La vía francesa hacia el autoritarismo posdemocrático

El país celebra la primera vuelta de las presidenciales en un contexto de excepcionalidad total

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1. “Habrá que trabajar más”. Si ya de entrada parecían unas elecciones anodinas, marcadas por la presencia de un claro favorito, Emmanuel Macron, aparentemente inabarcable para los otros candidatos, la sombra expansiva de la guerra de Ucrania ha acabado de desdibujarlas. Y aun así son unas elecciones que marcarán un giro en la V República, porque certificarán una cierta vía francesa hacia el autoritarismo posdemocrático, el nuevo fantasma que recorre Europa. Dicho de otro modo: las urnas levantarán acta de un profundo malestar que desde la política se intenta minimizar por la vía identitaria.

Como pasa en todas las campañas de perfil bajo, cuando se acerca la hora de la verdad aparece el fantasma de la abstención, que hace que los sondeos vayan con pies de plomo y que la inquietud llegue a quien vivía en la comodidad de sentirse ganador. El proceso electoral ha estado siempre por debajo de las noticias de la guerra. Y, si se ha animado un poco en la recta final, ha sido porque la ciudadanía empieza a vivir y a anticipar los efectos económicos de la pandemia y de la guerra. El poder adquisitivo –con una caída del 1,4%– se ha convertido en el tema del final de campaña, en un momento en el que el dato de inflación de febrero (4,5%) se ha situado en cifras de los años 80. ¿Resultado? Una cierta coincidencia de contrarios.

Emmanuel Macron confiaba que capitalizando el impacto de la guerra desde la presidencia de la Unión Europea, exhibiendo una imagen de estadista, siempre conforme al ADN gaullista de la V República ؘ–con los americanos, pero marcando personalidad propia y distancia–, le sería suficiente para consolidar la victoria. Pero, como dice Étienne Balibar, “la idea de ganar sin hacer campaña le podría perjudicar”.

De pronto, el presidente ha temido que, si se mantenía en la lejanía de la gran política global, los ciudadanos podían sentirse desatendidos. Y ha centrado el último tramo de campaña en el poder adquisitivo: “Habrá que trabajar más”, dijo en su único mitin electoral. Y se ha encontrado con que Marine Le Pen, consolidada como alternativa, se situaba en el mismo terreno de juego, atenta siempre al voto popular y tratando así de hacer olvidar sus viejas complicidades con Putin.

2. La doble desaparición. Sin embargo, este domingo por la noche, con los resultados de la primera vuelta, podemos asistir a un hecho bastante excepcional: la defunción de los dos partidos que desde finales de los sesenta del siglo pasado han articulado la política francesa: Los Republicanos, última versión de los herederos de la derecha tradicional surgida del gaullismo, y el PSF, el Partido Socialista Francés, que desde la reunificación liderada por François Mitterrand había asegurado la alternancia en el poder.

El hundimiento de la candidata ganadora de las primarias de la derecha, Valérie Pécresse, y el fracaso de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, candidata socialista a la que los sondeos atribuyen poco más de un 2% de los votos, en el marco de una fragmentación suicida del voto de izquierda, se pueden interpretar como las absueltas de las dos tradiciones que habían animado la V República.

De forma que unas elecciones de perfil bajo pueden tener el resultado paradójico de certificar una profunda mutación del régimen que ha estructurado durante sesenta años de política francesa. Y, aunque la música de fondo de los esquemas clásicos –liberalismo/estatismo, progresismo/conservadorismo– siga sonando, el hecho es que nos podemos encontrar en un escenario dividido entre la derecha radical liderada por Le Pen (los tres candidatos de la extrema derecha son el bloque más potente de la primera vuelta con un 33% en las encuestas) y el liberalismo patriótico de amplio alcance representado por Emmanuel Macron, es decir, una hegemonía de la cultura política identitaria que estaría dejando a la izquierda en fuera de juego y que habría parado de golpe el crecimiento de los partidos de huella ecologista. Es relevante que el representante genuino del sector más nacionalista y estatista del PSF, Jean-Pierre Chevenèment, se haya incorporado al universo Macron.

Emmanuel Macron en una imagen de archivo.

La pandemia y la guerra de Ucrania –el miedo y la patria– habrían venido a reforzar una tendencia que venía de lejos. La dispersión de la izquierda expresa su incapacidad para encontrar las palabras y las propuestas adecuadas en la desorientación de las clases medias y populares en la fase actual del capitalismo. 

3. Confusionismo. Si la campaña ha sido discreta, los antecedentes, en cambio, han sido bastante ruidosos. Y, como dice Philippe Corcuff, “la política francesa, instada por la extrema derecha, ha entrado en los juegos ideológicos del posfascismo y del confusionismo”, que se expresa en términos como “la valorización de aquello nacional y la desvalorización de aquello mundial y europeo, la denuncia que amalgama la dinámica de los derechos individuales del liberalismo político y el dominio del mercado en tiempo de neoliberalismo económico, la fijación positiva (nacional) o negativa (musulmanes) sobre identidades supuestamente homogéneas y cerradas, el derrumbamiento de la frontera simbólica con la extrema derecha”.

Un confusionismo en generalización creciente en todo Europa, pero con un perfil especialmente marcado en tierras francesas. 

