La plataforma Disney+ ha estrenado Lucrecia, una serie documental muy reveladora para entender nuestro presente. Profundiza en el asesinato de Lucrecia Pérez en 1992, una dominicana que llegó a España, como tantas otras mujeres, para ganarse la vida mientras dejaban a sus hijos en sus países de origen. España vivía un momento de esplendor económico, con la celebración de los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla y, por tanto, servía de reclamo para la inmigración que buscaba trabajo. Pero en este contexto se produce también el auge del movimiento de los skinheads y otros grupos de ultraderecha.
Lucrecia Pérez fue asesinada entre las paredes de la discoteca Four Roses de Aravaca, en Madrid, un edificio abandonado que servía de refugio a una inmigración sin recursos. La serie no es un true-crime para descubrir quién la mató. Lucrecia tiene dos vertientes narrativas claras. Por un lado, la parte humana y social de esta migración y lo que suponía en cuanto a condiciones de vida y explotación laboral. Por otra parte, la serie realiza un análisis incisivo de la xenofobia que había en los noventa, en un contexto sociopolítico que mayoritariamente negaba la existencia del racismo en España. El hombre que mató a Lucrecia era Guardia Civil y la serie, de cuatro capítulos de media hora, profundiza en los vínculos de los cuerpos de seguridad españoles con la extrema derecha y cómo se abordó el juicio en 1994, el primero que se hacía de un crimen racista en España.
Lucrecia cuenta con testigos excelentes: periodistas que realizaron un seguimiento exhaustivo del caso, los abogados de las partes enfrentadas, activistas de aquel colectivo de mujeres de República Dominicana, y los responsables de la Guardia Civil, ya que fueron considerados responsables civiles de ese crimen.
La serie comienza analizando las interioridades del caso, pero acaba hablando de algo que tiene consecuencias en nuestro presente. La Guardia Civil lo trató como un caso aislado en su cuerpo, sin corregir las dinámicas ni las estructuras que les habían llevado hasta ese punto.
Periodísticamente, Lucrecia hace, por fin, un ejercicio imprescindible que ya debería haberse hecho mucho antes en otros casos que hemos vivido. La serie pone en duda el sistema de formación de los funcionarios del estado, los valores que se transmite a los cuerpos de seguridad como la policía o la Guardia Civil y la falta de control de los valores ideológicos y psicológicos que tienen sus integrantes pese a hacer uso de las armas. En casos como los de la manada o el de la Guardia Urbana con Rosa Peral y tantos otros se ha puesto más énfasis en el morbo de las historias y el sensacionalismo narrativo que en las banderas rojas que evidencian los integrantes de estos cuerpos. Lucrecia demuestra que ya en 1992 se negligió de forma flagrante en la gestión y depuración de sus estructuras. Y en cierto modo, todo lo que hemos visto posteriormente es herencia de un sistema rígido y podrido del que se siguen derivando más escándalos y más tragedias.