxito? Lo importante como país es avanzar hacia una agencia de evaluación independiente que dependa de profesionales y expertos bien preparados, los mejores. Y es que en investigación y evaluación en educación, aunque se han dado pasos, en Catalunya nos queda mucho camino por hacer hasta alcanzar un sistema que no dependa de los políticos y el calendario electoral. Es esencial tener una evaluación independiente para desarrollar capacidades y nuevas pedagogías para responder a los grandes desafíos que deberemos afrontar. ¿Por qué hacemos pruebas de evaluación en las escuelas? Una evaluación independiente en las escuelas sirve para mejorar los resultados de todos: los del sistema educativo y los de las políticas, las direcciones, los profesores y los alumnos.

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