1. Impotencia. “La muerte y la ignorancia no hacen un relato”. Lo dice Cécile Alduy, francesa, investigadora en literatura en Stanford, después de recordar dos momentos de Macron: en 2017 cuando declaró que pretendía ser el “maître des horloges” (es decir, el que marca el paso) y el 15 de marzo de este año cuando dijo que “el propietario de este tiempo es el virus, desgraciadamente”. Impecable síntesis del impacto de la pandemia sobre la política que no encuentra la manera de encajar la crisis actual en sus formas habituales de presentación discursiva: el eufemismo, la promesa, la confrontación. De momento, incapaces de construir un discurso alternativo basado en la empatía y la complicidad, los dirigentes políticos no encuentran otro recurso que el miedo, como si fuéramos niños.
Es clásica la diferenciación entre necesidad y deseo. Las necesidades piden respuesta y tienen un recorrido, el deseo es insaciable. Y la política se mueve entre la presión para afrontar las necesidades, por las que finalmente será juzgada, y la alimentación del deseo en forma de gran promesa, siempre lejana, para encuadrar a la ciudadanía.
La pandemia evidencia la impotencia de la política –al mismo tiempo que hace emerger déficits y fracturas que vienen de lejos– y desdibuja las ilusiones de futuro. De hecho, ya hacía mucho tiempo que vivíamos en una especie de presente continuo, que nos había llevado a olvidar el pasado y había oscurecido el presente con la potencia de unos cambios tecnológicos que parecían minimizar la condición humana. Y de golpe nos hemos encontrado confrontados a las nuevas vulnerabilidades, es decir, a los riesgos de creer que el crecimiento y el desarrollo tecnológico (convertidos en nuevas ideologías de salvación) nos redimirán. De momento, ni siquiera han podido evitar una pandemia como las que arrasaban sociedades muy retrasadas.
Conclusión: las puertas del futuro solo las abriremos desde la experiencia del presente, que es como este se hace pasado. ¿Cómo hacer de la pandemia trampolín hacia un discurso político que abandone el eufemismo y la polarización, en favor del reconocimiento y la asunción de la realidad, recuperando la cultura democrática de solidaridad y evitando así el camino, que a veces parece ya irreversible, hacia el autoritarismo postdemocrático, que parece el destino de la dogmática económica neoliberal?
2. Frustración. No deja de ser frustrante el espectáculo que vemos estos días de plena disociación entre las necesidades de la pandemia y los furores de la política. Lo vemos en Madrid, casi como una caricatura, donde el desmadre con el que se ha gestionado la pandemia se quiere convertir en una batalla política puesta, por Ayuso, bajo el lema "Socialismo o libertad". Por grotesco que parezca es una manifestación más del conflicto central de la política de hoy: proyectos autoritarios al servicio de la economía más desregulada y descontrolada contra las pulsiones equitativas de la tradición democrática. La iniciativa de Biden en los Estados Unidos, que está aprovechando el impacto de la pandemia para convocar al mundo a un nuevo New Deal, puede reparar los destrozos de Trump pero veremos hasta dónde puede llegar. Mientras tanto, el autoritarismo sigue haciéndose un hueco por todas partes, en sus diversas decantaciones, por ejemplo en México, como explica Roger Bartra en Regreso a la Jaula, un libro donde pone en evidencia el proyecto reaccionario del presidente Obrador.
Y precisamente porque son mutaciones que crean tendencia hay que apelar a la regeneración democrática. No puede ser que en una situación como la actual pasen las semanas y Catalunya no tenga gobierno por unas pugnas de grupos –que, bajo discrepancias estratégicas, mal disimulan una pugna de posiciones e intereses–. Como no puede ser que Catalunya renuncie a una política activa en los diferentes frentes que tienen que servir para la reconstrucción, en nombre de posiciones de principios que solo son expresión de impotencia. Cada cual tiene que aprender de sus experiencias. Nosotros tenemos dos recientes: los avatares de una confrontación política que hace tiempo que reclama responsabilidad a todas las partes, y predomina la sordera; y la gestión de la pandemia, que sigue instalada sobre el miedo y sobre la arbitrariedad de una estrategia capriciosa de abre y cierra. Dicen que las crisis son oportunidades. La política tiene una para recuperar su reputación. Menos soberbia, más empatía.
Josep Ramoneda es filósofo