Todos sabemos que las próximas elecciones del 14 de febrero se celebrarán en un contexto anómalo. Por un lado, están la pandemia y los estragos que ha provocado –y, por desgracia, todavía seguirá provocando durante un tiempo– tanto a nivel humano como económico. Por el otro, está la cuestión de la fecha: no deriva de la decisión democrática de los representantes legítimos de la ciudadanía sino de una más que cuestionable abstracción jurídica. Si quieren, también podemos añadir la voluntad de un 29% de los responsables de las mesas electorales de quedar exentos de su responsabilidad debido a una situación de riesgo objetivo. Dicho sea de paso: en caso de que pase algo, alguien tendrá que asumir las consecuencias. Penalmente, quiero decir. En definitiva: la situación es la que es, y supongo que todo el mundo –desde los votantes hasta los representantes políticos, pasando por los jueces que han tomado esta decisión a sabiendas, como dicen ellos– es consciente de ello.
A partir de aquí, se puede actuar de manera coherente o bien incoherente. Si una determinada formación política, o un líder en concreto, considera que, dadas las circunstancias, los resultados de estas elecciones llevarán a la constitución de un gobierno ilegítimo o, cuando menos, dudoso, lo tendría que decir ahora. Ya. Hoy mismo. Incluso, si lo cree oportuno, puede hacer un llamamiento al boicot pidiendo una abstención masiva. Todo ello resultaría honestamente coherente. En sentido contrario, también es legítimo considerar que, a pesar de todas estas dificultades, las elecciones se tienen que celebrar y su resultado será tan legítimo como el de cualquier otro comicio. Lo que resultaría impresentable es que los que ahora están haciendo una campaña más o menos convencional denunciaran a posteriori un supuesto gobierno ilegítimo o dudoso. Ellos mismos lo habrán legitimado por el simple hecho de haber participado en las elecciones. Estoy convencido de que esta tentación puede resultar irresistible para los que saquen unos resultados peores de los que se esperaban. Insisto, sin embargo, en que hasta el domingo tienen tiempo de denunciar lo que quieran. Después no: sería hacer trampa.
La situación, en todo caso, parte de un paisaje de fondo más o menos vergonzoso: la ausencia, ya injustificable, de una ley electoral catalana. Esto no es culpa de Madrid, precisamente. Con disposiciones legales que, entre otras cosas, recogieran los enormes cambios tecnológicos que se han producido desde finales de los años setenta hasta hoy, no nos encontraríamos en una situación como la actual. Si una cosa tan "sagrada" como los impuestos se resuelve hoy telemáticamente, ¿por qué no se puede votar de una manera transparente y segura haciendo uso de herramientas tecnológicas análogas? O cosas más simples: ¿por qué todo el mundo tiene que votar el mismo día? Las posibilidades reales de mejorar el sistema son enormes, y en la mayoría de los casos ni siquiera requerirían reformas legales profundas para poder hacerse efectivas.
Existe, finalmente, una cuestión puntual pero relevante que, por respeto a los electores, habría que tener clara antes de este domingo. La candidata de Junts es Laura Borràs, a pesar de que con ella, en el mismo plano escénico y con el número 1 por la lista de Barcelona, aparece el eurodiputado Carles Puigdemont. ¿Esto cómo se tiene que entender? ¿Quiere decir que se trata de una candidatura que, en realidad, es solo vicaria o simbólica? ¿Qué significa, exactamente? Por supuesto, esta formación tiene el mismo derecho a actuar así como cualquier votante lo tiene también a hacer preguntas tan concretas y directas como la que acabo de formular yo mismo. Se trata de un caso anómalo en el seno de una situación previa todavía más anómala, pero esto no significa que valga todo. Quiero decir, en definitiva, que si el ganador de estas elecciones es Junts, su líder, Carles Puigdemont, quedará referendado como tal. También quiere decir, sin embargo, que si el resultado es otro ya no podrá seguir esgrimiendo un liderazgo que vaya más allá de los límites estrictos de su partido. ¿Verdad que parece razonable? Pues bien, una manera de no complicar tortuosamente la situación sería dejar las cosas claras ahora, no después.
Y volviendo a un asunto al cual ya me referí en un artículo anterior: todos los partidos todavía están a tiempo de explicar, sin trucos retóricos ni metáforas disfrazadas de medidas programáticas, qué quieren hacer. Miren, les seré muy franco: creo que ha llegado el momento de interpelar a los candidatos con una pregunta muy sencilla. Es la siguiente: "¿Usted qué quiere hacer para mejorar la situación de mi país?" Digo "usted", y no "tú", porque todo en esta vida está connotado, y a mí no me gusta hacer el hippie.
Ferran Sáez Mateu es filósofo