Las bacterias de los intestinos podrían ayudar a tratar el alcoholismo

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Un joven tomando una cerveza. Investigacions recientes hacen pensar que el uso  de terapias probiòtiques puede ayudar a combatir el alcoholismo.

El consumo excesivo de alcohol es un problema sanitario de primera magnitud. Se calcula que cada año mueren en todo el mundo más de tres millones de personas como causa directa de beber demasiado alcohol, una sustancia que perjudica varios órganos y sistemas corporales. Según la encuesta estatal de consumo de drogas, alcohol y tabaco en el estado español, casi el 20% de la población de más de 15 años consume de manera excesiva como mínimo una vez al mes, y un 2,2% pueden ser adictos. En estos datos hay, además, un claro sesgo de género: el número de hombres afectados es seis veces superior al de mujeres. En Catalunya, la prevalencia de borracheras durante los últimos doce meses ha sido del 22,3%, más frecuentes en los hombres de edad comprendida entre los 15 y los 29 años. En resumen, entre la población general de 15 a 64 años, el 5,3% de hombres y el 1,8% de mujeres presentan conductas de riesgo en cuanto al consumo de alcohol.

Adictivo como la heroína

Las bebidas alcohólicas pueden generar adicción con facilidad. Según la Organización Mundial de la Salud, su capacidad iguala la de la heroína, a pesar de que los efectos sean diferentes. Se sabe de hace tiempo que afecta las capacidades cognitivas, deteriora la memoria y provoca alteraciones del estado de ánimo, favoreciendo episodios de ansiedad y depresión. Desgraciadamente, no existe un tratamiento lo suficientemente efectivo para el alcoholismo. Por ahora, hay que trabajar en la prevención, especialmente durante la adolescencia y la juventud, dado que la edad de inicio del consumo excesivo se sitúa, de media, entre los 16 y los 17 años. En este contexto, la neurocientífica Xin Li y sus colaboradores, de varios centros de investigación chinos, han hecho una propuesta innovadora y lo han publicado en la revista Frontiers in Neuroscience: utilizar la microbiota intestinal como mecanismo para combatir la adicción al alcohol.

La microbiota intestinal está formada por unas 2.000 especies bacterianas diferentes, e incluye también algunos hongos y protozoos, que se encuentran en simbiosis entre ellos y con el cuerpo. Se sabe que la dieta influye en la composición de esta microbiota, del mismo modo que estos microorganismos influyen en muchos aspectos del funcionamiento del cuerpo, incluido el sistema inmunitario, el metabolismo general y, también, el sistema nervioso. Por ejemplo, se sabe que a través del nervio vago, que vincula los intestinos con el cerebro, determinados productos generados por la microbiota intestinal afectan aspectos concretos del comportamiento, como el estado de ánimo y la plasticidad neuronal. La plasticidad neuronal es la capacidad que tienen las neuronas del cerebro para hacer conexiones nuevas que le permitan adquirir nuevos conocimientos y, junto con el estado de ánimo, influyen en todas las capacidades cognitivas del individuo.

De la barriga al cerebro

En cuanto al consumo de bebidas alcohólicas, se ha visto que cuando es excesivo altera la composición de la microbiota intestinal, que se adapta para hacer frente a la agresión que implica el alcohol. Esta agresión, por ejemplo, afecta la permeabilidad de los intestinos, que se vuelven más permisivos y oponen menos resistencia a dejar que el cuerpo incorpore otras sustancias potencialmente tóxicas. De rebote, este hecho incrementa los procesos inflamatorios. Además, esta microbiota intestinal alterada produce unas toxinas que afectan directamente al cerebro. Estas toxinas afectan especialmente el eje formado por el hipocampo, que gestiona la memoria; la amígdala, que genera las emociones, y la corteza prefrontal, sede del raciocinio y de la gestión de las emociones.

En uno de los experimentos, hecho en ratones, se cogió microbiota intestinal de ratones a los cuales se había suministrado alcohol para simular la adicción a esta sustancia y se trasplantó a ratones normales. A partir de aquel momento, empezaron a mostrar los mismos síntomas inflamatorios, de disminución de las capacidades cognitivas y de estados de ánimo alterados, con episodios equiparables a la ansiedad y la depresión en personas. Esta alteración afectaba el funcionamiento de algunas moléculas y neurotransmisores vinculados al estado de ánimo, como las del sistema dopaminérgico, que influye en las sensaciones de recompensa, de motivación y de optimismo, y en factores que estimulan la plasticidad neuronal, como el llamado BDNF (las iniciales en inglés de factor neurotrófico derivado del cerebro).

Una propuesta con potencial

En otras palabras, el consumo excesivo de alcohol altera la microbiota intestinal, y esta alteración no solo contribuye a los efectos negativos propios de este consumo, sino que favorece que se mantenga, en un círculo vicioso de difícil resolución. Ahora bien, estos investigadores hacen una propuesta que podría contribuir a romper esta dinámica: suministrar determinados tipos de microbiota en las personas afectadas para reequilibrar la balanza. En concreto, han identificado tres grupos de bacterias que podrían contribuir a ello, dado que su presencia en el intestino se relaciona con un buen estado de ánimo y con una mejora cognitiva general. Son bacterias del grupo de las bifidobacterias, de los lactobacilos y de los clostridium. A pesar de que los mismos autores reconocen al final de su trabajo que no hay un consenso generalizado sobre el uso de terapias probióticas, se trata de una posibilidad que podría tener un gran potencial.

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