

La 97ª edición de la gala de los Oscar ha sido un puro trámite por no faltar a la cita de cada año. Esperamos que sea para coger empuje de cara al centenario. En un momento políticamente convulso, en un contexto bélico en el que Estados Unidos tiene mucho que decir, en una situación en la que algunos ciudadanos están perdiendo derechos y libertades, la gran ceremonia de Hollywood optó por mirarse el ombligo y tener la fiesta en paz. Conan O'Brien fue un maestro de ceremonias disciplinado, algo caducado y de chistes sobreactuados. Lo mejor de la noche, su aparición del interior del cuerpo de Demi Moore en La sustancia. Pese a las promesas de ir al trabajo, sus intervenciones habrían podido reducirse a la mitad. "Si todavía está aguantando esto, es que tiene el síndrome de Estocolmo" dijo en el tramo final desentendiéndose del espectáculo. Incluso el homenaje inicial a la ciudad de Los Ángeles, arrasada por el fuego, fue discreto y con una concesión especial a los bomberos de la ciudad. Unos invitados que no provocarán ningún incendio. Este año, las actuaciones musicales fueron la muleta sobre la que sostener el espectáculo. Una propuesta vistosa, pero aburridísima, que contribuye a mantener ese perfil bajo. El arranque azucarado con Ariana Grande y Cynthia Erivo marcaba la tónica de la noche, ramplona y previsible. No fueron originales ni a la hora de elegir la música para acompañar al vídeo de los difuntos. El Réquiem de Mozart es muy bonito, pero en una gala del cine delataba pocas ganas de romperse la cabeza. Las menciones políticas fueron breves, en el momento oportuno y sin estridencias. Incluso el sonido ambiente de la sala parecía bajo estricto control.
Lo más sorprendente de la gala fue su incapacidad para construir un momento de emoción sincera, más allá de Morgan Freeman recordando a su amigo Gene Hackman. Hollywood está en choque o anestesiado y parece funcionar por inercia. El espectáculo musical de homenaje a 007 resonó como un triste adiós a la esencia más pura del espía, después de que se haya consumado la venta de la franquicia en Amazon. El plan más demoledor fue el del realizador buscando a Demi Moore en la butaca después de que el galardón a mejor actriz se lo llevara Mikey Madison para Anora. Un remate irón para quien ha asumido el reto de subrayar la crueldad de la industria cuando te haces mayor.
Adrien Brody, más allá del Oscar a mejor actor, se llevó también el premio al buñuelo de la noche. A medio subir al escenario se dio cuenta de que llevaba un chicle en la boca y, en vez de ponérselo en el bolsillo, se volvió para arrojárselo a su mujer, que con la intrepidez y devoción de una esposa orgullosa, le cazó al vuelo.
Al final, la tan comentada asistencia de Karla Sofía Gascón sólo sirvió para hacer unas cuantas bromas a costa de ella. "Si tienes que piar algo sobre mí, recuerda que mi nombre es Jimmy Kimmel!" dijo el presentador recordando la polémica de sus tuits desafortunados. La gala de los Oscar se ha convertido en una maquinaria que es capaz de deglutir con facilidad las propias miserias de la industria, pero a la que la realidad le cuesta más tragar.