Es evidente que la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas supone una pesadilla para las relaciones internacionales y, sobre todo, para muchas minorías en el interior de Estados Unidos que ahora pueden ver amenazados muchos derechos ganados gracias a años de movilización social. Las minorías raciales, el colectivo LGBTI+, las mujeres en general, que ya perdieron la protección constitucional al derecho al aborto gracias al Supremo de mayoría conservadora, a los trabajadores y, en general, a aquellos colectivos que necesitan la protección del estado con programas como el Medicare están ahora mismo en amenazados.
Pero lo que ha pasado en Estados Unidos va incluso mucho más allá. La victoria de Trump expresa una crisis política profunda que afecta al mundo occidental, donde la desafección hacia los valores representados por la democracia liberal está llegando a un punto de no retorno. Por eso es necesario también detenerse en las causas de esta desafección e intentar entender qué hay detrás, porque si no será imposible frenarla.
La primera conclusión es que amplias capas de la sociedad norteamericana no ven reflejada en su situación personal la bonanza que indican las cifras macroeconómicas. El crecimiento del PIB puede ser robusto y las cifras de paro irrisorias, pero si con tu sueldo cada vez puedes comprar menos cosas, algo está fallando. La temida inflación castiga especialmente a las clases bajas y medias, alimenta el resentimiento social y provoca que triunfen los discursos populistas de Trump que prometen volver a un pasado que ya no volverá.
Otro factor a tener en cuenta es que los republicanos han reducido la brecha que les separaba de los demócratas en sectores sociales clave, como el voto latino o el de las mujeres. Esto se debe seguramente a su potente maquinaria de propaganda, pero también hay que reconocer que han sabido conectar mejor con los anhelos de las personas que están en Estados Unidos para buscar una vida mejor o que simplemente sienten que se les ha excluido . En este sentido, también los medios de comunicación y ciertas élites que han tendido a despreciar las bases trumpistas tendrán que hacer autocrítica.
Y es que el reto al que se enfrenta ahora la democracia estadounidense no es privativo de Estados Unidos. El avance de la derecha populista es un fenómeno mundial que afecta también al propio corazón de Europa, donde uno de sus principales países, Italia, está gobernado por una aliada de Trump, Giorgia Meloni, mientras Marine Le Pen espera también poder acceder a el Elíseo. En España mismo vemos como estos días la extrema derecha de Vox y otros sacan tajada de la tragedia valenciana, porque cuando las instituciones fallan son ellos los que recogen los votos. Y también en el Parlament de Catalunya, donde hace sólo unos años habría parecido imposible que hubiera una extrema derecha españolista y una independentista con un discurso claramente islamófobo.
Donald Trump no es, por tanto, un fenómeno aislado, pero sí el más importante y peligroso, con mucha diferencia.