El discurso de Pol Guasch

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Creo que el discurso de Pol Guasch fue un discurso brillante, valiente y adecuado a las circunstancias, porque nada se adecuaba tanto a aquellas circunstancias como la voluntad de romper cualquier adecuación convencional a las circunstancias. No conozco personalmente a Guasch –me gustaría mucho– y Napalm al cor (Napalm en el corazón) es un regalo de Sant Jordi que tengo pendiente; sin embargo, intuyo que, si los escritores en lengua catalana nacidos en los noventa –como el mismo Guasch, Anna Gas, Irene Solà, Sebastià Portell, Irene Pujadas o Laia Viñas, entre otros– tuvieran que formar un club, yo, contrariamente a lo que afirmaba el Marx más divertido, estaría encantada de que me aceptaran como socia. 

Aun así, Pol Guasch habló precisamente de la importancia de no hacer clubes; de enfatizar la singularidad en detrimento de la tendencia –no sé si arrogante o naif– a charlar en nombre de un todo, de una generación; de un grupo de creadores que tal vez tienen poca cosa en común más allá de la casualidad de amar la palabra escrita; del accidente de haber llegado al mundo en una misma década y de haber crecido con unos referentes –o con una carencia de referentes– necesariamente compartidos en algunos casos, si bien no siempre, o no por siempre jamás. Guasch se aferró a una individualidad que a menudo se vuelve precaria o contradictoria cuando las redes se hacen eco de ella: basta con que Guasch advierta que no habla en nombre de ningún colectivo para que la colectividad aplauda sus palabras, como si la proclama de un pensamiento no extrapolable y nada gregario consiguiera el efecto antagónico.

Por un lado, me alegra que sea así, porque pienso que las palabras de Guasch transmitían honestidad, criterio y convicción; por la otra, y como siempre que hay un consenso sobre cualquier cosa –es decir, cuando en mi timeline me encuentro una cosa parecida en la unanimidad–, me chirría esta efervescencia twitteriana, más todavía cuando me doy cuenta de que, por encima de todo, las opiniones favorables a las ideas de Guasch ponen el foco en la provocación del discurso; en el acierto de romper el guion en un contexto particularmente acotado; en las referencias a la juventud, al desafío, al elefante en el bazar político-institucional, y no tanto al contenido. 

La osadía y el coraje de Guasch no solo son alabados por sus defensores, sino que nutren algún artículo salpicado de paternalismo y algunos tuits exaltados de otra autora joven que también fue noticia en su momento por una entrevista combativa. Y es que la subversión estimula venga de donde venga, pero, en un mundo dominado por las etiquetas, creo que priorizar los elementos que rodean el mensaje-discurso-entrevista provocador de una persona joven por encima del mensaje-discurso-entrevista en sí mismo –y, sobre todo, y más importante todavía, por encima de la obra que ha llevado al autor hasta allí–, también es una forma de condescendencia y de reduccionismo, además de una manera efectivísima de condenar a los escritores jóvenes a buscar permanentemente la controversia para hacerse oír, al darse cuenta que, si no, nadie les escucha. Ni los lee. 

Laura Gost es escritora

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