El 'Réquiem' según Castellucci: un críptico y (in)discutible espectáculo en manos equivocadas
La propuesta representada en el Liceu no deja a nadie indiferente, pero el nivel musical hace aguas por todos lados

'Réquiem', de Mozart
- Dirección escénica: Romeo Castellucci
- Dirección musical: Giovanni Antonini
- Con Anna Prohaska, Marina Viotti, Levy Sekgapane, Nicola Ulivieri y la Orquesta y el Coro del Gran Teatro del Liceo
Escribía el pensador polaco Władysław Tatarkiewicz que la obra artística es una actividad humana consciente, capaz de reproducir cosas, construir formas o expresar una experiencia, con resultados que pueden deleitar, emocionar o producir un choque. Queda fuera de duda que toda escenificación es un acto artístico que reinterpreta y visualiza una realidad precedente, sea literaria, musical, visual o mezcla de las tres. En este caso, el siempre controvertido director italiano Romeo Castellucci ha hecho una interpretación de la muerte y de la vida como ciclos circulares a partir del Réquiem y otras obras de Mozart vinculadas más o menos con una muerte que, para el músico y acorde con una célebre carta enviada a su padre, era "la mejor y verdadera amiga del hombre".
Como en el cine del recién traspasado David Lynch, el lenguaje de Castellucci es críptico y cargado de significaciones que escapan a un primer nivel de lectura. E incluso a un segundo. Evidentemente, habrá a quien le gustará la propuesta y al que no; quien la entenderá y disfrutará y quien no la entenderá pero la disfrutará igualmente. Pero algo es seguro: este espectáculo no deja a nadie indiferente. La lástima es que el director italiano abusa de algunos recursos. Por ejemplo, las escenas de bailoteo con trasfondo folclórico, que resultan repetitivas.
Sin embargo, el montaje incluye imágenes de gran impacto y que, pese a la frialdad inherente a la factoría Castellucci, impactan de lo lindo. Por ejemplo, un final coronado por el bebé guardado en el suelo mientras el enorme panel se levanta para dejar caer la ceniza en la que todos nos vamos a convertir. Brutal, en el contexto de una escenificación que ocasionalmente impacta, aunque difícilmente conmueve.
Habla Castellucci en una entrevista publicada en el programa de mano del Liceu del "fading out de la vida como origen de toda posible belleza humana (…); todo lo contrario de lo que se espera de una misa fúnebre, éste Réquiem celebra la vida". Al ser una obra inacabada (y más o menos arreglada y finalizada por Franz-Xaver Süssmayr), la misa de difuntos de Mozart ha sido desde tiempos inmemoriales una obra potineada, revuelta y adulterada, a menudo con buenas intenciones: un musicólogo Miguel Ángel Marín 'El 'Réquiem' de Mozart. Una historia cultural).
Castellucci no potinea nada, pero el espectáculo debería vender como lo que es: una propuesta escénica sobre la muerte y la vida, con música de Mozart y antífonas gregorianas. Así, no se prestaría a confusiones para quienes se sientan estafados en taquilla, pensándose que verán y oirán una versión más de la última obra del catálogo mozartiano.
Pero en el caso del espectáculo del Liceu (estrenado en Aix-en-Provence en 2019) hay un problema: un nivel musical que hace aguas por todos lados. En el corazón de la casa se les obliga a bailar mientras cantan pasajes realmente complicados, pero el resultado es mínimos, con una lectura plana y sin matices de la obra. A las órdenes de un Giovanni Antonini demasiado pendiente de cuadrar tiempo y dinámicas y en pasajes en los que se pierde irremisiblemente, la orquesta toca con planos desnivelados y con entradas en falso. Y los solistas (Anna Prohaska, Marina Viotti, Levy Sekgapane y Nicola Ulivieri) son cumplidores y poco más. Es decir, uno Réquiem escénicamente potente pero musicalmente en manos equivocadas, a excepción del niño miembro de la Escolanía de Montserrat Miquel Genescà, especialmente en la antífona In paradisum del inicio y el final del espectáculo.