4. Conspiraciones. Mientras Emmanuel Macron lidiaba con la pandemia, irrumpía en escena Éric Zemmour, un judío que reniega de sus orígenes en favor de la condición de francés, única aceptable en su concepción de la República. Y lo hace recorriendo la teoría del "gran reemplazo" de Renaud Camus, otro ideólogo de la extrema derecha: la amenaza de que comunidades foráneas y ajenas a las tradiciones locales desplacen la cultura y los valores de la nación francesa. Zemmour ha desplegado todos los tópicos de ritual: la obsesión por la identidad, que se traduce en propuestas que amenazan a los musulmanes, los judíos, los negros, los inmigrantes y también el feminismo y los movimientos LGTBI prometiendo la purificación del verdadero pueblo. Su campaña ha trastocado una derecha que bajo presión está perdiendo, como todo Europa, la sensibilidad que lo había alejado de la extrema derecha. 

Manifestación en Marsella

Es difícil saber el objetivo estratégico de Zemmour y su larga campaña vehiculada por medios de comunicación vinculados al grupo Vivendi, de Vincent Bolloré, en especial CNEWS, donde su presencia ha sido permanente. Si el objetivo era disputar el liderazgo de la extrema derecha a Marine Le Pen, todo hace pensar que le ha salido mal, al menos si hacemos caso de las encuestas: la guerra en Ucrania lo ha acabado de hundir por su indisimulada simpatía por Putin.

Si el objetivo era dividir el voto de la extrema derecha para que Valérie Pécresse pasara a la segunda vuelta y pudiera desafiar a Macron con la dejación del voto conservador a favor de ella, todavía le ha salido peor. En todo caso, la extrema derecha, de la mano de Marine Le Pen, puede volver a estar en la segunda vuelta y cantar así las absueltas de la derecha clásica. 

5. La sorpresa improbable. Al otro lado, el paisaje es bastante patético. La izquierda ha multiplicado los candidatos, sin ser capaz de ponerse de acuerdo y generar una dinámica de voto útil hacia uno de ellos para poder tener presencia en la segunda vuelta y abrir una nueva dinámica derecha/izquierda para aislar a la extrema derecha. No ha habido manera. Se han impuesto los reinos de taifas. Una vez más ha triunfado la psicopatología de las pequeñas diferencias. Y los electores parecen haber iniciado una dinámica espontánea de voto útil hacia Jean-Luc Mélenchon, que en la recta final ha subido en los sondeos hasta el 16%. Es el outsider de la primera vuelta, pero después del hundimiento de Zemmour, que ha relanzado a Le Pen, parece difícil que lo consiga.

Una vez más, el tribuno Mélenchon habrá paseado su peculiar dialéctica haciéndose notar hasta el último momento y prometiendo la gran bifurcación: “Alejarse de la alucinación liberal y volver a las políticas de tiempo largo”. Hay un run run en la fase final de campaña entre ambientes de izquierdas para dejar las preferencias y hacer voto útil por Mélenchon. Lo más probable es que sea el canto del cisne de la izquierda.

6. Macron. Dice Pierre Rosanvallon: “Emmanuel Macron se ha convertido en la figura central de la derecha francesa”. ¿De candidato de la disrupción a político convencional? Macron hace cinco años anticipó el hundimiento de la derecha y de la izquierda tradicionales que ahora se oficializará. Su fuga del Gobierno Hollande para montar una candidatura sin partido apuntaba a una puesta en escena pensando en aventuras futuras. Pero consiguió lo que parecía imposible: en un año pasó de cero a la presidencia de la República. “Macron tiene una filosofía del poder, pero no tiene una filosofía social”, dice Pierre Rosanvallon. Pero ha sabido dar a la institución presidencial la autoridad que había perdido en las dos anteriores presidencias, la del hiperactivo y arrogante Nicolas Sarkozy, que ahora hace travesuras en el mundo de los negocios, y la del ausente François Hollande. Sus estancias en el Elíseo han llevado a sus respectivos partidos al final de camino. Es curioso: siete de los doce candidatos en la primera vuelta repiten. Ya estaban hace cinco años. Una prueba de la dificultad que tienen algunas estructuras políticas demasiado rígidas para anticipar los cambios. ¿Qué quedará de todo eso?

Emmanuel Macron este lunes en Dijon en un acto de campaña.

Emmanuel Macron ha conservado el espacio que conquistó con su golpe de efecto. Representante de la derecha económica, ha sabido mantener la distancia con la extrema derecha a pesar de que en algunos momentos no se ha podido privar de entrar en el juego del discurso identitario excluyente, como cuando el 11 de febrero de 2020 introdujo el concepto de separatismo como límite y realidad a la que combatir, y señalando a la población musulmana y a la inmigración en general. Proveniente del mundo de las altas finanzas, si gana estas elecciones probablemente pueda atraer a buena parte de los votantes de la derecha tradicional. Aun así, todo hace pensar que la dejación contra el candidato de extrema derecha que tanto funcionó cuando Jacques Chirac se enfrentó con Jean-Marie Le Pen y que permitió a Macron una victoria holgada hace cinco años no se producirá ahora. El margen que dan las encuestas (53%-47%) es inquietante: la extrema derecha ya no da miedo. Y es un problema europeo: la progresión del autoritarismo posdemocrático.

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