Hoy hablamos de
Emma Vilarasau en 'Casa en llamas'
04/02/2025
Escritora
3 min
Regala este articulo

Emma Vilarasau, con su talento, sus años y sus arrugas, aprovecha los premios que recibe por la extraordinaria interpretación de Casa en flames para lanzar un discurso contundente: si el cine ayudara a normalizar la vejez, dice, muchas mujeres dejaríamos de castigar nuestros cuerpos.

No podría estar más de acuerdo contigo, Emma, pero tengo que decirte que, de momento, vamos por mal camino. Por un lado, las actrices mayores que tienen la suerte de tener papel protagonista, tanto en Hollywood como aquí, suelen exhibir caras y cuerpos operados. Con honrosas excepciones, claro. Por el otro –y más preocupante–, entre las mujeres jóvenes que triunfan en el cine, y no digamos en el mundo de la televisión y de las influencers, lo habitual es empezar a retocarse mucho antes de cumplir los treinta.

Durante un cierto tiempo me pareció que entre las chicas más jóvenes había arraigado la idea de no dejarse torturar por la presión estética. Hablo de chicas de quince o dieciséis años, prácticamente adolescentes, todavía. No se depilaban, no se exigían cuerpos normativos, vestían con toda libertad sin tener en cuenta la moda. Francamente, creo que esta tendencia ha ido a la baja y más bien estamos yendo hacia el otro extremo: mucha cirugía estética, muchos trastornos de la alimentación, mucha ansiedad.

Es un ejemplo de ello el documental que ha estrenado 3Cat Sempre imperfectes, con testimonios creíbles y sorprendentes de personas anónimas y populares que confiesan haber sido víctimas de este tormento que llamamos presión estética. Gordofobia, trastornos alimentarios, racismo, discriminación, un infierno lleno de horrores que es el mundo en el que nos hemos acostumbrado a vivir. "Hemos llegado a un punto en el que la sociedad prefiere que estemos enfermos antes de que estemos gordos", dice un enfermo de anorexia.

Y la guinda del pastel son los testimonios que dan fe de la presión que significa envejecer –especialmente para las mujeres–. Digo que es la guinda porque puede que los espectadores no sean ni gordos, ni negros, ni tengan una minusvalía ni sufran ningún trastorno alimentario. Incluso puede que todavía sean jóvenes. Pero todos –es decir, si tienen suerte y viven muchos años– van a envejecer.

¿Cómo podemos permitir que se nos convenza para huir, dejándonos el dinero y quizás la salud, de una evolución que es natural y que nos llegará indefectiblemente a todos y a todas? Es absurdo. Es indignante. Y sin embargo ocurre y, como decía al principio, no soy demasiado optimista respecto a la posibilidad de que esto cambie significativamente.

Es una de las muchas cosas que sabemos, que constatamos cada día y que contemplamos con pavor, aterrorizados por el mismo miedo. Como el cambio climático. Como el ascenso de la extrema derecha. Como la minorización del catalán. Como el bajón de la enseñanza. Como la imposibilidad del acceso a la vivienda de los jóvenes. Como la pérdida de personalidad de las ciudades. Como el riesgo de nuevas pandemias. Como las guerras. Como la amenaza de desaparición del campesinado y de los pescadores. Como la violencia de género.

He leído recientemente que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo en 2030. No falta mucho. Quizás acabaremos siendo un ejército de trastornados y quizás entonces –solo quizás– ya no nos importará si estamos delgados o gordos.

stats