Los cambios de mentalidad son lentísimos: acostumbran a tener un alcance transgeneracional. Las ideas mutan con más rapidez pero también tardan años. La mentalidad es el sistema operativo; las ideas, una parte del software. Las modas, en cambio, son cosa de meses, y los argumentarios, de semanas. Y después está esto del Twitter, tan volátil: cuestión de minutos y, con un poco de suerte, de horas. El episodio de los indultos a los presos políticos catalanes se tendría que evaluar también desde esta perspectiva. Hoy en día parece que las ocurrencias surgidas en las redes sociales, o las entrevistas periodísticas hechas con la única intención de obtener un titular lo bastante primario para tener eco en las mencionadas redes, ya empiezan a declinar. Allí las cosas no llegan ni siquiera a la categoría de moda, que es un fenómeno con un recorrido algo más largo. En relación al tema genérico Catalunya-España, es decir, más allá de la cuestión concreta de los indultos, la transformación de mentalidad a buen seguro que no la veremos. En cambio, es posible aspirar razonablemente a presenciar una mutación importante de argumentarios en las próximas semanas. Todo indica que puede ser así, pero nunca se tienen que descartar contingencias que precipiten los acontecimientos en otra dirección.
El principal cambio en el argumentario está relacionado con el reconocimiento del carácter político del conflicto. Parece poco, pero es mucho. Hasta hace muy poco, el asunto había sido tratado oficialmente como un simple conjunto de de infracciones del Código Penal. Todo ello permitía emplear una curiosa argucia dialéctica basada en afirmar que, en realidad, lo único que se castigaba eran las acciones contrarias a la ley, no las ideas en sí mismas. Inmediatamente después, sin embargo, las mencionadas ideas se asociaban con la violencia, etc. Se trata de un truco argumental muy flojillo, pero sin duda funcional. En el caso de los movimientos independentistas del País Vasco, el truco requiere un muy osado acto adicional de prestidigitación consistente en hablar de ETA como si fuera una organización plenamente activa. De hecho, los diputados del PP, Cs o Vox en el Congreso se refieren hoy a ETA como uno de los grandes problemas de España. Estas falacias no se acabarán de repente, evidentemente, pero cada día que pase resultarán más extravagantes. Hay argumentarios que se hacen durar artificialmente en los medios de comunicación –la atribución a ETA de los atentados de Madrid, sin ir muy lejos– pero, tarde o temprano, las martingalas erosionan gravemente la credibilidad del emisor. A largo plazo no son un buen negocio.
El principal problema que plantea el giro que comentamos es que conduce de manera inevitable al verdadero núcleo del asunto: el del reconocimiento de Catalunya como sujeto político específico, no subsidiario. Es probable que este acabe siendo el límite real del debate por parte del gobierno español. Quiero decir que una cosa es mantener una entretenida conversación sobre el derecho a la autodeterminación (con la muy legítima intención de no aceptarlo, por supuesto) y otra de muy diferente plantear la cuestión del sujeto político. El derecho a la autodeterminación es un predicado carecido de sentido si no tiene un sujeto (político) previo. Reconozco que todo ello suena un poco críptico pero este es el meollo de la cuestión. Por ejemplo: la ONU asume al pueblo saharaui como un sujeto político específico, mientras que Marruecos lo considera solo una parte del Reino. En consecuencia, la ONU encuentra legítimo el derecho a la autodeterminación de este territorio y Marruecos no. Fijémonos que el problema de fondo es, pues, el del punto de partida, no el de llegada.
En definitiva: la normalización de un verdadero cambio de argumentario implica un bucle difícil de deshacer. El reconocimiento del carácter político del conflicto (admisible por las dos partes) lleva sin remedio a plantear la existencia de un sujeto específico (inadmisible para el gobierno español en la medida que implica de facto la asunción del derecho a la autodeterminación). A este bucle tan complicado se le añade, además, la impugnación global sobre la misma legitimidad del diálogo, que es apenas lo que hacen PP, Cs y Vox. Históricamente, el recorrido político de las actitudes antipolíticas (y este es un ejemplo de libro) ha sido más bien escaso: se suele traducir en ruido y gracias. Si esta impugnación genérica sobre la legitimidad del diálogo acaba confluyendo con la impugnación igualmente genérica –pero en este caso proveniente del independentismo testimonialista– sobre la utilidad del diálogo, ya podemos plegar.
Ferran Sáez Mateu es filósofo