LA INVASIÓN MILITAR NORTEAMERICANA

La guerra en Afganistán, un puro teatro

Quizás el único objetivo de la Casa Blanca era demostrar al mundo que no se quedaba con los brazos cruzados después de los ataques del 11-S

Dos mujeres afganas ante un blindado del ejército.
4 min
Dosier 20 años del 11-S Desplega
1
11-S: veinte años del atentado que nos cambió a todos
2
El 11-S y los otros catalanes
3
Barcelona y Cambrils: El yihadismo autóctono
4
Talibanistán: círculo cerrado
5
Robert Riley, excónsul de los EE.UU. en Barcelona: “Nunca se volvió al ritmo de antes del 11-S”
6
Michael Lomonaco, chef del restaurante de las Torres Gemelas: "Ayudar a las familias de las víctimas me permitió mirar adelante en la vida"
7
Phyllis Rodriguez, madre de una víctima del 11-S: "Mi compromiso con la no-violencia y la reconciliación se ha profundizado desde 2001"
8
"Hubo un antes y un después para los derechos humanos a raíz del 11-S"
9
Nadia Ghulam: "Las imágenes de los atentados las vi muchos años más tarde, en 2010, cuando ya estaba en Catalunya"
10
Alexander García, militar que perdió una pierna en Afganistán en 2011: "No quiero volver a revivirlo todo, estoy sobrepasado"
11
Adsel Sparrow: "Toda mi vida hemos estado en guerra en Oriente Medio"
12
El 11-S que nos explicó la ficción
13
“O estáis con nosotros o estáis con los terroristas”
14
La guerra en Afganistán, un puro teatro
15
Bin Laden, el hombre más buscado del mundo
16
Estados Unidos: Conflicto fuera o dentro
17
Europa, de la fractura post 11-S a la emancipación transatlántica
18
Al Qaeda, una red global para exportar el terror a todo el planeta

Muheb y Mujib son hermanos pero tienen apellidos diferentes a pesar de ser hijos del mismo padre y de la misma madre. Muheb se llama Shahbaz Khil, mientras que el apellido de Mujib es Sultani. Al menos así lo indican sus pasaportes. Son dos de los muchos refugiados afganos que han llegado a España en las últimas semanas, pero aspiran a trasladarse a Alemania. Ahí vive su hermano mayor, Khalid, que podría hacerse cargo de ellos. Khalid, sin embargo, tiene otro apellido distinto de sus dos hermanos pequeños: se llama Khalid Khoshal.

“Khoshal es el nombre de pila de mi padre, así que pensé que sería un buen apellido porque todo el mundo me conoce como el hijo de Khoshal”, justifica el hermano mayor. Los apellidos de sus hermanos pequeños son en realidad los dos apellidos de la familia, pero cada uno utilizó uno distinto en el momento de hacerse el pasaporte.

En Afganistán no es obligatorio registrar los nacimientos, así que poca gente lo hace y el resultado es la existencia de un gran caos administrativo. Por no saber, la mayoría de afganos ni siquiera saben qué día han nacido, de forma que cuando les preguntan su fecha de nacimiento para hacer algún trámite oficial, directamente se inventan una. Esto es lo que también hicieron Muheb y Mujib. Sus pasaportes indican que nacieron con solo seis meses de diferencia, a pesar de que su madre no tuvo un parto prematuro en ninguno de los dos casos. Demostrar que Muheb, Mujib y Khalid son hermanos para conseguir la reunificación familiar será un quebradero de cabeza. Su caso no es excepcional.

Durante los últimos veinte años de intervención internacional en Afganistán, no se ha conseguido ni siquiera esto: poner un cierto orden en la administración afgana. Y no es que los afganos sean unos negados, sino que los dirigentes que los Estados Unidos eligieron para formar parte del gobierno afgano después de la caída del régimen talibán en 2001 no eran ni mucho menos los más adecuados. Washington colocó en el poder a las denominadas facciones muyahidines, a las que ya había financiado y armado en los años 80 para que lucharan contra las tropas soviéticas y evitaran que la URSS consiguiera el control de Afganistán. Eran facciones islamistas radicales, pero esto no importó a Washington en ese momento para hacer fracasar a Moscú.

En 1989 las tropas soviéticas se retiraron impotentes de Afganistán, y entonces las facciones muyahidines iniciaron una guerra cruenta para conseguir el poder en Kabul. Fue en esta época cuando la capital afgana quedó casi arrasada y miles de afganos murieron en bombardeos indiscriminados. También eran habituales los saqueos, la tortura y las violaciones. Tanto es así que en 1994 surgió un movimiento islámico alternativo para contrarrestar las barbaridades de los muyahidines: los talibanes. Estos radicales tenían más o menos la misma ideología que los muyahidines, pero en las zonas bajo su control imperaba un cierto orden. De hecho, los Estados Unidos no hicieron ascos a la llegada de los talibanes al poder en 1996. Los preferían a los muyahidines, y, además, se podía hacer negocios con ellos: a finales de los noventa la empresa norteamericana Unocal inició contactos con los talibanes para construir un gasoducto que fuera de Turkmenistán hasta Pakistán, atravesando buena parte del territorio afgano. En Turkmenistán se encuentra una de las principales reservas de gas del mundo.

Con los atentados del 11-S contra los Estados Unidos, el escenario cambió de repente. Los talibanes daban asilo en su territorio al terrorista Osama bin Laden, cerebro de los ataques. Así que Washington impulsó una operación militar para hacer caer el régimen talibán y capturar a Bin Laden. Con todo, la Casa Blanca evitó enviar tropas norteamericanas a Afganistán. Si lo hubiera hecho, habría sido un suicidio. Los Estados Unidos desconocían la compleja orografía afgana y tampoco tenían tiempo de planificar una operación terrestre con calma. Necesitaban actuar con celeridad para tranquilizar a la opinión pública norteamericana. Así que optaron por bombardear el país y delegar a las facciones muyahidines -a las que volvieron a armar y financiar- la invasión terrestre.

