Disfrutar de los frutos más dulces de la tierna juventud


BarcelonaQuedan en el mundo varios hombres y mujeres estudiosos, pero muy pocos escolares que estudien. Hace poco explicaban en TV3 que una joven en Estados Unidos fue pasando de curso en la ESO y en el bachillerato, y que al llegar a la universidad, donde fue admitida, resultó que no sabía ni leer ni escribir. Terminará licenciada, quizás doctora y todo. No es derrotismo de cascarrabias: es la realidad de la enseñanza en muchos lugares del mundo.
Parece que haya triunfado, finalmente, un motivo literario que ya se encuentra en una pieza de los cantos goliardos Cármina burana —no musicado por Carl Orff—, que en latín del siglo XII dice esto (luego viene la traducción): "Omittamus studia, / dulce est desipere, / te carpamus dulcia / iuventutis tenere! / Nada est apta senectuti / series intendere. / Velox etes preterit / studio detenta, / lascivire sugerido / tenera iuventa". Es decir: "Dejemos de lado los estudios, / que es muy grato el disiparse, / y disfrutamos de los frutos más dulces / de la tierna juventud. / Es cosa que procede a los viejos / dedicarse a cosas graves. / Perdemos muy rápido el tiempo / si lo dedicamos a los estudios. / Al gozo nos invita siempre / la tierna juventud".
Es una variante de motivos muy potentes en la literatura latina de la época clásica, como el del carpe decimos o de la rosa brevis. Pero éstos eran motivos dirigidos a la gente adulta: los jóvenes que estudiaban, pocos, no podían adaptar sus costumbres. Ellos sudaban para aprender; ni el trivium (gramática, dialéctica y retórica) ni el cuadrívium (aritmética, geometría, música y astronomía) no se aprendían como quien sopla y hace botellas.
Los tiempos han cambiado. Tenemos tantos utensilios y espectáculos para distraernos, que cualquier estudio en la edad joven parece una pérdida de tiempo (lo dice el poema que hemos transcrito); es decir, preferimos aprovechar con gran satisfacción las alegrías que trae la juventud, el Sònar y el Palau Sant Jordi.
Sólo hay que tener presente que estos poemas hallados en la localidad alemana de Beuren (de ahí el latín burana) fueron escritos o bien por poetas goliardos o bien por aquellos hombres con algo de estudios que se llamaban clericio vagantes, jóvenes con estudios, vagarosos. A este grupo perteneció François Villon, de quien hablamos hace pocas semanas. Debemos añadir que buena parte de estos vagabundos poetas acabaron en la horca porque, además de hacer poemas lúbricos y anticlericales, corrían por caminos recónditos robando los pasadores, haciendo bronca con ellos y, si era necesario, matándolos. Es como decir que ese poema no acaba de ser un buen consejo para un joven en edad escolar.