Europa y la amenaza de un Putin victorioso

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Un hombre sostiene una pancarta con una imagen de Vladimir Putin durante una víspera por el difunto líder de la oposición Aleksei Navalni frente a la embajada rusa en Belgrado, Serbia, el 16 de febrero de 2024.

En las repúblicas bálticas, el aliento de Rusia se siente muy de cerca. El ministro de Asuntos Exteriores de Estonia, Margus Tsahkna, advertía hace unos días, durante una visita oficial a Polonia, que “la máquina de guerra rusa se ha puesto en marcha a gran escala, tanto en lo que respecta a las capacidades de producción como a la mentalidad” y que “en tres o cuatro años” pueden preparar un desafío a la OTAN.

El debilitamiento del frente de guerra ucraniano, con un Vladimir Putin que ha eliminado el símbolo más potente de la disidencia rusa y que se prepara para salir ratificado de las urnas, vuelve a alimentar a la imagen de Rusia como una amenaza existencial para en la Unión Europea. Aunque la percepción del riesgo ruso entre los Veintisiete sigue siendo una línea de fractura permanente desde el inicio de la invasión de Ucrania de hace dos años.

Mientras la ira revisionista de Putin resiste, Europa comienza a imaginar escenarios de una posible victoria del Kremlin en Ucrania o de una imprevisibilidad enquistada en sus fronteras.

Los dos últimos años han transformado el corazón de la Unión, desde su concepto de seguridad estratégica hasta el retorno de las perspectivas de ampliación para evitar lo que el analista europeo Luuk van Middelaar llama zonas grises de la vecindad comunitaria. En los documentos oficiales de la Unión Europea la ampliación es hoy, sobre todo, un instrumento de seguridad más que de democracia, como se subrayaba hace más de una década.

¿Qué significa victoria?

Cuanto más se alarga la guerra, más cambia el escenario imaginado por la UE para el fin del conflicto. Desde el inicio de la invasión, los Veintisiete fueron incapaces de ponerse de acuerdo a la hora de definir qué implicaría una victoria ucraniana sobre el terreno.

En junio del 2022, una investigación del centro de pensamiento European Council on Foreign Relations (ECFR) ya apuntaba que “aunque los europeos sienten una gran solidaridad con Ucrania y apoyan las sanciones contra Rusia, están divididos sobre los objetivos a largo plazo”. El estudio dividía a los europeos y sus gobiernos entre los que priorizaban el campo de la paz, es decir, que la guerra se acabara lo antes posible, y los del campo de la justicia, que creían que el sacrificio de la integridad territorial y política de Ucrania implicaría una paz injusta y, por tanto, inaceptable.

La grieta intraeuropea se ha ensanchado cada vez que alguien ha intentado plantear la idea de una negociación para detener el conflicto. Pero, tras el estancamiento del frente militar y del fracaso de la tan anunciada contraofensiva, vuelven las voces que piden una vía diplomática para detener la guerra. El presidente francés, Emmanuel Macron, hablaba en diciembre de ofrecer en Ucrania el "apoyo necesario" para poder negociar en mejores condiciones.

Putin lo tiene más claro: para él, negociación significa capitulación. El presidente ruso advertía a los europeos: "Si realmente desea dejar de luchar, debe dejar de suministrar armas. [La guerra] acabará en unas semanas y después podremos acordar algunos términos", dijo en la entrevista con el periodista Tucker Carlson.

La credibilidad global de la Unión Europea y Estados Unidos no se juega sólo en el frente militar ucraniano sino también en su capacidad de ser unos actores relevantes en los esfuerzos por el fin del conflicto. Y, por eso, en los próximos meses son muy importantes, pese al impasse electoral que se vive a ambos lados del Atlántico.

¿Hasta dónde llega la solidaridad?

En la Conferencia de Seguridad de Múnich, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, reprochó a sus homólogos europeos que Dinamarca había dado a Ucrania todo su stock de artillería pero no veía el mismo grado de compromiso de otras muchas capitales europeas. El ejército ucraniano ha empezado ya a racionar la munición que le queda.

Desde la OTAN reconocen que existen diferencias abismales entre lo prometido y lo entregado o podrá entregarse en los próximos meses. El propio Servicio Europeo de Acción Exterior tiene problemas para cuantificar el alcance real de la contribución de los países de la UE al llamado Instrumento de Paz Europeo, que ha servido para financiar la compra conjunta de armamento. Es más, este fondo comunitario ha agotado los recursos existentes y Alemania lidera el grupo de países que pide repensar su funcionamiento antes de poner más dinero.

Francia, en cambio, ha tirado por la vía bilateral y, el 16 de febrero, Emmanuel Macron y Volodímir Zelenski firmaron en el Elíseo la promesa de una ayuda de 3.000 millones de euros durante el 2024, sin especificar cómo se desplegaría.

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