El luto por un animal de compañía: entre el silencio y la vergüenza

La sociedad minimiza este tipo de pérdidas mientras las fases por las cuales pasan sus responsables son las mismas que en el luto por las personas

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Un chico con su perro

BarcelonaA Núria Gómez el trayecto en autobús, desde su casa hasta la consulta de la veterinaria, se le hizo muy largo. Quince minutos de sufrimiento al ver que este ser tan estimado se le desvanecía en los brazos mientras intentaba reanimarlo. Y esto que el día antes habían salido a pasear por la montaña y se encontraba bastante bien. Pero al llegar a casa empeoró y, por la noche, tuvo hasta siete ataques epilépticos. Núria pidió al conductor del vehículo que abriera la puerta antes de tiempo para salir a salto de mata hacia la consulta veterinaria. Allá le pusieron oxígeno y una manta térmica. A pesar de entreverse que tarde o temprano llegaría el momento de la eutanasia, este fue el principio de una despedida apresurada. Un luto inesperado, con vacío incluido, que ha dejado a sus responsables, Núria y su madre, sin Kenny: un yorkshide-pequinés, enérgico y juguetón hasta el último día, que escuchaba tanto a Vivaldi como a Chopin. Unos atributos que les regaló durante casi 17 años.

La pérdida de un ser querido

El luto animal no es fácil. “Cuando muere un animal de compañía, perdemos mucho más que a este ser que se ha ido. Perdemos aquella parte de nosotros que podíamos ser con él y que siempre estaba en casa. Nos permitíamos, además, quererlo sin miedo porque no hay juicio ni engaño. Tampoco traición ni abandono, al menos por su parte”, resalta Cristina Cuesta, psicóloga especialista en procesos de luto. Por eso, las fases por las cuales transita una persona que ha perdido a su compañero animal son las mismas que cuando muere una persona. “Sentimos dolor porque estamos unidos en el amor. Lo que hace que yo sienta más o menos dolor no es el hecho que sea un animal o una persona, sino la intensidad y la calidad del vínculo que yo tengo con este ser querido: aunque no sea de sangre”, puntualiza Cuesta. Después del choque, el dolor y la negación, llega una incipiente aceptación para dar paso a la tristeza y, finalmente, a una transformación de este vínculo basado en el amor, el recuerdo y el agradecimiento. “La vivencia no se supera pasando página, sino que uno aprende a vivir con esta ausencia. Si sufrimos, es porque hemos querido mucho. Y eso es bueno”, precisa Laura Vidal, auxiliar veterinaria, especialista en la gestión del luto animal y autora del libro Cuando ya no estás (Ed. Vergara). “En un inicio, el dolor pesa más, pero con el tiempo, si lo gestionas de forma sana, se va diluyendo y queda el amor, que, de hecho, es lo único digno de permanecer”, asegura.

Un gato entre las piernas de una persona.

La sociedad, en cambio, tiende a minimizar este tipo de luto natural restándole importancia. ¿Todavía estás así? A menudo dice la gente, mientras la persona afectada siente una gran soledad y exclusión. “En el momento en el que tuvimos que ponerle la inyección a Bru, yo gestionaba el departamento de plagas de una empresa. Me cogí el día libre y les dije que tenía que llevar a mi madre al hospital. Al día siguiente, en el trabajo les hice saber que había muerto mi perro. Me consolaron diciendo que ya tendría otro y que, de hecho, era lo mejor, porque estaba enfermo. No tenían ni idea de cómo me sentía realmente y lo mal que me hacían aquellas palabras”, recuerda Marta Calcerrada, educadora canina, que después de pasar por esta pérdida, y fiel a su pasión por los animales, inició un estudio y una investigación para dar salida a su proyecto personal de educación canina, Rumbo Canino.

