Un granjero ugandés necesitaría casi 60 años, toda una vida, para contaminar lo mismo que Kim Kardashian, Jeff Bezos o Elon Musk contaminan con un vuelo de menos de 3 horas en su jet privado.
Un dato lo resume todo: el 1% más rico de la población mundial emite la misma cantidad de emisiones de CO₂ a la atmósfera que los dos tercios más pobres de la humanidad. O, dicho de otro modo, 77 millones de personas, los ultraricos, contaminan lo mismo que 5.000 millones de personas.
Lo explicamos en el informe Igualdad climática: un planeta para el 99%, que acabamos de publicar desde Oxfam Intermón.
Tenemos una responsabilidad colectiva para reducir las emisiones. Pero ni todas las personas contaminamos por igual ni todas sufriremos por igual el impacto devastador del calentamiento del planeta. Los estados del Pacífico literalmente se hunden bajo el océano, pero son responsables sólo del 0,01% de las emisiones globales. Son precisamente los millones y millones de personas en el Sur Global, las más pobres, que ni han contribuido a generar esta crisis climática ni tienen recursos para hacerle frente, las que ya sufren las consecuencias más sobrecogedoras.
La situación, lejos de mejorar, empeorará. Los desastres climáticos se han triplicado en los últimos 30 años, estimando que cada año 20 millones de personas ya se ven obligadas a dejar su hogar debido a sequías, inundaciones, subidas del nivel del mar o desertificación. Y las Naciones Unidas nos alertan de que en 25 años habrá más de 200 millones de refugiados climáticos.
El mundo está en riesgo de caer en el apartheid climático, en el que los ricos pagarán por escapar del sobrecalentamiento, el hambre y las guerras mientras cientos de millones de personas se enfrentarán a la inseguridad alimentaria, la migración forzada, las enfermedades y la muerte.
Y no son situaciones sólo de países lejanos. En Cataluña, donde estos días empezaremos a tener restricciones por sequía, seguimos el mismo patrón: el agua que consumimos se ha convertido en un indicador de desigualdad social. En el Área Metropolitana de Barcelona existen municipios y barrios que consumen el triple que el resto, según se trate de poblaciones con rentas más altas o más bajas.
La respuesta está en nuestras manos. ¿Seguimos apostando por un sistema económico que básicamente funciona para una élite codiciosa que no deja de acaparar riqueza? ¿O apostamos por un modelo económico que priorice el bienestar de la población y el planeta en lugar de la búsqueda de beneficios, la extracción de recursos y el consumo sin freno? Terminar con la pobreza y evitar sobrepasar los 1,5 ºC de calentamiento no es incompatible. Los nuevos impuestos a las grandes corporaciones responsables de la crisis y las grandes fortunas de los mil millonarios deben contribuir a la financiación de la transición hacia las energías renovables en todas partes. Quien más contamina debe asumir el coste de esta transición.
El futuro de las personas más jóvenes y la vida de las poblaciones más vulnerables dependen de las decisiones y cambios que impulsamos hoy, no mañana ni en el 2030. ¿Pero ¿estarán a la altura, los jefes de estado y las grandes corporaciones que se reúnen esta semana en Dubai por la cumbre del clima (COP28)? Sinceramente, espero que sí, porque nos jugamos el futuro de la humanidad.