Las cicatrices de la juventud

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Articular las necesidades económicas de las diversas generaciones es uno de los grandes retos de las políticas públicas.

En Catalunya tenemos pocos jóvenes. El poco más de un millón de personas de entre 16 y 29 años no representan ni el 15% de la población catalana. La falta de jóvenes es un problema en muchos países del nuestro alrededor, pero nosotros lo vivimos más intensamente. A la vez, los jóvenes pesan poco políticamente. No siempre votan, y son poco fieles a los partidos a los que dan apoyo. Por eso no nos tendría que sorprender que la gran mayoría de políticas públicas se olviden de ellos. El problema es que, si no hay oportunidades para los jóvenes, no hay futuro para nadie. 

Esta semana se está celebrando el Congreso de la Juventud de Catalunya, que tuve el privilegio de abrir. Entidades juveniles, representantes políticos, académicos y personas jóvenes debatiendo sobre qué políticas son las más adecuadas, y de dónde tiene que salir el nuevo Plan Nacional de Juventud de Catalunya. El objetivo está claro, permitir que los y las jóvenes catalanes puedan construir su proyecto vital a partir de una estructura de oportunidades. 

Crear tu propio proyecto vital requiere en general dejar el hogar familiar. La tasa de emancipación juvenil en Catalunya ha disminuido constantemente desde la crisis de 2008, y ahora nos encontramos, con la pandemia, en mínimos históricos, puesto que solo uno de cada cinco menores de 30 años vive de forma independiente. Sabemos también que las mujeres catalanas tienen hijos cada vez más tarde, y tienen menos de los que querrían. 

Un mercado laboral que ofrece salarios bajos y contratos temporales a los jóvenes es una de las principales barreras para poder tener una vida independiente o formar una familia. Durante la pandemia, del mismo modo que pasó en la crisis de 2008, la mayor parte de la ocupación destruida fue de jóvenes con baja formación, pero los primeros en ser contratados durante la recuperación serán los más formados. Por lo tanto, las desigualdades que ya había entre los jóvenes se seguirán profundizando después de esta crisis. 

Esto tiene un reflejo claro en la calidad de vida. La pobreza juvenil no ha parado de crecer, y ya llega a más del 23% de los que tienen entre 16 y 29 años. En cambio, las tasas de pobreza y exclusión social de los mayores de 30 años se encuentran alrededor del 18%. Para saber cuál puede ser el impacto de la crisis del coronavirus, desde KSNet hemos calculado proyecciones para los años 2021 (del que todavía no tenemos datos oficiales), 2022, 2023 y 2024. Nos basamos en las previsiones de cambios demográficos y de crecimiento económico para ver qué pasará con las tasas de pobreza y otros indicadores de calidad de vida. 

A pesar de la potencial mejora de la economía poscrisis –antes del potencial impacto de la guerra de Ucrania–, vemos que la tasa de pobreza juvenil aumentaría hasta el punto que una de cada cuatro personas jóvenes en Catalunya estaría en riesgo de pobreza o exclusión social. Una situación que no empeoraría –e incluso mejoraría para las personas de entre 30 y 64 años– en los otros grupos de edad. Lo mismo pasa con otros indicadores de nivel de vida y bienestar, como la capacidad de afrontar imprevistos o el sobresfuerzo que supone la vivienda. 

No olvidemos que la pobreza en la infancia y la juventud produce un efecto cicatriz, y deja una marca para el resto de la vida. Tenemos una generación de jóvenes que ya se ha visto afectada por dos grandes crisis, al final de su etapa formativa o al principio de su vida profesional. Y no olvidemos que las condiciones que tenemos al incorporarnos en el mercado laboral determinan en parte los ingresos a lo largo del ciclo vital. Son demasiados los jóvenes que empiezan su trayectoria vital en paro o con contratos temporales y sueldos precarios. 

El Congreso de la Juventud de Catalunya llega en un momento más necesario que nunca para pensar en el futuro de los jóvenes, y en el futuro de todos. Hay que reconstruir el pacto social intergeneracional, entendiendo que la brecha entre generaciones es un problema al que muchos países se han enfrentado. No se trata de una guerra entre jóvenes y mayores, sino de replantearnos cómo han cambiado las necesidades de cada grupo social. Los costes políticos de diseñar políticas para los jóvenes pueden ser electoralmente elevados. Pero los costes sociales a medio y largo plazo de no hacerlo serán mucho más altos, y los pagaremos entre todos.

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