Grupos de luto en otros países

En países europeos como Inglaterra o incluso los Estados Unidos, la manera de afrontar la pérdida de un animal de compañía y darle el espacio que corresponde, en cambio, es muy diferente. Los americanos ofrecen grupos de luto para gestionar estas pérdidas y en el país anglosajón hay numerosas empresas con servicios de atención veterinaria a domicilio para animales en fase terminal. En Catalunya, muy pocas. “Nos adelantamos a que el animal llegue a una situación agónica o preagónica. Mayoritariamente, tratamos a pacientes geriátricos u oncológicos. Les hacemos cuidados paliativos, evitamos tratamientos muy invasivos y llevamos a cabo un seguimiento. Cuando toca, orientamos a sus responsables a tomar la decisión de la eutanasia humanitaria”, detalla el veterinario Fidel Castro, de Tuveterinario.es, empresa pionera catalana en este ámbito. Los cuidados y la atención solo suelen durar entre uno y tres meses. “Veo situaciones personales difíciles. Personas solas que canalizan sus carencias afectivas con el animal de compañía y, en muchas familias, es el áncora que los une a todos y les ayuda cada día”, lamenta. Un descalabro humano que contrasta con cómo el animal vive su propia muerte. “Para ellos es una cosa natural. Tienen muchas más herramientas emocionales y mejores que nosotros. En la naturaleza, suelen alejarse de la manada para morir solos. Ahí ves que no interactúan tanto. Dejan de ser ellos”, insiste Castro, que subraya que “muchas veces la resistencia del animal a no morirse es, en realidad, la resistencia de su responsable. Cuando los humanos aceptan la situación, agradecen y se despiden de él, se produce un punto de inflexión: los animales empiezan a mostrar síntomas más graves y es más fácil tomar la decisión. En ocasiones, incluso se mueren solos”. Pero la eutanasia “genera mucha culpa en los responsables cuando es el acto de amor en mayúsculas porque antepones el bienestar del otro por encima del tuyo”, advierte Vidal. “Es el último gesto de amor y humanidad que podemos hacer por ellos”, afirma Castro.

Escribir una carta dedicada al compañero animal para ordenar las ideas y expresar los sentimientos, así como mantener durante un tiempo las rutinas diarias, a pesar de que ya no esté, son algunos de los consejos que ayudan en el proceso de luto. Otra recomendación es soltar las expectativas que teníamos sobre el momento de su muerte. “No todas las muertes son idílicas. A veces no podemos escoger. El adiós que habrá tenido este ser quizás no habrá sido ni el querido ni el deseado. Ante esto, muchos se culpabilizan. Debemos aceptar la vida como se presenta”, dice Vidal. Tampoco hay que tener prisa. “El tiempo no curará nada. Lo que cura es lo que hagamos nosotros con el tiempo. El luto también es vida aunque vivamos un proceso duro: cuando lloramos, enrabiamos, escribimos o nos quejamos, también hacemos”, destaca Cuesta. Por eso, a Núria le gusta sentarse ahora al piano para interpretarle a Kenny una pieza musical. En concreto, una variación de Vivaldi, una de las últimas que le puso en la consulta para amortiguar el ruido de la máquina de oxígeno. Aunque a ella le caigan las lágrimas y Kenny ya no esté. Pero, de alguna manera, sí que está: sobre el piano dentro de una urna, donde reposan sus cenizas, y sobre todo dentro de su corazón, un lugar donde no morirá nunca.

El último adiós en el tanatorio

En espacios como el Tanatorio de Mascotas, con sedes en Barcelona, Polinyà y Riudarenes, donde tienen lugar más de 200 incineraciones presenciales al mes, las emociones encuentran el camino para expresarse. “A pesar de que los responsables vienen con miedo porque no saben cómo se encontrarán al animal, se van en paz. Ven que está cuidadosamente preparado, se pueden despedir de él en calma y ven que han hecho todo lo que han podido hasta el último momento”, asegura Isabel Farré, su gerente. Un 25% de los responsables optan por llevarse las cenizas a casa. “Últimamente incineramos a más animales desenterrados y la gente nos pide urnas a medida para poner en el balconcillo de los nichos humanos. Son muy queridos”, subraya.  

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