Michael Lomonaco, chef del restaurante de las Torres Gemelas: "Ayudar a las familias de las víctimas me permitió mirar adelante en la vida"
Unas gafas rayadas y la suerte le salvaron la vida el día de los atentados del 11-S
El chef Michael Lomonaco les debe la vida a unas gafas rayadas. Las mismas que utilizaba para leer sus recetas de cocina para el restaurante Windows of the World de las Torres Gemelas de Nueva York. La mañana del 11 de septiembre de 2001 Lomonaco llegó antes al trabajo y decidió ir a la óptica situada en el lobby de la Torre Norte antes de subir hasta la planta 107, donde se encontraba el restaurante. "Cuando ya estaba terminando la visita noté una fuerte sacudida. Pensé que no podía ser por el metro que pasaba por allí cerca. Era imposible. El temblor era demasiado grande. De hecho, pocos minutos después comenzó la evacuación", recuerda como si hubiera pasado ayer.
En medio de la gran confusión generada por el choque del primer avión, Lomonaco salió rápidamente del edificio. Había papeles por todas partes y salía humo de lo alto de la Torre Norte. Corrió hacia la cabina de teléfono más cercana y llamó a su mujer ya su jefe para decirles que estaba bien. En un primer momento se planteó volver al edificio para ver si podía ayudar de alguna manera, pero entonces vio cómo un segundo avión se estrellaba contra la Torre Sur. "La pena se apoderó de mí. Entendí que aquello no era un accidente, que había pasado algo horrible", relata por teléfono desde Nueva York. De repente, cuando estaba pensando con los ojos llorosos quién estaba trabajando esa mañana en el restaurante, apareció una gran nube de polvo. "La Torre Sur se había hundido y la policía comenzó a pedir a la gente que corriera".
Lomonaco asegura que esa mañana tuvo mucha suerte. Salvó la vida por una casualidad y se reencontró con su mujer justo cuando ella salía del edificio donde trabajaba para irlo a buscar.
Un duelo largo
En el restaurante Windows of the World, que Lomonaco dirigía desde su reapertura en 1997 después de permanecer cerrado durante más de tres años como consecuencia del atentado con un camión bomba contra el World Trade Center de 1993, trabajaban 450 personas. Tardaron meses en identificar quién y cuántos de ellos murieron en los ataques del 11-S. Lomonaco explica que la cuenta final de muertos fue de 72 trabajadores del restaurante, un guarda de seguridad y seis obreros que construían una nueva bodega. "El proceso de duelo fue largo", afirma, y recuerda aún con dolor que fue a docenas de funerales en el transcurso de cuatro meses, a medida que se iban recuperando los cuerpos de las víctimas.
Durante los días siguientes a la tragedia también creó con otros chefs y restauradores Windows of Hope, un fondo benéfico de ayuda a las familias de las víctimas que recaudó 22 millones de dólares. "Ayudar a los familiares de los que perdieron a alguien me permitió mirar adelante en la vida", afirma.
La cocina sigue siendo su pasión, pero desde ese aciago día también la considera una manera de honrar a las víctimas que trabajaban con él.
Hablar de su vida
Nacido en Brooklyn y de padres sicilianos, Lomonaco aprendió a amar la buena comida desde muy pequeño. A los 27 años, después de unos años persiguiendo una carrera como actor, decidió probar suerte en el mundo de la cocina. Este italoamericano ríe cuando confiesa que se aficionó a la gastronomía cocinando platos chinos. "Durante mis años universitarios comí mucha comida china. Además, en aquellos tiempos se produjo la visita de Nixon a China, en 1972, que provocó la llegada de chefs chinos y varios estilos de cocina", explica. A partir de entonces cocinar se convirtió en un hobby, una pasión y, poco después, en una profesión que ya no dejaría nunca.
Veinte años después de ese inmenso golpe de suerte, Lomonaco celebra con orgullo el decimoquinto aniversario de su restaurante Porter House, ubicado en Columbus Circle y con vistas a Central Park.
Lomonaco recuerda que tras el 11-S los restaurantes de Nueva York estaban casi vacíos. "La gente estaba aterrorizada. Algunos pensaron que los ataques eran el final de Nueva York", dice. Él, un optimista y enamorado de Nueva York, no lo creyó. De hecho, rechazó ofertas de trabajo de otros lugares del país porque no quería abandonar su ciudad. "Nueva York se recuperó y volvió a vibrar", asegura el célebre chef, que cree que el covid tampoco podrá abatir la ciudad, tal como algunos han vuelto a pronosticar. "El espíritu de Nueva York es el espíritu de gente de todo el mundo. Gente que nos trae su cultura, su arte y su gastronomía y hacen que esta ciudad sea un lugar apasionante para vivir", dice.