Las elecciones catalanas están muy cerca, casi las podemos tocar. Superada la incógnita vasca, y a la espera de la decisión del presidente Sánchez, queda por resolver qué ocurre en Catalunya. De las tres naciones de matriz no castellana, sabemos que Galicia la gobierna el PP, Euskadi los nacionalistas vascos del PNV con el probable apoyo de los socialistas, y queda por averiguar cómo se dibuja el mapa político catalán.
La primera constatación a realizar en el caso catalán es que el panorama está totalmente abierto. No se vislumbra un resultado claro y, sobre todo, no se vislumbra una suma nítida para formar gobierno. Esta situación de incertidumbre, desde la óptica de los votantes, no resulta necesariamente mala. De hecho, cuando menos decidido está un resultado, más decisivo resulta cada voto. En esta ocasión, no solo cada voto cuenta, sino que cada voto decide. Esta realidad debería convertirse en un estímulo para mejorar la participación, a pesar de la sensación de desencanto o de frustración que se pueda tener por el clima político en nuestro país.
En mi opinión, hay dos grandes temas que están en juego: el modelo de país y el horizonte nacional. Aunque están intrínsecamente entrelazados, no son exactamente lo mismo. Por modelo de país entiendo el tipo de sociedad que defendemos: más libre o más controlada; con mayor dependencia de la gestión pública o mayor participación del mundo privado; con una economía más dinámica o más frenada; con mayor presión fiscal o más moderada; con un espíritu más reformista o más conservador; con un control del gasto público, es decir, del dinero de todos, más exigente o más laxo; con un acento sobre los derechos de los ciudadanos o también sobre sus deberes; con una identidad cultural y lingüística más propia o más relativa; con un sentido de pertenencia a Europa más profundo o más superficial... En fin, el país que cada uno de nosotros tiene en la cabeza.
El otro gran tema es qué grado de libertad política queremos para nuestro país. Es decir, si queremos o aceptamos más o menos dependencia de España. Durante décadas, el consenso mayoritario estaba claro: autonomía catalana en el marco de una España europea. En los últimos doce años, este consenso ha quedado seriamente alterado. Muchos catalanes abrazamos hoy la idea de una Catalunya independiente dentro del cuadro de una Europa más federal y más unida. El hecho de que actualmente no se den las condiciones, ni internas ni externas, para alcanzar ese objetivo no significa que muchos ciudadanos abandonen la idea, ni el ideal.
Avanzar decididamente en los dos grandes temas, modelo de país y horizonte nacional, requeriría disponer de unas mayorías que hoy cuestan de imaginar. En un momento de crisis durísima y de necesidad de tomar decisiones tan difíciles como impopulares, CiU disponía de 62 diputados, cerca de la mayoría absoluta. Seis años después, en el 2016, en plena escalada del proyecto soberanista, Junts pel Sí volvió a tener 62 diputados, con el president Puigdemont al frente, después de mi paso al lado. Ahora, cuando se especula sobre el resultado de las elecciones del 12-M, se da por bueno que conseguir 40 diputados puede ser muy buen resultado. Resulta evidente que todo ha cambiado mucho, quizá demasiado, en poco tiempo.
Sin embargo, procuremos ver las cosas con un prisma positivo. En ausencia de mayorías sólidas, la cultura de coalición se impone. Y no olvidemos que los precedentes mencionados, CiU durante décadas y Junts pel Sí durante un par de años, fueron fruto de la mentalidad de suma, de reunir ideas y voluntades de gente diversa, de buscar y encontrar la síntesis común. Si la política es el arte de hacer posible lo necesario, hoy resulta absolutamente imprescindible reconstruir esta cultura de coalición. Si no lo hacemos, la inercia nos llevará a la parálisis, y esta a una decadencia suave. Ahora bien, si lo hacemos, sabiendo que es posible, podemos entrar en una fase más reformista, más ambiciosa y de mayor liderazgo. Estoy íntimamente convencido de que si lo hacemos así, el país, la gente, van a responder. Hay sed de mejora, recuperar el orgullo, liberar energías y talentos.
La gran pregunta, para deshacer el entramado final, sería en torno a quién debería articularse la mayoría de gobierno en Catalunya, a la vista de la fragmentación política que tenemos. En el transcurso de la campaña electoral me pronunciaré sobre mi preferencia y el sentido de mi voto. Sin embargo, no hace falta ir muy lejos para comparar situaciones: si tomamos el reciente ejemplo vasco, los dos primeros, PNV y Bildu, son partidos de obediencia y prioridad vasca. Traducido a Catalunya, el esquema sería Junts y ERC, por este orden. El PNV pilotará el gobierno, por dos razones. Porque ha quedado primero, y porque el tripartito no suma. Ciertamente, han decidido pasar página de una etapa, pero resulta muy claro que no han cambiado de libro. El futuro lehendakari seguirá siendo una persona libre, sin dependencias de fuera de Euskadi, y deberá responder solo frente al pueblo vasco. En Catalunya se habla de pasar página, pero cuidado con que no acabe siendo un cambio de libro en toda regla. Que cada uno, libremente, ponga nombres y apellidos en la ecuación que debemos resolver el 12-M.