En varias conversaciones con estudiantes he captado un problema, que apuntó en este mismo diario Jordi Llovet. Para hacer actividades, en grupo o individuales, buscan información en internet. ¿Cuál es el objetivo? Responder correctamente a la consigna del profesorado, definida en una rúbrica con las competencias, procedimientos y resultados de aprendizaje esperables. Muy bien. Hasta ahí todo está perfectamente organizado. Este es el modelo que llamaré del tutorial: si tomamos el manual de instrucciones de una lavadora o el prospecto de un medicamento, encontraremos explicado con precisión qué hacer para que funcione la máquina o el fármaco. Se trata de un enfoque de tipo práctico orientado a la aplicación de una serie de principios para ser eficaz.
Los estudiantes saben que muchas cosas se pueden buscar en internet para llenar la actividad que responde a este modelo. Gestionan la información. Remueven las agendas y se distribuyen las tareas a realizar (siempre hay alguien que no hace nada). El profesorado es buen gestor: diseña las tareas y enseña a ser eficaz. En un mundo orientado a la productividad como el actual, resulta de gran importancia aprender a ejecutar y gestionar contenidos y habilidades.
Internet es muy útil para cumplir con las instrucciones. Todo lo que diga el profesorado de diferente a internet es una simple cuestión de opinión o de creencia. En este contexto, el profesor tiene el mismo valor que un buen programa de inteligencia artificial.
Pero un momento: ahí hay un problema. Si esto es así: ¿qué sabe el profesor? O mejor dicho: ¿por qué hay que ir a clase, si lo que dice o hace el profesor puede encontrarse en internet? ¿Qué puede aportar el docente, más allá de dar su opinión, por otra parte y en opinión de los estudiantes, del todo “opinable”, ya que se basa en una simple creencia? ¿Cómo reconocemos lo que el profesor dice saber? Los estudiantes igualan información con saber y opinión con creencia. Por ejemplo, no es necesario leer Don Quijote de Cervantes, porque puedes entrar en Google Académico y buscar un artículo que te lo explica, o un vídeo en YouTube de un estudiante que ha tenido que leerlo para hacer, justamente, una actividad que ha colgado en la red. Y listo. ¿Cómo sabemos si lo que se dice es correcto? Pregunta no pertinente. Lo que se dice es correcto, es decir, responde a una creencia individual en la medida en que está en internet.
Los estudiantes tienen razón. Desde el modelo centrado en el manual de instrucciones interesan los procesos, no el significado de lo que se hace ni su cuestionamiento. Por eso, lo que dice un profesor vale lo mismo que la opinión de un instagramer, siempre que sea útil para realizar la actividad.
Otra posibilidad sería pensar en un modelo de elaboración del saber. En este modelo, el profesor ha adquirido unos conocimientos previos a través de una lectura y discusión guiada (por otro profesor) de unos textos (en vivo y en directo) y de unas actividades relacionales, que ha realizado con una persona con más experiencia previa a quien se reconoce un saber. En el instituto dedicamos un curso entero a la lectura de Don Quijote. El profesor nos comentaba aspectos del texto que no habíamos captado. El legado cultural se moviliza "en presencia" de quien habla, que a su vez lo aprendió de otro. Fuiste el discípulo de un profesor y cuando te toque serás el profesor de otros. Internet es un repositorio de datos muy útil, que permite ser autodidacta, pero cuando ya sabes algo previamente, por contacto humano.
Si tiene sentido ir a clase hoy es para encontrar a una persona en presencia (no “presencial”) con cosas que decir y hacer: una persona capaz de vivificar el legado cultural, que son los textos y el saber hacer de la ciencia, la literatura, el arte, la historia, la tecnología (incluido internet). En este modelo, el profesor debe ser muy culto: culto es quien propone un sentido provisional y posible a la cultura, como el profesor de literatura que leía con nosotros Don Quijote. Muestra caminos e interroga certezas poco fundamentadas, cuya respuesta no encontramos en internet y que tienen una garantía de veracidad que debemos plantear preguntando quién o desde dónde se defienden determinados puntos de vista. Así es como los estudiantes adquieren una forma distinta de situarse en relación con el saber que le suponen al profesor y que ellos creen tener. El profesor les hace pensar, no para saber qué opinan en general, sino a partir de un contenido. Y entonces vale la pena ir a clase, porque es un lugar donde ocurren cosas desde donde avanza la civilización.
Quizás, para hacer entender esto a los estudiantes, deberíamos transitar hacia un modelo de elaboración del saber donde el profesor - persona humana los haga reflexionar por medio del legado cultural.