Estel Solé: “Cambié de año con una criatura muerta dentro”
Escritora, publica 'Este pedazo de vida'


BarcelonaDurante el confinamiento, Estel Solé (Molins de Rei, 1987) se puso a imaginar la historia de Lena, una mujer desbordada por la vida familiar y profesional que sufre dos pequeñas tragedias y decide irse con un desconocido. Arañando horas de sueño y haciendo malabares con la conciliación, Solé convirtió aquella idea en una novela y, en un impulso de "absoluta inconsciencia", la presentó al premio Ramon Llull. La actriz y escritora, creadora de espectáculos como Animals de companyia (2015) y de poemarios como Dones que somiaven en ser altres dones (premio Amadeu Oller, 2011), explica que todavía no ha digerido el reconocimiento por esta historia que es un grito a tomar las riendas de la propia vida.
Cuando ganó el premio dijo que acababa de pasar el peor año de su vida. ¿Cómo está?
— Es complicado. De entrada un poco en choque, porque vengo de un divorcio que durante un año me ha tenido en la sombra, en la oscuridad. Ha sido una guerra, ahora siento que estoy un poco en la posguerra. He sufrido mucho por encontrar casa para mí y mis hijos. He tenido que asumir que ahora empieza un nuevo pedazo de vida en el que estoy sola con mis criaturas y tengo que hacerme cargo yo de todo. Todo esto me ha traído mucha angustia, tristeza y culpa. El pasado julio estaba tan mal que acabé llamando al teléfono del suicidio, por suerte respondió un hombre que me convenció de que vivir valía la pena. La semana antes de ganar el premio se encontraba en un hotel de Madrid con un ataque de ansiedad. Aún me siento muy removida. Sé que tengo que estar contenta por el premio, pero mi cuerpo viene de un sitio tan duro que todavía necesito aterrizar todo.
La protagonista, Lena, también vive un cambio de vida. ¿Le ha hecho de espejo?
— La novela es ficción, pero evidentemente se han colado cosas de mí. Me siento como un canal creador, como una tubería por la que el chorro de agua pasa y se lleva algunas de mis partículas. Me expongo sobre todo en los artículos porque pienso que todo lo personal es político. No quiero esconder la vulnerabilidad porque pienso que es esencial para comunicarme con el mundo y porque exponerla hace que todos podamos relajarnos, pero no quiero que mi discurso implique victimismo ni marque a mi persona.
En la novela esta vulnerabilidad se traduce en una mujer desbordada intentando conciliar una carrera profesional exigente con el cuidado de su hijo. ¿Qué retrato hace de la maternidad en el libro?
— Los últimos cuatro años de mi vida he vivido sintiendo la presión de la doble maternidad que tanto deseaba. A la vez, socialmente veo que sería mucho más fácil que sólo quisiera ser madre y ya está. Era mucho más sencillo cuando las mujeres no teníamos aspiraciones, y eso es lo que defiende a la derecha, que volvemos a ser ángeles del hogar otra vez. Como mujer siento que debo subir dos montañas, la de la carrera profesional y la de la crianza. Con el primer embarazo me retiré laboralmente, con el segundo hice una lucha interna y decidí que no lo haría. Socialmente es muy complicado. Todo el rato me he sentido mala madre, mala profesional, mala amiga, mala hija.
La culpa también va muy ligada al detonante de la novela, el luto perinatal y la violencia obstétrica. Lena pierde a una hija durante las fiestas de Navidad y, cuando una ginecóloga le hace una biopsia, no tiene nada en cuenta sus emociones.
— Esto sí que es absolutamente personal. Me parecía simbólico explicarlo como punto de partida y que después quedara enterrado, porque así es la vida. Yo cambié de año con una criatura muerta dentro y, además, era mi cumpleaños. Seguía teniendo náuseas del embarazo mientras estaba asumiendo que no volvería a ser madre. Pierdes un hijo y al día siguiente no tienes ni una baja por ese duelo, la vida ya te está diciendo: "Adelante, adelante". Y al cabo de un tiempo, de repente, ¡bum!, ese duelo vuelve y estás llorando a destiempo porque no se han respetado los procesos.
No sólo pierde a una criatura sino que también ve cómo le niegan la oportunidad laboral que esperaba. Ante estos reveses, decide marcharse a Francia con un desconocido. ¿Es una fuga?
— Ella gira al volante. Ve como toda su ambición profesional, por la que ha pagado un precio muy alto, se tumba y, por tanto, decide gobernarse a sí misma. Sabe que quizá esté cometiendo el mayor error de su vida, pero por dignidad personal necesita marcharse. Si eres madre, es imposible marchar tres días a un sitio cualquiera sólo porque te da la gana. Lena atraviesa el miedo y lo hace. Como decía Joan Fuster, vuelve a practicar el hábito de su libertad perdida.
El giro de volante la lleva hasta Abel, que decide ir a buscar a su antigua amante, Margue, a pesar de que ella sigue casada con Benoît.
— Esta historia es una cadena de favores entre desconocidos y de amar por persona interpuesta. Abel hace un favor a Lena, ella le devuelve y entonces Abel hace un favor a Benoît. A Lena esto le permite empezar desde cero, porque un desconocido nunca sabrá hasta qué punto has fracasado. A través de Margue, Lena se reconcilia con su madre, porque ve una figura materna, mientras que Margue ve en Lena a aquella hija que no tuvo cuando decidió abortar. Y después está el amor entre Benoît y Margue, que apartan el modelo de familia más tradicional, pero que pagan un precio alto.
En cambio, el modelo familiar de Lena es mucho más convencional. En casa tiene un hombre, Dan, que prioriza su trabajo en la conciliación. ¿Ha sido cruel a la hora de escribir a este personaje?
— Con el personaje de Dan no quería hacer un cliché, pero no deja de ser un compendio de experiencias personales y que he captado de mis amigas. Que cueste aceptar es otra cosa. Creo que los hombres son nuestros aliados y que un gran grosor se implica en la crianza, pero el sistema sigue estando de su parte. Les cuesta dar el paso de la máxima empatía, de retirarse un tiempo si la mujer ha estado lamiendo unos años, de cedernos el privilegio. Al final, el matrimonio no deja de ser una empresa en la que deben repartirse unas tareas. Yo si pido canguros para que me cuiden las criaturas mientras trabajo, después no pediré más canguros para irme a la peluquería. Ellos, en cambio, llegan de un viaje de trabajo y se van a hacer una cerveza con sus amigos sin sentirse culpables.