Después de la caída del régimen talibán, los muyahidines exigieron ser recompensados por el trabajo hecho: pidieron formar parte del nuevo gobierno afgano, a pesar de su más que cuestionable pasado de violación de los derechos humanos. Los Estados Unidos lo aceptaron y, como consecuencia, la administración afgana ha estado corrompida desde el principio. Existen múltiples ejemplos de ello.

Ismail Khan, un muyahidí acusado de crímenes de guerra, fue ministro de Energía durante años. Se tenía que encargar de la electrificación del país, pero solo se preocupó de que en su provincia natal, Herat, hubiera electricidad las 24 horas del día, mientras el resto del país seguía a oscuras. Otro muyahidí, Karim Khalili, fue vicepresidente del gobierno y responsable de desarme, a pesar de que él mismo tenía una milicia que atesoraba miles de armas ilegalmente. Con este panorama, era difícil poner orden en la administración afgana.

El presidente norteamericano, Joe Biden, asegura ahora que los Estados Unidos nunca pretendieron reconstruir Afganistán ni crear una democracia. De hecho, era imposible hacerlo con los muyahidines como aliados. Y destaca que el único objetivo era combatir el terrorismo yihadista, a pesar de que en la actualidad Afganistán se ha convertido más que nunca en un nido de terroristas con los talibanes en el poder y el Estado Islámico operando en su territorio. Quizás la guerra en Afganistán fue solo un puro teatro para hacer creer al mundo que los Estados Unidos no se quedaban de brazos cruzados después de los atentados del 11-S.

Una guerra envenenada por las potencias internacionales

1979

La URSS invade Afganistán y envía 100.000 militares para apoyar al gobierno procomunista que existía en el país.

Del 1979 al 1989

Afganistán se convierte en un campo de batalla más de la Guerra Fría. Los EE.UU. financian y arman a una serie de facciones islamistas, los muyahidines, para que luchen contra las tropas soviéticas. Más de 4 millones de afganos se exilian en Pakistán e Irán, y las víctimas civiles se cuentan por miles.

1989

Las tropas soviéticas abandonan Afganistán después de haber protagonizado masacres, torturas, violaciones y de haber destruido el sistema de irrigación del país, crucial para la agricultura.

Del 1992 al 1996

Las facciones muyahidines inician una guerra entre ellas para conseguir el control del gobierno afgano, durante la cual se convierten en habituales el bombardeo de zonas civiles, las violaciones y la tortura. Kabul queda casi arrasado.

Del 1996 al 2001

Los talibanes aparecen como una fuerza de choque para hacer frente a los muyahidines, consiguen el control del 90% del país e imponen un régimen de terror que condena a las mujeres al ostracismo. Las diferentes facciones muyahidines se unen y forman la Alianza del Norte para luchar juntas contra los talibanes.

Septiembre y octubre del 2001

A raíz de los atentados del 11-S en los EE.UU., Washington inicia una intervención militar en Afganistán para hacer caer el régimen de los talibanes, que daba asilo al terrorista Osama bin Laden, cerebro del ataque. Los EE.UU. bombardean el país y arman y financian a los muyahidins de la Alianza del Norte para que se encarguen de la invasión terrestre.

Diciembre del 2001

Se celebra una conferencia con el apoyo de la ONU en la ciudad de Bonn para formar un gobierno interino en Afganistán. Los muyahidines piden formar parte del nuevo ejecutivo como recompensa por haber ayudado a los EE.UU. a hacer caer el régimen talibán. La comunidad internacional lo acepta. Hamid Karzai es nombrado presidente y las tropas internacionales se despliegan en Kabul.

2004

En 2004 las tropas internacionales, que hasta entonces se habían concentrado en Kabul, se despliegan en el norte y el oeste del país. Los muyahidines siguen controlando el gobierno afgano y la corrupción se vuelve habitual.

2006

Tropas de los EE.UU., el Reino Unido, Canadá y Australia se despliegan por fin en el sur y el este de Afganistán, que es donde los talibanes tienen su feudo. Entonces el movimiento islamista ya había ganado fuerza. Los militares del resto de países declinan ir a las zonas más peligrosas.

2009

Con la llegada de Barack Obama al poder, los EE.UU. aumentan drásticamente sus efectivos en Afganistán y el resto de países de la OTAN hacen lo mismo. Se despliegan hasta 150.000 militares extranjeros. Esto también conlleva un aumento de las bajas militares y la opinión pública en Occidente empieza a cuestionar la intervención en Afganistán.

2011

Los EE.UU. capturan y matan a Osama bin Laden en Pakistán. A partir de entonces se plantea la retirada de las tropas internacionales de Afganistán.

2014

La mayoría de las tropas internacionales se retiran de Afganistán. Los EE.UU. aseguran que el país se puede valer por sí mismo, a pesar de que la corrupción es generalizada y criminales de guerra controlan parte de las instituciones.

Febrero del 2020

Los EE.UU. firman un acuerdo de paz con los talibanes en Doha para retirarse del país el 1 de mayo de 2021. Por su parte, los talibanes se comprometen a iniciar negociaciones de paz con el gobierno afgano.

15 de agosto del 2021

Los talibanes entran en Kabul después de haber conquistado casi todo el territorio de Afganistán y de que las fuerzas de seguridad afganas hayan desertado en masa.

31 de agosto del 2021

Los últimos militares norteamericanos se marchan del Afganistán.

Dosier 20 años del 11-S
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