Infancia

"Mis amigos de Senegal me piden si ya gano dinero"

El senegalés Abdou Karim es uno de los 2.300 menores migrantes solos tutelados por la Generalitat que están en un centro formándose para emanciparse

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Abdou Karim dando una patada a un balón, en el centro de acogida de la DGAIA para menores extranjeros solos donde vive.

BarcelonaAjeno a la batalla política que se ha montado por la reubicación de los menores migrantes solos de Canarias, la vida en el centro de acogida del Vallès donde viven 22 de estos chicos tutelados por la Generalitat continúa con la actividad ordinaria. "Aquí hacemos una carrera contra la mayoría de edad, no podemos perder el tiempo", afirma Lluís Feliu, director de este servicio gestionado por la entidad ISOM. La carrera a contrarreloj se centra en que antes de los 18 años todos tengan su documentación (pasaporte y permiso de residencia con derecho a trabajar), conocimientos mínimos de catalán y castellano y estén encarrilados laboralmente.

Este tiempo, sin embargo, se le está haciendo muy largo a Abdou Karim [evitamos el apellido para proteger su intimidad], que en septiembre cumplirá 17 años. "Sólo pienso en poder trabajar, ganar un dinero y poder ayudar a mi familia en Senegal". Poco después de su último aniversario, Abdou dejó su ciudad natal de Saint-Louis para ir a Dakar, desde donde el 22 de octubre del 2023 zarpó con una barca de madera en dirección a Canarias. Se fue sin decir nada a los padres ni a los dos hermanos pequeños. "Somos pobres y ya llevaba tiempo pensando en cómo podía ayudar a la familia", afirma.

El sueño común de Europa

El sueño europeo está instalado en el imaginario de los jóvenes africanos subsaharianos como una salida para tener una vida mejor y mayores oportunidades. Pocos quieren pensar en todos los peligros que supone embarcarse en una rudimentaria neumática sobrecargada atravesando el Atlántico, en el que murieron 5.000 personas en el primer semestre del año. Una cincuentena de las víctimas eran menores. A los 16 años sólo se conjuga en el futuro. Con un par de amigos, el chico cuenta que saltó a la barca y que no pagó el viaje.

Hablar sobre los detalles de la travesía es delicado porque forma parte de la vivencia personal de cada uno. Son adolescentes que se han separado de las familias y muchos cargan con "la responsabilidad" de echar una mano a la economía familiar, apunta Feliu. El pasaje no es barato y puede llegar a costar dos o tres mil euros, que se pagan con el esfuerzo de toda la familia extensa, con préstamos o también a cambio de devolver el dinero con especias una vez se llega al destino.

Abdou haciendo una videollamada con un amigo suyo de Senegal.

El viaje de una semana en aquella barca con unas 120 personas a bordo dice que fue bastante bien y que la bebida y la comida se repartían entre todos. Por suerte, la embarcación continuó en la ruta correcta y, finalmente, una patrullera la rescatar a pocas millas de la pequeña isla de El Hierro. Afirma que una vez en el suelo ya se veía con un trabajo porque era lo que sus amigos que habían hecho la travesía antes de que él le contaban en las videollamadas.

Paso por cuatro centros

De las condiciones del centro de acogida de Canarias guarda un buen recuerdo. Desde allí llamó a la familia para tranquilizarla: "Mi madre me ha dicho que no entre en ninguna pelea, que haga bondad y trabaje". De Canarias saltó a un segundo centro en Madrid, a un tercero de Alicante y, finalmente, a Barcelona, ​​el destino que tenía en la cabeza desde que salió de casa. Cuenta que uno de sus educadores le pagó el billete de autobús hacia la capital catalana, pero que una vez allí no sabía dónde ir y estuvo tres días sobreviviendo al raso, hasta que unos compatriotas lo vieron y le llevaron a la comisaría. Estas tres noches las recuerda como lo peor de todo, porque se preguntaba qué hacía allí solo y dice que incluso habría vuelto a casa de haber podido.

Para él, Barcelona era básicamente el Barça. Hay dos momentos en que a Abdou se le iluminan los ojos durante la conversación: cuando exhibe las ganas de trabajar y cuando pronuncia los nombres de Lamine Yamal y Nico Williams, jugadores afrodescendientes con los que se siente muy identificado y, de hecho, admite que le encantaría encontrárselos, así como visitar el Camp Nou. Como muchos adolescentes, jugar a fútbol es su gran sueño y se quita el gusanillo en las filas de un pequeño club cercano a la casa donde vive, en medio de una urbanización vallesana. Aquí, Feliu señala las dificultades con las que se topan estos menores a la hora de poder federarse en un deporte y entrar en competiciones oficiales por la exigencia de tener documentación y autorización de los progenitores. En su caso, hasta septiembre no tiene cita en la embajada senegalesa en Madrid para obtener el pasaporte. Ahora está a la espera de recibir la partida de nacimiento.

El centro gestionado por la entidad ISOM donde viven 22 menores migrantes, entre ellos Abdou.

Expectativas incumplidas

Mientras, desde que llegó a Cataluña en el mes de enero, ha seguido las clases en una escuela de adultos con un buen expediente académico, remarca Feliu orgulloso, quien señala que en septiembre ya tiene plaza para un PFI (programa de formación y inserción) de electricidad que le permitirá encauzarlo hacia el oficio de fontanero. "Se trata de que sean lo más autónomos posibles y lo antes posible", dice el experto, que destaca cómo la gestión de las "expectativas incumplidas" es dura. "Son como todos los jóvenes, y cuando ven que deben estar en un centro, cumpliendo unas normas en vez de trabajando, les crea frustración", asegura.

Por eso se les propone participar en actividades de limpieza del espacio o de jardinería que les hacen ganar unos pocos euros para sus gastos. Sin embargo, la mayoría de los chicos ahorran "15 de los 14 euros que tienen de paga", afirma Feliu. De hecho, uno de los mensajes que reciben es que empiecen a hacer un rinconcito para alquilar una habitación. En Cataluña, el acompañamiento de los extutelados (sin distinción de origen) se alarga hasta los 23 años, con una prestación de 700 euros. Abdou no ve el momento de estar ya en este punto porque en su jefe no había ni centros ni tutelas ni escuela. Sólo trabajo.

También la gestión del duelo por haber dejado su casa es una de las grandes asignaturas pendientes. Primero, porque no todos los niños se abren para explicar traumas, miedos o angustias, y después porque no hay capacidad para realizar diagnósticos individuales, ya que los servicios de salud mental no están preparados para atenderlos. "No hay psicólogos que hablen wólof", señala Feliu. A Abdou no le preocupa, dice que se encuentra bien y que, en todo caso, le basta con hablar con los otros chicos del centro durante la ceremonia del té. "Estoy contento y solo quiero estar tranquilo y trabajar", asegura, y explica que la pregunta más común que le hacen sus amigos de Senegal es: "¿Ya estás ganando dinero?" No dice lo que les responde, pero sí intenta sacarle de la cabeza a su hermano pequeño la idea de migrar.

¿Cuántos menores migrantes sólo hay en Cataluña?

La Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) tiene en tutela a más de 2.300 menores migrantes solos, una cuarta parte de todos los tutelados. Las chicas, aunque cada vez son más, representan sólo el 5%. El 60% de los chicos tienen 17 años y el 23% tienen 15. Además, otros 4.000 jóvenes de entre 18 y 23 años reciben un acompañamiento de la administración para ayudarles en la emancipación. En cambio, eledad media de independizarse de los jóvenes catalanes roza los 30 años.

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