Erradicar la desigualdad de género es también una cuestión de eficiencia económica


Eradicar la desigualdad de género no es sólo una cuestión de justicia social sino también de eficiencia económica. Las importantes brechas de género que siguen persistiendo en muchos ámbitos de nuestra sociedad simbolizan el desperdicio del talento femenino, y tienen importantes costes para el conjunto de la economía.
Un estudio publicado en una prestigiosa revista económica (Hsieh et al. 2019) concluye que los cambios en la distribución ocupacional de las mujeres y las minorías étnicas explican entre el 20% y el 40% del crecimiento del PIB norteamericano entre 1960 y 2010. había reducido al 62%. Los autores argumentan que si el talento innato para desarrollar determinados empleos está distribuido de forma similar entre hombres y mujeres, la segregación ocupacional impide que los individuos puedan aprovechar de forma óptima su talento, limitando así también el crecimiento del conjunto de la economía.
La segregación ocupacional, tanto horizontal (por sectores) como vertical (por cargos), está muy presente en nuestra sociedad. Según los últimos datos publicados por la Encuesta de Población Activa (EPA), las mujeres siguen concentradas en los sectores menos remunerados: un 73% de las personas que trabajan en educación, sanidad y servicios sociales son mujeres. También se observan importantes desequilibrios en las posiciones de liderazgo, donde sólo el 31% de las posiciones en los consejos de dirección y el 12% de las presidencias en el sector privado están ocupadas por mujeres.
¿Qué hay detrás de la segregación ocupacional? La presencia de normas sociales y estereotipos, que atribuyen a las mujeres el papel de cuidadora principal en el hogar, serían una de las causas del desperdicio del talento femenino. Estas convenciones sociales hacen que muchas mujeres se especialicen en la crianza, limitando así su desarrollo profesional y condicionando qué estudiar, y cuánto y dónde trabajar.
Habría que cambiar las normas sociales. Pero esto es una tarea lenta y pesada. En un estudio (Farré et al. 2021) demostramos que la introducción del permiso de paternidad contribuye a cambiar las dinámicas familiares y fomenta la participación de los hombres en la crianza. Estos cambios promueven actitudes más progresistas entre los niños y niñas expuestos a modelos familiares más igualitarios.
Pero hasta que estos cambios tengan efectos reales sobre el mercado de trabajo, son necesarias medidas efectivas para avanzar hacia la igualdad de género. Es necesario reforzar las políticas familiares que facilitan ser un progenitor (a menudo mujer) trabajador. En este sentido, los permisos de paternidad (remunerados, de igual duración que los de maternidad, no transferibles y obligatorios) son una herramienta clave para involucrar a los hombres en la crianza, disminuir la especialización de las mujeres en las tareas del hogar y, de rebote, reducir las brechas de género en el mercado de trabajo. La universalización y gratuidad del primer ciclo de la educación infantil (entre los 0 y los 3 años) también facilita la externalización de la crianza en manos de profesionales, lo que contribuye de forma positiva al desarrollo cognitivo de los niños, sobre todo entre los procedentes de entornos menos favorecidos.
Las políticas familiares deben ir acompañadas de medidas efectivas para promover el talento y el liderazgo femenino en el mercado de trabajo. Por un lado, las cuotas de género, quizá de carácter temporal, para acceder a los cargos de poder y liderazgo serían una solución efectiva para reducir los desequilibrios sin comprometer la eficiencia, ya que muy probablemente las candidatas escogidas tendrían tanto o más talento que los hombres que quedarían excluidos. La presencia de mujeres en cargos de liderazgo no sólo es una medida para reducir las desigualdades salariales, sino que también podría favorecer la adopción de prácticas laborales más flexibles y entornos laborales más seguros. Por ejemplo, un estudio reciente (Adams-Prassl et al. 2024) revela que las sanciones hacia los acosadores en el entorno laboral son más severas cuando existe una mujer al frente de la institución donde se produce el acoso.
Por otra parte, se necesitarían intervenciones dentro del sistema educativo para potenciar el empoderamiento matemático de las niñas y las adolescentes, favoreciendo así su participación en los estudios y las ocupaciones STEM. También podría retrasarse la edad de tomar decisiones irreversibles sobre inversiones en capital humano. Actualmente, con 14 o 15 años deben decidir la rama de especialización en el bachillerato, a menudo sin tener suficiente información sobre sus propias capacidades y las oportunidades laborales.
Sin políticas decididas para erradicar la desigualdad de género, las brechas persistirán, el talento femenino se continuará malgastado y se lo continuaremos contando cada 8 de marzo.