

El lunes por la tarde, mientras Trump tomaba posesión de su cargo, en Telecinco, Ana Rosa Quintana prefería centrar su atención en el caso de Íñigo Errejón y su declaración en el juicio. Para abordarlo montaron una suerte de juicio paralelo en el plató. Hacía rato que lo anunciaban en un recuadro de la pantalla para atrapar a la audiencia. "Elisa Mouliaá verá en directo la versión de Errejón ¿Cómo va a reaccionar?". Invitaban a la denunciante para que viera cómo su agresor se había justificado ante el juez y construían expectativas sobre cómo afrontaría ella esta situación ante los espectadores. Quintana la presentaba al resto de compañeros de mesa: "Nos acompaña Elisa, va a responder en directo a esa declaración". Es decir, el programa construía su propio estrado para hacer intervenir a las partes implicadas y que el resto de tertulianos actuaran como un jurado popular y establecieran un veredicto.
Mouliaá se sentó con el resto de colaboradores y se pusieron a observar las declaraciones de Errejón ante el juez. Escuchábamos las preguntas que le hacía y cómo él daba su versión de los hechos. Mientras, la cámara mostraba el rostro de la invitada, que iba haciendo expresiones de desaprobación y malestar ante las respuestas del político. Cabe decir que ni la presentadora ni el resto de tertulianos cuestionaron en ningún momento a la víctima, aunque en este caso no podemos atribuirlo a una mejora de los protocolos mediáticos sino a intereses partidistas de fondo. Desgraciadamente, a la hora de valorar casos de acoso, a menudo existen sesgos ideológicos y conveniencias políticas que predeterminan el posicionamiento informativo
La televisión está proporcionando muchos ejemplos, y este es uno de ellos, de la confusión entre la necesaria divulgación sobre la violencia machista y el espectáculo morboso. Mouliaá se expuso en ese programa a una situación que, a la hora de la verdad, pareció superarla y incomodarla. Quintana, escuchando las preguntas del juez a Errejón, quería saber detalles que necesitaba complementar a través de la víctima, como "si se sacó el pene o no se sacó el pene". El lunes hacían eso, pero cualquier otro día, con otro caso, pueden intercambiar los roles y tener sentado al acusado defendiéndose de los argumentos de la víctima.
Una cosa es informar de estos juicios, interesarse por las versiones y contar con el punto de vista de expertas en violencia machista y abusos de poder que puedan ofrecer contexto a estas noticias, y la otra, muy distinta, organizar los juicios paralelos en directo, incluso con la víctima presente. Ya suficientemente complejo es, en un juicio, aportar pruebas y testigos, desarrollar una defensa, afrontar emocionalmente el trance y revivirlo, como para que los medios se apropien del rol de los tribunales. Hay que reflexionar sobre si se está divulgando o simplificando este tipo de delitos y convirtiéndolos en un simple debate popular. Este tipo de espectáculos son los que acaban disuadiendo a las víctimas de denunciar los abusos que han sufrido.