Estados Unidos: Conflicto fuera o dentro
Josep Maria Colomer: es profesor de ciencia política en la Universidad de Georgetown y coautor de 'Democracia y globalización' (Anagrama)
En los Estados Unidos, como en todos los imperios grandes y varios, la unión nacional y una relativa paz interna suelen ir vinculadas al enfrentamiento con un enemigo externo. Los momentos de más éxito de los EE.UU. fueron la Segunda Guerra Mundial y los dos periodos de Guerra Fría de los años cincuenta y ochenta: entre los políticos había cooperación bipartidista, mientras que los ciudadanos, que tenían mucho miedo, se concentraban en asuntos privados. Pero desde la disolución de la Unión Soviética, la agenda pública se ha llenado de problemas sociales y culturales que antes habían sido domesticados o dejados de lado y que han generado grandes controversias y polarización.
Asediado en todos los frentes, el presidente Bill Clinton declaró que “habría preferido ser presidente durante la Segunda Guerra Mundial” y que “envidiaba a Kennedy, que tenía un enemigo”. Su sucesor, George W. Bush, disfrutó de un momento de unidad nacional después de los ataques del 11 de septiembre. Entonces, él y el vicepresidente Dick Cheney intentaron encontrar al enemigo tan codiciado en una nueva guerra al terror contra Al Qaeda en Afganistán y “el eje del mal” formato por Irán, Irak y Corea del Norte.
Por un lado, la operación tuvo éxito, porque no ha habido ningún otro ataque terrorista importante en territorio de los Estados Unidos durante los últimos veinte años. Por el otro, los objetivos políticos más ambiciosos de construcción de naciones e imposición de la democracia por los militares en Oriente Medio se han quebrado. Las intervenciones americanas no se han enfrentado ahora a una gran potencia, sino a estados delincuentes y redes dispersas de actores sin estado que han producido guerras locales sin fin con resultados decepcionantes. A medida que la mayoría de los ciudadanos americanos han ido perdiendo el miedo a nuevos ataques terroristas desde fuera, se han opuesto más a cualquier guerra exterior.
El presidente Barack Obama solo intentó una desintoxicación gradual, que incluyó intervenciones desastrosas en Siria y Libia , como si el complejo industrial-militar no pudiera permitirse un choque de abstinencia repentina. Al pararse a medio camino, no obtuvo beneficios políticos de victorias bélicas ni de la consecución de la paz.
La opinión mayoritaria actual es que los costes de intentar reordenar el caótico legado colonial en Oriente Medio, con etnias y tribus con absurdas fronteras, han sido excesivos. Esto contrasta con el éxito de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en Europa Occidental y Asia Oriental, que implicó más movilización militar, la creación de la OTAN y la permanencia de tropas americanas en varios países durante muchas décadas. En Oriente Medio no ha habido un Plan Marshall, sino una serie de titubeantes reducciones y reenvíos de efectivos militares, siempre con un pie en la puerta.
Donald Trump fue el primer presidente en muchas décadas que no empezó ninguna guerra nueva. Mientras iniciaba la retirada unilateral de tropas, también renunció a varias organizaciones y acuerdos internacionales. De manera paradójica, evitando o cancelando cualquier compromiso extranjero que pudiera unificar la opinión pública o al menos distraer la atención de la gente, Trump facilitó indirectamente la diversificación y la intensificación de la agenda política interna con múltiples cuestiones no resueltas que estaban abiertas a la confrontación. Los temas económicos se han agravado durante la Gran Recesión y la pandemia del covid-19, a la vez que aumentaban las controversias sobre las políticas de bienestar social, inmigración, raza, religión, género, sexo, familia, educación, control de armas privadas y derechos de voto, y surgían nuevos movimientos sociales alternativos, como por ejemplo Me Too, Black Lives Matter, grupos de milicias, y campañas antivacunas.
El presidente Joe Biden, que ha continuado las retiradas de Oriente Medio, dice ahora que “la construcción de naciones no ha tenido nunca ningún sentido para mí”. Pero, contrariamente a algunas expectativas, la elección de Biden no ha generado más cooperación bipartidista interna, sino que mantiene la polarización. El dilema imperial continúa vigente: o guerra externa con cohesión nacional o paz internacional con conflictos internos.
Josep Maria Colomer: es profesor de ciencia política en la Universidad de Georgetown y coautor de 'Democracia y globalización' (Anagrama)