Defender la democracia

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El presidente de Estados Unidos lanza un gorro con el lema "Keep America Great" durante una concentración de campaña en el aeropuerto internacional de Waterford en Michigan, el 30 de octubre de 2020

Existe un creciente sentimiento entre la ciudadanía de que la democracia está en crisis. Los populismos se presentan a sí mismos como atajos políticos que permiten mejorar la eficacia de nuestras sociedades, que, de acuerdo con este sentimiento, sufren la “inutilidad” de la democracia, del estorbo que representa su liturgia.

El capitalismo democrático, el orden mundial y el medio ambiente comparten un atributo: son frágiles. El orden mundial –con las guerras de Ucrania y Gaza, los miles de muertos en el Mediterráneo y el medio ambiente con un calentamiento de 1,5 ºC en el 2023– no necesita explicación alguna: está en peligro. El capitalismo democrático, también. El 57% de la producción mundial se ha realizado en estados democráticos en los que vive el 16% de la población. Este desequilibrio entre riqueza y población forma parte del problema. El sur no acepta muchas de las políticas del norte.

Por el cuidado de las minorías hemos olvidado a la gran mayoría de la población trabajadora, con ingresos bajos, que ha sufrido con especial dureza la globalización; se ha perdido empleo, y los salarios han descendido para competir con los productos de países con mano de obra barata. Esto ha impulsado el conservadurismo –“volver al pasado”– y el autoritarismo –“que manden los que antes mandaban cuando las cosas iban bien”–. Make America great again.

El autoritarismo busca la confrontación. Por eso la respuesta debe ser la flexibilidad sin ceder en lo importante. La confrontación debe ser el último resorte. Entender las ventajas aparentes del autoritarismo es fácil; entender las de la democracia, difícil. Se debe actuar con inteligencia; hoy las modas y tendencias dominantes son las que son. El autoritarismo vuelve, no por miedo como en los años treinta, sino por una autoafirmación tan gratuita como impostada. Trump transmite que es mejor que los demás y lo cree. Sus seguidores también. Los errores evidentes de sus cuatro años de mandato no han servido de experiencia… De ninguna experiencia.

Los electores son más tribales que racionales. La gente vota por empatía y por antipatía, poco por racionalidad o por cuestiones concretas. En 1797, en su discurso de despedida, George Washington advirtió que uno de los dos bandos enfrentados, demócratas y republicanos, intentaría acaparar el poder con la ayuda de un líder carismático, y que esto podría hacer que el compromiso de la ciudadanía con las reglas de una república democrática se diluyera y el autoritarismo se impusiera. Entonces no ocurrió, pero el peligro está ahí: Trump.

Esto lleva a la teoría de que el sufragio universal debería restringirse a los ciudadanos más informados y cultos. Volveríamos a la idea platoniana de que solo deberían votar los sabios: la república de los filósofos.

Para no caer en el fuego, caemos en las brasas. Karl Popper recordó que en las ideas de Platón está el origen del autoritarismo. En la práctica es imposible poner una barrera de aceptación general que permita a unos votar y se lo impida a otros. Y si esto es impracticable, el ejercicio supremo de la democracia, votar, se convertiría en un conflicto y no un derecho universal.

Como dijo Churchill: “Se han intentado muchas formas de gobierno en este mundo de pecado y aflicción. Nadie pretende que la democracia sea perfecta y omnisciente. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno con la excepción de todas las demás que a veces se han intentado”.

Jason Brennan, escéptico con la democracia, reconoce que “la democracia está positivamente correlacionada con una serie de beneficios importantes y esto no puede ser una mera casualidad, sino que debe haber una causalidad”. Los mejores sitios del mundo para vivir son democracias. Si a aquellos europeos y americanos deslumbrados por la eficacia china les preguntaran dónde querrían vivir, pocos dirían en China.

La razón principal es la rendición de cuentas, que reduce la corrupción y permite la crítica. En 2019, de los 20 estados menos corruptos del mundo, 18 eran democracias. EEUU ocupaba el puesto 24; China, el 81, y la Rusia de Putin, el 144.

La diferencia entre una democracia y una autocracia reside en la posibilidad de cambiar el gobierno si resulta corrupto, tiránico o simplemente ineficaz. Martin Wolf, analista económico del Financial Times, afirma que no existe alternativa creíble a la combinación de la democracia liberal y el capitalismo de mercado porque ambos se necesitan mutuamente.

El autoritarismo, como contrapartida de la democracia, tiene dos formas. En el autoritarismo demagógico se erosiona la democracia desde dentro y el gobernante abusa de su autoridad. Como Putin y Erdogan. En el autoritarismo burocrático, los mandarines controlan el poder, lo blindan. Por ejemplo, el Partido Comunista Chino. El origen de estos dos autoritarismos es diverso, pero el resultado es idéntico: la falta de libertad. La solución es conocida: el sistema debe obligar a repartir el poder entre autoridades independientes. Mejor tres que dos (Montesquieu).

La democracia es una construcción permanente. Nunca se llega del todo. Es una situación de tránsito con un principio incuestionable: el respeto de las reglas del estado de derecho y la adaptación permanente de estas a los cambios sociales. Se deben hacer explícitas sus ventajas para que se perciba el interés de respetarlas.

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