El martes se presentó en el Colegio de Economistas el último número de la Revista Económica de Cataluña. Con un excelente conjunto de colaboradores, se dedicó a "las raíces de la economía catalana". El monográfico era también una ocasión para homenajear a un gran nombre de la historia económica catalana como es Jordi Nadal, y de reconocer el gran trabajo realizado por Francesc Cabana, el actual decano de los historiadores económicos y de la empresa catalanes.
Las raíces de la economía catalana, desde el punto de vista dominante en los trabajos reunidos en este monográfico, se sitúan a finales del siglo XVII, cuando la demanda de vinos y aguardientes por parte de la Europa más rica –Países Bajos e Inglaterra– impactó en muchas regiones de la Europa meridional, desde el norte de Portugal hasta Sicilia, promoviendo el cultivo de la viña, la elaboración de vinos y la destilación de aguardientes. La especialización en esta producción –viña, vinos y aguardientes– desató muchos cambios que activaron la producción de cereales en algunas comarcas, la de tejidos de lana en otras, el transporte de tierra y marítimo en otras y el comercio en todas. El fenómeno, que se apuntaba claramente en las últimas décadas del siglo XVII, fue progresando a lo largo del siglo XVIII, superando las adversidades sufridas por Cataluña en diversas guerras, especialmente la Guerra de Sucesión. El progresivo desarrollo de las manufacturas textiles de lana, después de los tejidos de algodón pintados -las indianas- y su progresiva mecanización acabaron generando una revolución industrial, como la británica pero algo posterior y de menor dimensión. El éxito de la incipiente industria catalana y su impacto sobre la economía española fue extraordinario, permitiendo que Cataluña se especializara en industria hasta convertirse en “la fábrica de España”, desde 1835. En términos internacionales , la industrialización catalana del siglo XIX encaja bien en lo que fue el propio proceso en todo el mundo y sigue de cerca la experiencia británica, con interesantes singularidades.
El monográfico ha iluminado aspectos bien variados, desde la manufactura de indianas, que fue clave para el crecimiento económico catalán del siglo XVIII, especialmente en Barcelona, hasta el papel de la adquisición de habilidades numéricas, derivadas de la orientación mercantil. También el del sistema financiero y el de los empresarios coloniales-esclavistas, que reinvirtieron sus ganancias en Cataluña. O la relativa escasez de mano de obra respecto a la de capital que incentivó siempre las soluciones mecanizadoras de la producción industrial.
La época de maduración y completo éxito del modelo industrial se extiende desde 1860 hasta justo antes de la guerra, en 1935. Son años en los que el liderazgo industrial catalán arrastra el conjunto de la economía española y permite niveles económicos el doble de altos que los de la media del Estado y, en el primer tercio del siglo XX, dentro del primer cuarto de las regiones de Europa Occidental.
¿Hasta cuándo duró este modelo? Indiscutiblemente hasta la crisis industrial de 1975 a 1985. El ingreso en la Comunidad Económica Europea (luego Unión Europea) le dio un nuevo empujón. Aún después Cataluña ha seguido siendo principalmente industrial pero en cada crisis se ha reducido su importancia y ahora ya se ha convertido en una sombra de lo que era. Sin embargo, los recorridos de Cataluña y de Barcelona han sido mejores que los de otras muchas regiones y ciudades que se habían industrializado a lo largo del siglo XIX.
Del liderazgo industrial y económico catalán dentro de España ya queda poco. Cataluña ha aguantado mucho tiempo el pulso con Madrid, pero todos los poderes del Estado han ido erosionando las capacidades competitivas catalanas en muchos campos. Además, la demanda legítima de mayor bienestar ha diluido el espíritu emprendedor. Esta sensación de declive fue discutida, valorizando su contrapartida: la resiliencia de la economía catalana, fundamentada en las economías de aglomeración, formadas a lo largo de su historia, en la continua formación, en la llegada de nuevo talento y en la atracción de nuevas inversiones, extranjeras o locales.
Desde esta perspectiva se insistió mucho en que las soluciones vendrán de más Europa y no de menos Europa, dado que los grandes desafíos son extra europeos y que ningún país europeo puede competir solo con las grandes economías estadounidense y china , y con otros que pueden emerger.
Cataluña, pues, sufre varios desafíos: algunos, fruto de su dinamismo interno; otros, fruto de la hostilidad estatal; y otros, consecuencia de las resistencias a una mayor integración europea –una integración que, cabe recordarlo, normalmente nos ha favorecido.