Un grupo de criaturas de primaria discute cómo mejorar la escuela: “Que hagan una escuela de robots. No sería una escuela, pero vendría un robot a casa a enseñar, hacer de maestro y los padres podrían trabajar”. "¿Y cómo haríamos estos robots?". "Con ordenadores". El resto exclama: "Sí, pero con supervisión, porque a un niño no podemos dejarlo en casa solo con un ordenador y que aprenda". Otro dice: “Pues que pongan cámaras en la habitación. De esta forma, los padres podrán vigilar lo que el niño hace y lo que no hace”.
En esta escena distópica, los niños proyectan ideas que rodean por el mundo donde viven. Han visto películas de ciencia ficción, lo han oído comentar a los adultos. La IA de hace poco es más que un ordenador: señala un mundo nuevo abierto a otros mundos posibles.
Para estar al día de todos los artículos académicos que se publican sobre historia de la educación no tengo suficiente con mi capacidad mental . Un sistema de IA puede enviarme un informe con las novedades más importantes publicadas en los últimos meses. Sin embargo, cuando un sistema de IA no encuentra lo que busca, se lo inventa sin discriminar que es una invención. Puede inventar un libro escrito por un autor del que conoce el estilo y hacerlo existir para el sistema. La IA no concibe los espacios vacíos. Puede contestar preguntas, pero: ¿puede hacerlas?
La IA es todavía un campo de pruebas. ¿Cómo utilizarla, con qué gente y con qué finalidad? Una finalidad educativa no es lo mismo que un objetivo. Un objetivo sería aprender a dividir por dos cifras en el divisor. Esto se puede evaluar. La finalidad, por el contrario, responde a un valor que inspira la práctica. Incluye la dimensión del tiempo: de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde nos dirigimos. La IA no conoce el tiempo sino el espacio: intenta encontrar un dato o una información para organizarlo. Si aprende, es porque ha visto un dato en algún sitio, no “antes”. La dimensión del tiempo define las finalidades educativas: por eso hablamos de tradición pedagógica o de innovación.
En los años treinta, el profesor de historia Enric Bagué escribió un artículo preocupado por el nivel de los alumnos (esto viene de lejos). Propuso como finalidad incorporar la dimensión del tiempo. Teniendo en cuenta el nivel bajo, sugirió realizar un “retroceso táctico”: como si fueran de cursos anteriores, trabajar con narraciones para orientar esta “dimensión del tiempo” no adquirida. Es una medida inteligente: un tipo de inteligencia inspirada en la que es mejor.
En la presentación de la guía para el uso de la IA en educación se habla de utilizarla “para hacer previsiones de cómo será la evolución de un alumno.” Rousseau dijo que la clave en educación es captar la imprevisibilidad de lo esperable. ¿Podemos dejar en manos de un algoritmo de probabilidades lo que sabemos que puede, humanamente, sorprender? ¿No será esto un “control” parecido al que imaginaban con cámaras los niños de la conversación inicial?
La IA nos obliga a repensar qué fines como sociedad nos planteamos. ¿Qué es mejor para vivir juntos? Ésta es la gran pregunta pedagógica. Si no hablamos, las guías acabarán con nosotros.