El bilingüismo puede salvar al catalán

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Imagen de archivo de un aula de acogida con alumnos que no hablan catalán, en la escuela Lluís Vives de Barcelona.

Durante mucho tiempo cierta sociolingüística catalana nos ha vendido la teoría de que el bilingüismo es el estadio previo a la sustitución lingüística. La historia sociolingüística de Cataluña consistiría en tres fases: primero, todos los catalanes eran monolingües (en catalán); después se bilingüizaron, como efecto de las políticas lingüísticas del Estado y de la llegada masiva de inmigrantes; y finalmente serán monolingües (en castellano). Algunos expertos incluso se han atrevido a poner fecha: en 1990, August Rafanell y Albert Rossich decían que el proceso de extinción del catalán puede quedar sentenciado hacia el 2040.

En estas circunstancias, defender el bilingüismo es una tarea confesadamente complicada. Lo haremos con tres consideraciones que pedirían muchos matices, pero aquí sólo podemos presentar de manera simplificada.

Primera consideración: el bilingüismo –entendido como la competencia simultánea en catalán y castellano– es bueno para el catalán. El verdadero problema del catalán no es que todos los catalanes sepan castellano (como no lo es el hecho de que, cada vez más, sepan también inglés, o no lo sería que se lanzaran a aprender una segunda lengua extranjera); el verdadero problema del catalán es que no todos los catalanes dominan el catalán. Por tanto, el problema es un déficit de bilingüismo, no un exceso. Por decirlo brevemente: la condición para que haya catalanes que puedan vivir habitualmente en catalán es que la mayoría de sus conciudadanos sean (por lo menos) bilingües y (como mínimo) los entiendan.

Segunda consideración: el bilingüismo entendido como el uso alternativo del catalán y del castellano también es bueno para el catalán. Los tiempos en que las personas utilizaban una sola lengua para todo ya pasaron y no volverán. El hecho de que personas que en otros tiempos hubieran usado sólo el castellano ahora incorporen el catalán a su repertorio lingüístico sólo puede tener un efecto positivo. Todavía hay una cuarta parte de catalanes que dicen que nunca utilizan el catalán, pero el 75% restante son catalanousuarios en algún grado (en términos absolutos, son la mayor cifra de la historia). Es en ese 75% que hay que fijarse, y en sus posibilidades de crecimiento, y no tanto en el 36% que dicen tener el catalán como lengua habitual.

Tercera consideración: no existen alternativas al bilingüismo. En los años 90 Prats, Rafanell y Rossich encontraban que un elemento decisivo para la normalización del catalán era que los catalanohablantes tuvieran la libertad de no saber el castellano. Lo cierto es que aunque el artículo 3 de la Constitución no dijera lo que dice, los catalanohablantes seguirían sabiendo el castellano. Lo dijo todo un secretario de Política Lingüística en la Universidad Catalana de Verano en 2008: "La gente sabría el castellano aunque no se enseñara obligatoriamente en el sistema educativo de Catalunya", dado que, por su presencia tan grande en la calle, "se aprendería por inmersión pura". Reformar la Constitución siempre es una opción, y excluir al castellano de la escuela en una futura república catalana, también. Reducir la presencia del castellano en la sociedad para desbilingüizar a los catalanohablantes no lo es.

Y quizás una última consideración, aunque sea para otro artículo: toda esta dialéctica entre catalán y castellano es algo antigua y quedará superada, mucho antes de lo que pensamos, cuando todo el mundo controle todas las lenguas gracias a la inteligencia. licencia artificial.

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