Mark Rutte no teme a Donald Trump. El nuevo secretario general de la OTAN ha afirmado esta semana que confía en poder trabajar tanto con Trump como con la vicepresidenta y candidata demócrata Kamala Harris ante las próximas elecciones en Estados Unidos. Con Harris puede esperar una continuidad con las políticas de Joe Biden, pero con Trump la situación es mucho más imprevisible. Este optimismo hacia el candidato republicano parece una estrategia calculada para asegurar un diálogo con un mandatario conocido por su agresiva retórica contra la Alianza Atlántica.
Rutte, como muchos líderes europeos, sabe que para mantener una relación favorable con Trump es esencial alimentar su ego. Como primer ministro de los Países Bajos, fue bautizado como Trump Whisperer [Encantador de Trump] por su capacidad de ganarse al expresidente estadounidense. Pese a las tácticas diplomáticas que pueda aplicar, muchos expertos en defensa ven con pesimismo la posibilidad de un segundo mandato de Trump.
Trump ha dejado claro que es escéptico con el compromiso de Estados Unidos con la OTAN, hasta el punto de animar a Rusia a hacer "lo que quiera" con los países de la Alianza que no cumplan el objetivo del 2 % del PIB en gasto militar. Más allá de su retórica, el verdadero riesgo no es una salida formal de EE. UU. de la Alianza —ya que el Congreso ha impuesto límites para evitar una retirada unilateral— sino la incertidumbre sobre si un gobierno Trump actuaría junto a sus aliados en caso de ataque, como en una hipotética agresión rusa contra Letonia. La Constitución estadounidense no obliga a un presidente a desplegar fuerzas militares y, por tanto, podría bloquear una respuesta militar colectiva. Esta situación dejaría a Europa más expuesta a amenazas externas y erosionaría la confianza en la OTAN.
Por otra parte, una idea que ha ganado fuerza entre los círculos de Trump es la de una “OTAN dormida”. Esta propuesta sugiere congelar la entrada de nuevos miembros como Ucrania o Georgia y redistribuir la carga de defensa a los aliados europeos. El papel estadounidense se reduciría a un apoyo logístico limitado, solo como última instancia. Esta visión se alinea con el pensamiento aislacionista de Trump, quien en un segundo mandato, a diferencia del primero, no estaría moderado por la influencia de los republicanos internacionalistas.
La guerra en Ucrania sería el primer test de este cambio de postura. Trump ya ha dado indicios de querer llegar a un acuerdo rápido con Rusia, incluso si esto implica concesiones a expensas de Ucrania. Si esto se produjera, Europa debería aumentar significativamente su contribución militar y financiera a la defensa del continente, pero no podría igualar la asistencia militar de EE. UU. a corto plazo, lo que inclinaría el conflicto a favor de Rusia.
La OTAN puede sobrevivir a un segundo mandato de Trump, pero eso exigirá cambios significativos. Los líderes europeos podrían buscar la diplomacia para evitar una ruptura, pero las tensiones internas seguirán presentes. Si Trump vuelve a la presidencia, Europa tendrá que asumir un papel más activo en su defensa. Pero tampoco pueden caer en la complacencia si gana Harris; es fundamental que los estados europeos inicien un debate sobre cómo reducir su dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad.