Pedro Sánchez el pasado 25 de julio en la auguración de la Galería de las Colecciones Reales, en el Palacio Real de Madrid.
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Puigdemont era un problema hace cinco años, hoy es una anécdota”
Pedro Sánchez, 9 de julio de 2023

La noche electoral del 23-J dejó unas cuantas paradojas, corregidas o ampliadas, en el tablero político catalán, el celtibérico y casi también el europeo. Quizás la más evidente, ratificada ayer por la Junta Electoral Central, es que el futuro de la legislatura dependerá de nuevo de los votos del independentismo en general, de Junts en particular y singularmente de Carles Puigdemont, presidente en el exilio desde hace más de cinco años. Y eso que en el ruido de los primeros compases de la campaña, el presidente Pedro Sánchez afirmó tajante, sumándose al mercado electoral en el que deshumanizar el exilio y repartir palos al independentismo cotiza al alza, que Puigdemont ya era una anécdota de la historia. De anécdota mínima, mira por dónde y de la noche a la mañana, a protagonista máximo. No es la única reubicación poselectoral. Vivir para ver, Jaume Asens también tomó protagonismo al día siguiente de una campaña en la que lo habían desvanecido. Defenestrado por una parte de los suyos antes de las elecciones, todo Sumar salió a buscarlo a toda prisa esa misma noche, vindicando precisamente –puente con el soberanismo, sensibilidad antirrepresiva, conciencia de conflicto irresuelto– todo lo que había motivado su cancelación como cabeza de lista. De hecho, el referéndum que Yolanda sacó del programa electoral entra ahora en la realidad poselectoral. Las carambolas y los caprichos de la historia, ya ven. Con otro efecto espejo que en el cuartelero cuartel de Vox provocaba espanto, urticaria y cefalea: Catalunya y el País Vasco –el problema español– decantaban la balanza y obturaban a la ultraderecha, también en dimensión europea.

Desde esa noche, llueven paradojas, pausas y silencios. Pero como diría ese a quien el viento se llevó, ¿oyen este silencio? El silencio elocuente, estos días, de Grande-Marlaska y Margarita Robles. Porque también la historia corta los ata y la hemeroteca larga los pilla, con una retahíla de contradicciones que ríete de los sofismos. Si Grande-Marlaska ubica la lucha contra el independentismo dentro de la estrategia española de lucha contra el terrorismo –en la respuesta de Interior, de septiembre de 2022, al contencioso interpuesto por Òmnium Cultural a raíz de las sucesivas infiltraciones policiales descubiertas–, ¿qué hace negociando todo un gobierno con sospechosos de terrorismo? Si Margarita Robles justificó Pegasus para combatir a los que luchan contra la Constitución, ¿qué hace su gobierno provisional o hipotético negociando con fuerzas anticonstitucionales? Al fin y al cabo –¿en qué quedamos?– el propio presidente que opta a la reelección, Pedro Sánchez, afirmó categórico en la penúltima sesión de investidura que protagonizó en 2019 lo siguiente: "Catalunya se rige por una ley que no ha votado". Han pasado cinco años. Y sigue rigiéndose por una ley no votada por su sociedad. Mientras, Joan Esculies escribe: "En estos años, la Moncloa no ha querido resolver la carpeta catalana, sino dormirla".

Paradoja adicional no menor del mercado de verano: el independentismo, con muchos menos votos, es clave y mantiene el mismo poder, o más, de incidencia y decisión que en 2019. Curioso, también. Pero una cosa no quita la otra: que respecto al 1 de octubre de 2017, tan lejos y tan cerca, el independentismo ha perdido más de la mitad de los votos. De 2.044.038 votos a 985.998 sufragios. Y con otra evidencia en el país de las urnas: que el PSC ganó las elecciones con un 34%, que Sumar fue segunda fuerza; el PP, tercera; y que la abstención y el voto útil han sido también protagonistas. Ni siquiera conjuntamente el independentismo es primera fuerza el 23-J: con un 28%, en mínimos históricos, queda a seis puntos y medio del 34,49% obtenido por los socialistas. Y sin embargo, la anomalía –y el murmullo– persiste. Porque la sociedad catalana y española se han acostumbrado a convivir con un exilio europeo de todo un president de la Generalitat, con el espionaje, la guerra sucia y los infiltrados. Y sí, Carles Puigdemont opera como metonimia de un todo que tiene recuento exacto: 4.200 represaliados que muchos –algunos de ellos, los que ahora corren a buscar apoyos– han minimizado, banalizado o justificado. E incluso cuestionado con una confusión deliberadamente sesgada: solo quieren contar a los que todavía tienen causa judicial pendiente. 550. Como si los 712 alcaldes investigados, los 1.066 heridos con absuelta impunidad, los 65 investigados por Pegasus o los multados con millones no contaran. Citemos a los demás, por si acaso: el teorema de "no hay solución sin Puigdemont" lo pronunció también Iván Redondo en noviembre de 2021 en Barcelona. Y que la autodeterminación "hay que estudiarla" lo dijo a micrófono abierto la flamante miembro del TC, María Luisa Segoviano, el pasado enero.

Con las luces largas, uno insistiría hasta la madrugada en que una de las voces más lúcidas de estos últimos meses –y años– ha sido la del filósofo Santiago Alba Rico. En su análisis del 23-J ha afirmado dos cosas sensatas y razonables. La primera, que las elecciones las ganó finalmente la dificultad. La segunda, que el nudo o la caja hispánica tiene dos referencias históricas complicadas: Gordias y Procusto. Gordias –de donde proviene el concepto nudo gordiano– para quien piensa que de un solo corte se puede solucionar todo y desatar todos los nudos. Procusto, por la criminal manía encajadora, de mermar o alargar cuerpos –machetes o cuerdas– para meterlos en su cama, de tamaño único, como la España eterna. Habría que añadir –Zeus, Hades y Posidón– una tercera referencia mitológica: jugar a tirar los dados a los dioses. Y una cuarta inevitable, la del gobierno a la sombra de los jueces que el 24-J ya hacía cábalas electorales vía Fiscalía: orden de detención contra Puigdemont.

Con el retrovisor imprescindible, dado que lo hecho y no hecho siempre pasa factura, vale la pena recordar que un día, en el convulso, largo y laberíntico (no) proceso de paz en el País Vasco, torpedeado también por el poder judicial día sí y día también, un alto mandatario socialista le dijo a Arnaldo Otegi: "Tú crees que el motor de la historia es la lucha de clases, pero no, o no solo; para mí, es la casualidad y la confianza entre personas distintas" . Podríamos proyectar que la casualidad –e incluso la chiripa como factor político– asomó la cabeza la noche del 23-J. Y al mismo tiempo habría que afirmar que la confianza entre personas distintas, en el presente caso entre la Moncloa y Waterloo, no podía asomarse aquella noche porque ni siquiera existía.

PD. "La amnistía no cabe en la Constitución". No me hagan hablar de amnistías fiscales –ha habido cuatro–. Ahora bien, en 2002, el abajo firmante vio eliminados el delito, los antecedentes y la pena de inhabilitación de 10 años impuesta por negarse a cumplir el servicio militar obligatorio. Nada personal. 4.000 insumisos fuimos amnistiados o, si quieren retorcer el lenguaje, recibimos los mismos efectos que los que provoca una amnistía. De nada.

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