La dura realidad de los talleres textiles ilegales en Marruecos

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09/02/2021
2 min

Marruecos es un país que es geográficamente cercano y con quien Catalunya mantiene unas importantes relaciones económicas desde hace tiempo. A la vez, Catalunya acoge una importante comunidad inmigrada marroquí. Aun así, desconocemos muchas cosas de su cruda realidad socioeconómica. Este lunes unas inundaciones en Tánger han provocado la muerte de al menos 28 trabajadores (19 mujeres y 9 hombres) en un taller textil ilegal. Las mujeres, que trabajaban en una planta subterránea, han muerto ahogadas, mientras que los hombres lo han hecho electrocutados cuando el agua ha entrado en contacto con la maquinaria. Como ya pasó con el derrumbe de una fábrica ilegal en Dhaka, Bangladesh, en 2013, donde murieron más de 1.000 trabajadores, el accidente ha puesto a descubierto la dura realidad de los talleres textiles ilegales, donde se trabaja en condiciones insalubres por unos sueldos ínfimos, como si estuviéramos todavía en la Inglaterra retratada por Dickens.

Este caso, sin embargo, tendría que servir para despertar conciencias en el mismo Marruecos, donde ya hay voces que piden una investigación a fondo y depuración de responsabilidades, pero también para que aquí tomemos conciencia de lo que pasa en el norte de África, y de las condiciones que provocan que cada año miles de jóvenes decidan abandonar sus países de origen para buscar un futuro mejor en Europa. Una de las cosas que habrá que averiguar es si este taller trabajaba de manera irregular para grandes marcas del textil occidental, como sí que pasaba en el caso de Dhaka. Es posible que no fuera el caso de este taller en concreto, que parece que se dedicaba a confeccionar ropa de muy bajo coste para vender a la población local, pero diferentes ONG como por ejemplo la asociación Attawassoul ya hace años que denuncian, en el marco de la campaña Ropa limpia , que en Tánger funcionan muchos centros de producción ilegales que sí que trabajan para marcas conocidas.

Un estudio de esta ONG denuncia que las mujeres hacen jornadas de 55 horas semanales por un salario de 250 euros mensuales. Y lo hacen en unas condiciones en las que, por ejemplo, a menudo solo las dejan ir al lavabo una vez al día. Por lo tanto, desde Europa los ciudadanos también tienen que tomar conciencia de la importancia de presionar a las empresas del textil, sean más grandes o más pequeñas, para que, en el supuesto de que decidan producir en el Tercer Mundo, lo hagan respetando los estándares de seguridad laboral occidentales. Porque detrás de los precios bajos a menudo se esconde una realidad mucho más cruda: la de la explotación laboral que en casos como el de ayer pone en peligro la vida de los trabajadores.

En este contexto, las autoridades tendrían que ser mucho más proactivas a la hora de exigir a las grandes marcas que respeten los derechos laborales por todas partes, y los consumidores tendrían que poner en valor la producción local, o al menos la que se hace sin explotación. Esperamos que en los próximos días haya más detalles sobre el accidente de Tánger y todo ello sirva para empezar a desmantelar estos circuitos de economía informal para incorporarlos a la legalidad. No será fácil ni se hará de un día para otro, pero tampoco hace falta que mueran mujeres ahogadas en un sótano para empezar a actuar.

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