Los adoquines

Lamine Yamal y la ultraderecha

Lamine Yamal pidiendo el apoyo de la afición durante la España-Italia del jueves en el Gelsenkirchen.
22/06/2024
2 min

A sus 16 años, Lamine Yamal se ha convertido ya en una de las sensaciones de la Eurocopa que se está disputando en Alemania. Él nació en Esplugues de Llobregat, su padre en Marruecos, su madre en Guinea Ecuatorial y se crio en el humilde barrio de Rocafonda, al cual sigue reivindicando con sus manos cada vez que marca un gol haciendo el gesto del 304, los números del código postal.

El joven extremo del Barça ha firmado con Adidas un contrato por 10 años a cambio de 32 millones de euros y ha podido comprarle un piso nuevo a su abuela, su padre y su madre. Hay quien vota a una ultraderecha xenófoba y racista que ni siquiera le considera español o catalán de pura cepa, que demoniza y deshumaniza a chavales como él y que, si pudiera, los expulsaría, vaya usted a saber dónde.

Kylian Mbappé es hijo de un inmigrante camerunés y de una mujer de origen argelino. Nació y creció en Bondy, un municipio de la periferia noreste de París, la típica banlieue francesa de clases populares y fortísima inmigración que pertenece al departamento de Sena-Saint-Denis, uno de los más pobres del país. Su llamamiento a los jóvenes franceses para que ejerzan su derecho al voto en las legislativas añadiendo en su discurso las palabras valores, diversidad, tolerancia y respeto fue un mensaje inequívoco contra la ultraderecha de Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen aunque no la nombrara de forma explícita. No levantar la voz, pasar de largo, escudarse en "yo soy futbolista y no entiendo de política" también es posicionarse, aunque muchos no se lo crean.

Lamine Yamal, Mbappé y otros muchos han subido al ascensor social gracias al fútbol que también les ha dado un altavoz que pueden elegir utilizar o no. Pero no son ellos los únicos que deben cargar con esa responsabilidad, ese peso, esa presión. Sus compañeros blancos, con padres, abuelos y bisabuelos también blancos, nacidos y criados en países que relacionan inmigración y diversidad con delincuencia, que toleran los discursos del odio y que callan frente al auge de la extrema derecha en toda Europa, también pueden utilizar el megáfono y dejar de escurrir el bulto.

Y no, no es necesario que estructuren disertación alguna sobre densas cuestiones socioeconómicas. Basta con que tengan claro que la ultraderecha es racista, xenófoba, misógina, homófoba y que el silencio, a ellos y a sus colegas, tampoco los protegerá.

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