“O estáis con nosotros o estáis con los terroristas”
Las operaciones militares en Afganistán y en Irak como respuesta al 11-S han determinado la política exterior de los Estados Unidos de los últimos 20 años
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 generaron sed de venganza. Esta sensación era compartida entre muchos ciudadanos de los Estados Unidos y, sobre todo, en los círculos de poder del país. Solo nueve días después del peor ataque contra los Estados Unidos desde Pearl Harbor, el presidente George W. Bush declaró una “guerra contra el terror” a nivel global ante las cámaras del Congreso e hizo un llamamiento a otros países a unirse a la lucha con un aviso bastante contundente: “O estáis con nosotros o estáis con los terroristas”.
En esa solemne declaración, Bush también advirtió de que sería una batalla larga, “como nunca hemos visto”. Aún así, sin embargo, pocos pensaron entonces que esta batalla sería tan duradera, costosa y caótica. “Nuestra guerra contra el terrorismo empieza con Al-Qaeda, pero no acaba aquí. No acabará hasta que se haya encontrado, detenido y derrotado a todos los grupos terroristas de alcance mundial”, dijo Bush entre aplausos de legisladores republicanos y demócratas.
Veinte años más tarde, después de dos guerras en Afganistán y en Irak, que han provocado la muerte de centenares de miles de civiles y miles de soldados norteamericanos, y han costado unos cuatro billones de dólares, el objetivo de erradicar el terrorismo sigue incumplido.
Misión fracasada
De hecho, los Estados Unidos y sus aliados han fracasado en su misión. Actualmente las acciones de grupos terroristas no solo siguen en las regiones del Próximo Oriente, el norte de África y el sur de Asia, sino que se han incrementado: el número de atentados y de víctimas en todo el mundo es de tres a cinco veces mayor anualmente que en 2001.
La lucha contra el terrorismo ha determinado las políticas de seguridad nacional y exterior de los Estados Unidos de las últimas dos décadas. En nombre de la seguridad, el gobierno de Bush, y los de sus sucesores, han ordenado operaciones abiertas y encubiertas, y han apoyado nuevas legislaciones que han restringido los derechos privados y las libertades. Incluso han cometido abusos de poder, como las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib, los ataques indiscriminados con drones en varios países del mundo y las escuchas masivas de las agencias de inteligencia a la población y a sus aliados, que han minado la legitimidad y hegemonía de los Estados Unidos en el mundo.
Así pues, la guerra contra el terrorismo ha fracasado porque el objetivo no era lo suficientemente claro y porque se vinculó a una política de cambio de régimen y promoción de la democracia. Así lo aseguró el ahora inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, en el discurso en el que certificaba la culminación de la retirada de las tropas de Afganistán. “Esta decisión sobre Afganistán no es solo sobre Afganistán. Se trata de poner fin a una era de grandes operaciones militares para rehacer otros países”, dijo el demócrata, para después añadir que creía que este cambio de estrategia haría a los Estados Unidos “más fuertes, eficientes y seguros”.
Este rechazo a la era de la política de expansión de la democracia ya se inició con el fin de la Guerra de Irak. Los costes de estas intervenciones militares han generado mucha frustración entre la gran mayoría de los norteamericanos, que han visto en estas guerras una especie de nuevos Vietnams. Los antecesores de Biden, Donald Trump y Barack Obama, también se mostraron en contra de este tipo de operaciones pero fracasaron en su intento de ponerles punto final. Obama, de hecho, proclamó el fin de la Guerra de Irak en diciembre de 2011, pero dos años después tuvo que enviar otra vez tropas al país ante el auge del grupo terrorista Estado Islámico, que no deja de ser una de las muchas consecuencias de estos años de intervenciones militares norteamericanas.
Por su parte, Trump negoció con los talibanes una retirada de las tropas de Afganistán pero perdió la reelección antes de materializar el final de la guerra que había prometido.
¿Es el final?
Los tres han repudiado la “guerra eterna” en que se había convertido la “guerra contra el terror” de Bush. Pero la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán dos décadas después del inicio de esta guerra no supone realmente su fin. “Permitidme que hable en plata a los que desean el mal a los Estados Unidos, los que lanzan acciones terroristas contra nosotros o nuestros aliados: los Estados Unidos no descansarán nunca. Os perseguiremos hasta los confines de la Tierra y pagaréis el precio final”, dijo Biden para asegurar que su gobierno no se desentenderá de la lucha antiterrorista. Seguirá con la estrategia contra el terrorismo iniciada durante los mandatos de Obama, que no ha sido exenta de críticas por las violaciones de normas internacionales y derechos humanos.
El gobierno de Biden mantendrá operaciones parecidas a las lanzadas en Somalia, Níger y el Yemen los últimos años. E incluso las podría expandir a Afganistán. En estas acciones, que suelen ser secretas o tener poca difusión, las fuerzas de los EE.UU., a través de grupos de soldados especiales y drones, seguirán la lucha contra las diferentes células de la vieja conocida red terrorista de Al-Qaeda.