Mi vida profesional antes y después de las CRISPR

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Decía Sydney Brenner, premio Nobel de medicina, que “el progreso científico depende de las nuevas técnicas, los nuevos descubrimientos y las nuevas ideas”. Y añadía que “probablemente en este orden”. Este genetista superlativo, que entre otros muchos hitos y hallazgos descubrió la molécula del ARN mensajero (el mismo que ahora estamos recibiendo como vacuna contra la covid-19), resaltaba así el papel fundamental que tienen las tecnologías para avanzar en el conocimiento del mundo que nos rodea. Podemos tener grandes ideas fantásticas, pero si no sabemos como llevarlas a cabo nunca progresaremos. Este es, creo, el mérito de las herramientas de edición genética, en general, y de las CRISPR, en particular. Descubrimientos hace más de 30 años por Francis Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante, han representado un revulsivo para todos los laboratorios de genética y de biología molecular. En junio de 2012 dos investigadoras, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, propusieron que aquel sistema de defensa que usan las bacterias para luchar contra los virus, descubierto en Alicante, también podría servir para editar a voluntad cualquier gen de cualquier organismo, una idea revolucionaria que las llevó a recoger un merecido premio Nobel de química en 2020.

¿Qué podemos hacer ahora con las CRISPR que no podíamos hacer antes? Hay experimentos que a mi grupo de investigación en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) tardamos más de veinte años a poder resolver, hasta que no empleamos las herramientas CRISPR. Por ejemplo, averiguar cuál es el papel de las secuencias de ADN no codificante, que no contienen instrucciones para fabricar proteínas y que son mayoritarias en el genoma, donde se encuentran los interruptores que encienden y apagan nuestros genes. La gran cantidad de ADN repetitivo que llena el genoma no codificante hacía casi imposible analizarlos. Con las CRISPR pudimos eliminar específicamente determinados interruptores en células y ratones para deducir su función. Esto nos ha permitido incluir estos interruptores a la hora de revisar qué mutaciones pueden dar lugar a una enfermedad. Gracias a las CRISPR, también pudimos reproducir en ratones las mismas mutaciones genéticas que diagnosticábamos a los pacientes de enfermedades raras. Los modelos animales resultantes, que denominamos avatares, nos permiten investigar qué les pasa a los pacientes que tienen esta mutación y validar nuevas propuestas terapéuticas. En definitiva, hemos podido llevar a cabo experimentos que soñábamos pero no sabíamos cómo hacer. Pues sí, las CRISPR me han cambiado la vida profesional. ¡Cuánta razón tenía Sydney Brenner!

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