Generación de 2006: ¿jóvenes sin patrimonio?

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Estudiantes haciendo la selectividad en la UPF

Un buen grueso de los nacidos en el 06, como ellos mismos se autodenominan, pasaron por los exámenes de selectividad la semana pasada. Ahora estarán disfrutando de un merecidísimo verano, todavía ajenos a las dificultades que les supondrá emanciparse, si todo sigue en la misma dirección. Sin embargo, y atendiendo a las estadísticas, acceder a la universidad sigue siendo la mejor opción. En 2023, la tasa de paro entre personas con estudios superiores fue del 13,4%, muy por debajo de la de jóvenes con estudios obligatorios, que superó el 32%.

En 2023 se alcanzaron unos mínimos históricos de paro entre los jóvenes de 15 a 29 años. Una tendencia que parece consolidarse, según los datos de la EPA del pasado mes, que vuelven a batir récords de mínimos históricos de paro para esta franja de edad. También como evolución positiva, la reforma laboral de 2022 ha favorecido la reducción de los contratos temporales, situándolos en el 36% (sólo dos puntos por encima de la media europea). El porcentaje de muñecos (ni trabajo, ni educación, ni formación) también se sitúa a dos puntos de la media europea, y ya con la mirada puesta en alcanzar el objetivo fijado para 2030 del 9%.

¿Qué va mal, entonces? Primero: en 2023, la media de paro juvenil en España fue del 21,3%, todavía (demasiado) lejos de la media europea, de sólo el 11,2%. Segundo: contratos temporales y parciales no deseados. Y tercero: sueldos bajos.

Un informe publicado por el Banco de España, con datos históricos de dos décadas, confirma la poca capacidad adquisitiva de los jóvenes, y sus dificultades para ahorrar y acumular patrimonio en comparación con generaciones anteriores. El mismo documento apunta a que la raíz de esta diferencia intergeneracional radica en la crisis financiera y económica, que hizo estragos entre los jóvenes recién incorporados al mercado laboral y que fueron de los primeros en perder su trabajo o que sufrieron una reducción de sueldos que todavía se arrastra. Estamos hablando de las generaciones de los años 90. Aunque, en ese momento, el gobierno español creó el Plan de Garantía Juvenil, apenas pudo contener las cifras. También la Covid-19 fue en contra de la generación de jóvenes que se estaba incorporando al mercado laboral.

Ante esta situación, una de las salidas de los jóvenes ha sido irse al extranjero en busca de mejores oportunidades laborales. Alrededor de dos tercios de las personas que se marchan son jóvenes, sobre todo graduados universitarios, pero también con otros niveles educativos. Por un lado, las personas con estudios superiores se marchan para encontrar un trabajo congruente con sus estudios y evitar estar sobrecalificados por su trabajo. Y siendo conscientes de que los primeros años son determinantes en la construcción de un capital profesional que va a influir en la trayectoria laboral a lo largo de la vida. También consideran que los sueldos son demasiado bajos para construir un proyecto vital propio, sobre todo en relación con el acceso a la vivienda. Por otro lado, los jóvenes con otros niveles educativos, aparte de sueldos bajos, buscan evitar situaciones de precariedad relacionadas con la temporalidad o parcialidad. Algunos se ven abocados a combinar más de un trabajo para poder llegar a fin de mes. Tanto unos como otros, una vez están instalados en el país que los acoge, se sienten más valorados: la cultural laboral es diferente, y ven cómo sus esfuerzos son pronto recompensados ​​con mejoras en el sueldo y mayores oportunidades laborales.

La pérdida de capital humano es un mal negocio para un país. Tras una gran inversión educativa, la persona marcha y pone en riesgo el relevo generacional en ámbitos estratégicos. Las políticas públicas, tanto a nivel estatal como autonómico, pretenden favorecer el retorno de este talento antes de que se haya producido un arraigo irreversible en el país de acogida. Si los emigrantes eran valiosos antes de irse, ahora lo son más; son personas con idiomas, riqueza intercultural, exposición a otras formas de trabajo y una demostrada capacidad de adaptación a otros entornos. Pero, para que vuelvan, es necesario un país que pueda ofrecer un entorno suficientemente atractivo.

La solución teórica es sencilla: mejorar las condiciones de trabajo de los jóvenes. Esto implica generar mayores oportunidades laborales, ofrecer estabilidad y sueldos que permitan emanciparse. ¿Cómo se logra? Teniendo un tejido empresarial en sectores suficientemente competitivos para pagar estos sueldos. Por eso, el secretario de estado de Seguridad Social y Pensiones sacaba pecho de los puestos de trabajo generados en sectores científicos, técnicos y relacionados con la tecnología de la información. Las propias empresas están comprobando que la competitividad empresarial basada en los sueldos bajos, a largo plazo, termina también empobreciéndolas. Pero ese cambio de modelo empresarial no se alcanza de un día para otro: los pactos nacionales por la industria, si funcionan, tardan décadas. Mientras, quizás harán falta medidas radicales, como la propuesta de Piketty de pagar 20.000 euros en concepto de herencia universal. No sería la primera opción. Ni la segunda. Pero empieza a ser urgente empoderar a los jóvenes, ayudarles a emanciparse, a construir su camino para que tengan suficiente experiencia acumulada y puedan tomar el relevo de los de los 60 y los 70.

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