Nos lo dicen con insistencia, y parece lógico: hay límites a lo que podemos hacer. Límites que no podemos ignorar. La Tierra es finita y la hemos explotado demasiado. Hasta aquí de acuerdo. Pero se le añade que debemos hacernos a la idea de que la economía no puede crecer más, que incluso debe decrecer. Además, se nos dice que aceptarlo propiciará una economía más armónica, más cooperativa, en definitiva, mejor. Es la doctrina del decrecimiento que, no os extrañará, no comparto.
Creo que en algunos aspectos es excesivamente optimista y en otros excesivamente pesimista.
Es optimista por creer que los humanos, con todas las excepciones que queráis, se adaptarían con facilidad a un entorno que les pidiera anular las aspiraciones de mejora. Me disculpo, pero no tengo la capacidad de imaginar una humanidad donde, en relación con los patrones de cada época, los componentes no aspiren a más para ellos mismos y sobre todo para sus hijos. En el pasado, para todos, y ahora todavía para muchos, esta compulsión ha gravitado sobre las necesidades básicas de la existencia. En el futuro, a saber, tal vez el deseo, sentido con no menos intensidad, será no trabajar o un viaje anual a la Luna.
En una economía estancada, aún más en una decreciente, las situaciones de suma cero son partes. En estas solo hay una manera de mejora personal: tomar al otro, explotarlo (o, en una variante, explotar la Naturaleza). Una economía estacionaria y una población con aspiraciones -que, repito, creo que es el estado natural de la humanidad- será una sociedad con propensión al conflicto y nada armónica. Una economía que crece, en cambio, hace posible, en principio, que todo el mundo mejore. Aún más, facilita hacer reformas. Por ejemplo, si hay desigualdad es posible avanzar hacia la igualdad sin reducir el nivel de nadie, y por tanto con menos resistencia: simplemente distribuyendo adecuadamente la dote anual. Excusándome por si ya lo ha dicho alguien (es probable), me atrevo, en el estilo de las tríadas incompatibles que popularizó Dani Rodrik, a conjeturar lo siguiente: la incompatibilidad de una economía (permanentemente) estacionaria, la democracia y la no conflictividad social. Una economía estancada y democrática estará llena de conflictos. Una economía (permanentemente) estacionaria y sin conflictos aparentes será probablemente regida por un gobierno autoritario y una economía democrática y poco conflictiva será probablemente una economía que crece.
Si la economía estacionaria fuera inevitable, entonces lo que deberíamos procurar es que, por más que fueran poco naturales, impusieran las filosofías de la resignación, de las cuales la del decrecimiento es una variante. Pero, como ya he dicho, mientras que creo que es de un optimismo poco realista respecto a la capacidad de los humanos de interiorizar limitaciones, también creo que, afortunadamente, está profundamente equivocada en la imposibilidad de crecer. Esclareceré términos.
En primer lugar, una concesión. Si dejamos la colonización de la Luna y de Marte de lado, creo que la finitud espacial de la Tierra y el volumen de un ser humano imponen un límite al crecimiento de la población. En principio ya me parece bien que el límite se estabilice en niveles no mucho más elevados que los actuales. Lo haría todo más fácil.
Claro que, también, no podemos concebir el crecimiento como una extrapolación lineal de lo que ahora hacemos. Esto siempre ha sido imposible. El crecimiento en el estado de bienestar de las personas no lo podemos expresar, históricamente hablando, con el aumento cuantitativo de un parámetro definido a priori en base a lo que importa en cada momento (otra cosa es un índice compuesto definido a posteriori). Ahora nos podemos fijar en el muy discutido PIB. En otros momentos o geografías lo podríamos hacer, por ejemplo, con la esperanza de vida. El crecimiento lo tenemos que interpretar y medir en términos de expansión de las dimensiones relevantes para el bienestar. Ahora nos importan cosas que los romanos no podían imaginar. Quién sabe qué importará a los que vendrán después de nosotros.
Así entendido, creo que crecimiento significa que el entorno económico y tecnológico permitiría en principio, y preferiblemente de facto, que todo el mundo mejore. Este mundo debe incluir un sujeto muy especial: la Naturaleza. Por cierto, para los sujetos pensantes mejorar significa rechazar el retorno a la situación desde la que se ha "mejorado".
Concluyo en el optimismo: me parece que toda la evidencia de los últimos 300 años nos indica que el crecimiento, como lo acabo de describir, es posible. Lo es por la vía de continuar desatando y controlando el progreso del conocimiento y la tecnología. Hace 20 años la idea de descarbonizar la generación de energía era un sueño al alcance de unos pocos. Ahora lo soñamos la inmensa mayoría y lo vemos posible en cuestión de décadas. Tenemos una limitación: las leyes de la física, pero también un factor muy favorable: la fuente última de energía, el sol, es a efectos prácticos inagotable. Naturaleza y Humanidad no se encuentran en un juego de suma cero.
Andreu Mas-Colell es economista, catedrático emérito de la UPF y de Barcelona GSE y presidente de BIST.