Newton también probó la alquimia
04/01/2025
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"Somos como enanos a hombros de gigantes, si podemos ver más cosas que ellos no se debe a la agudeza de nuestra vista, sino a su altura". Esta imagen, creada probablemente por Bernard de Chartres, ha atravesado los siglos. La recogió Newton en su ácida polémica con Robert Hooke, su antagonista más entusiasta y cáustico. De Newton la tomó Stephen Hawking al escribir su libro A hombros de gigantes, donde nos explica que así como él se apoyaba en Einstein, éste se apoyaba sobre Newton, Kepler, Galileo, Copérnico… hasta llegar a Hiparco de Nicea, que fue quien nos dejó a todos los cielos en herencia.

Para Newton, el dominio del saber precedente era la clave de nuevos descubrimientos científicos. Teniendo su presente herencia, un investigador atento puede descubrir nuevas relaciones entre las ideas heredadas, garantizando así el progreso científico. Sin memoria no existe genialidad. Hooke, por el contrario, creía que la genialidad poco tiene que ver con la memoria. Su modelo era el creador artístico.

Siguiendo a Newton, Daniel Dennett recuerda a su biografía (He estado pensando) que, a diferencia de los artistas, ningún científico es insustituible: "Saca Shakespeare, Chaucer o Mozart, y eliminarás la creación arbitraria de una mente humana única; saca Newton, Darwin o Einstein, y no eliminarás nada que a la larga la mente por lo general no pueda sustituir". Tiene razón. Las ciencias hacen patentes las verdades que ya estaban de algún modo latentes en el saber precedente, mientras que los artistas crean, hacen aportaciones inéditas al mundo de la vida y, al actuar de este modo, crean también sus precursores, que aparecen como tales a la luz de la nueva genialidad.

En mi opinión las humanidades hoy deben fomentar el diálogo entre el científico y el artista; es decir, entre el pasado superado por la ciencia y el pasado vive en las artes. En el dominio de la creación, el pasado nunca está superado del todo. Si el presente fuera la superación del pasado en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, entonces todos seríamos mejores escritores que Josep Pla por el simple hecho de escribir después de él. Proust, en este sentido se burlaba de la marquesa de Cambremer porque se creía tan «avanzada» que sostenía que Debussy anuló a Wagner al igual que Wagner habría anulado a Chopin. Era una mujer obligada a revisar constantemente sus gustos por mantenerse a flote en el flujo del supuesto progreso del arte.

La imagen acumulativa del saber científico y tecnológico no explica nuestra fascinación por los versos de Safo, una poeta del siglo VI antes de Cristo que nos sigue emocionando. Cualquier ser humano que haya estado enamorado, aunque sólo sea un segundo, lo entiende perfectamente cuando escribe: "pues te miro tan sólo y al punto mi voz enmudece". Cualquier observador honesto de la realidad política asiente cuando descubre que Platón veía a la democracia como una "teatrocracia". ¿Pueden ser superados los canelones de la abuela?

Si ahora mismo se presentara Sócrates a la redacción del ARA, se quedaría pasmado ante nuestras sofisticadas tecnologías, pero si nos detuviéramos en hablar con él de las cosas humanas (de lo bueno, justo, noble, bello...) , lo más sensato no sería subirnos a los hombros, sino sentarnos a sus pies. Él se admiraría, sin duda, de la IA, pero aún más de la persistente estupidez humana, algo preocupante, porque el saber que ha creado la IA, el plástico o la bomba atómica no puede ser el mismo que decida sobre su uso. La ciencia y la tecnología tienen más capacidad para manipular las cosas que para habitarlas, saben mejor cómo modificar nuestra forma de vida que cómo cambiar nuestros impulsos. Sin duda, continuarán con su irrefrenable progreso, viendo en cada horizonte un reto a superar. Y, sin duda, la sabiduría humana seguirá siendo escasa.

Tiene razón Benjamin Labatut. La tecnociencia es una "una parte de nosotros como la tela es parte de la araña", por eso mismo "el progreso será tan complejo y veloz que no podremos comprenderlo". La tecnociencia sabe hacia dónde orientarse; lo que no sabe –ni le preocupa– es si lo que persigue es bueno o malo. La ciencia no es filantrópica. Nunca sabremos qué peligros puede haber escondidos en la última conquista científica. "El peligro es intrínseco. Por el progreso no hay cura", dice a Maniaco. Sin embargo, la ciencia y la tecnología no son el todo del hombre. Por esta razón necesitamos que los artistas, los filósofos, los poetas... sigan ofreciéndonos imágenes geniales de permanencias antropológicas. La necesidad de las humanidades es urgente.

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