

Donald Trump prometió derribar toda la arquitectura del comercio mundial construida a lo largo de décadas porque considera que perjudica a la economía estadounidense, y en los primeros días de su presidencia está demostrando que no era una promesa vana. La idea de Trump es muy sencilla: obligar al resto de países del mundo a fabricar en su territorio (y contratar a estadounidenses) si no quieren tener que pagar unos elevados aranceles para vender sus productos en Estados Unidos. Este proteccionismo a gran escala, propiciado por la principal potencia económica mundial, puede tener unos efectos desastrosos, tanto para los propios estadounidenses, que pueden ver cómo suben los precios de muchos productos, como para el resto del planeta. Esto es así porque, en la mentalidad de Trump, en las relaciones comerciales nunca hay un win-win, un círculo virtuoso que beneficia a ambas partes, sino que siempre hay una que se aprovecha de la otra. Y él considera que el mundo se ha aprovechado hasta ahora de Estados Unidos y es hora de hacérselos pagar.
Sin embargo, hay motivos para pensar que Trump utiliza esta amenaza de aranceles como medida de presión para obtener cosas a cambio. Esto es lo que ha ocurrido este lunes, cuando Trump ha aceptado aplazar durante un mes los aranceles en México después de que la presidenta del país, Claudia Sheinbaum, se haya comprometido a enviar a 10.000 soldados a la frontera para combatir el narcotráfico. Ese chantaje es el mismo que ya le funcionó en Trump con la Colombia de Petro, a la que ha obligado a aceptar vuelos de deportados. En este esquema unilateral de Trump, el mayor siempre gana al pequeño. Ahora bien, ¿le saldrá igual la jugada con los aranceles en China o con los que dice que también quiere imponer a la Unión Europea? Aquí ya hay más incógnitas, y los mismos mercados que aplaudieron la elección de Trump en su día han reaccionado hoy a la baja arrastrados por los malos resultados de sectores como el automovilístico, uno de los que pueden verse más afectados por una guerra comercial.
En todo caso la Unión Europea debe empezar a prepararse para el peor escenario y no dejarse intimidar por las amenazas comerciales de Trump. Eso sí: será necesario aumentar el gasto en defensa y otros sectores cruciales para alcanzar una mínima autonomía estratégica y no ser tan dependientes del exterior. Y en una guerra arancelaria con Estados Unidos, Europa también puede jugar sus cartas. Ahora bien, a la larga la batalla sólo podrá ganarse si los europeos somos capaces de crear una economía dinámica y competitiva, y en eso hay que admitir que los estadounidenses nos traen mucha ventaja. Pero al igual que la pandemia rompió algunos tabúes e hizo posible programas ambiciosos como los fondos Next Generation, las invectivas de Trump pueden servir ahora para dar más pasos en la integración económica y fiscal de la UE. Por eso será básico mantener la unidad y aislar a los potenciales socios de Trump, como Viktor Orbán o Giorgia Meloni, que pronto verán cómo, a pesar de ser aliados, sus ciudadanos serán víctimas del proteccionismo de Trump.