

¿Los jóvenes son solidarios? ¿Se hacen voluntarios? ¿Se comprometen en causas sociales? No es fácil encontrar datos. Ahora bien, si la pregunta se hace a los responsables de las entidades solidarias, la respuesta es que sí, que lo son, pero que lo son de una manera diferente. ¿Por qué? La realidad es que los jóvenes económicamente están mucho peor de cómo estaban sus padres y abuelos a su edad. La precariedad laboral, la dificultad de acceso a la vivienda y la necesidad de alargar los estudios en aquellos que se puedan pagar másters y posgrados hace que exista una implicación cívica menos regular, más a trompicones. Las fidelidades de antes a un solo proyecto o una sola institución no son ya muy habituales. Si a esto le sumamos unos intereses o prioridades diferentes, y aún añadimos su falta de aversión al cambio permanente, el resultado es un desencajamiento con las organizaciones clásicas de beneficencia. Por otra parte, a pesar de sí mismas, a menudo estas entidades las dirigen cúpulas de edad avanzada con un funcionamiento más o menos burocratizado, aunque no impermeable a los nuevos aires. De hecho, el reto de muchas de estas fundaciones, ONG o asociaciones es precisamente atraer talento y compromiso juvenil, algo nada fácil.
La juventud de hoy tiene especial preocupación por el medio ambiente, por la vivienda y por la igualdad de género. Su activismo se encamina prioritariamente hacia estos campos. Busca, en cualquier caso, causas muy concretas y, en cambio, le cuesta más una implicación en respuesta a la pobreza en general, sea de proximidad o no. Necesita sentirse útil en términos concretos y prácticos, y a ser posible con una implicación directa. De ahí la respuesta inmediata y masiva cuando hay eventos trágicos puntuales, como ha ocurrido con la DANA de Valencia. En momentos así se desborda incluso la solidaridad hasta el punto de producirse situaciones contradictorias. En cualquier caso, el modelo de apuntarse a una entidad y pagar una cuota fija le queda muy lejos y le parece poco transparente.
Vehicular estas ansias de participación es uno de los objetivos que tienen planteados la gran mayoría de entidades de cualquier tamaño y temática, con una trayectoria corta o larga. Y si esto es así a la hora de conseguir voluntariado, lo mismo puede decirse sobre la forma de sumar recursos económicos. En ese punto, la industria de la solidaridad también está cambiando. A través de las nuevas herramientas digitales y de la globalización, han surgido plataformas de captación de financiación que actúan a escala mundial y que hacen de intermediarias entre las empresas que aspiran a ejercer su responsabilidad social corporativa (dando dinero, material u horas de voluntariado de sus empleados) y las entidades sociales de ayuda. De modo que una pequeña fundación barcelonesa puede recibir recursos a través de una plataforma canadiense y puede tener voluntarios de grandes multinacionales con sede en Cataluña, jóvenes o no tan jóvenes. El mundo de la solidaridad está sufriendo una gran transformación.