'Les chiques', ¿es ya el momento adecuado?

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Lavabos no binarios, una muestra de los tiempos sociales de cambio que vivimos en relación a la identidad de género.

Muchas mujeres lingüistas han dicho basta, y han publicado un libro donde lo manifiestan. Dicen basta ante aquello que consideran textos incoherentes y confusos, porque utilizan un lenguaje que denomina específicamente a las mujeres, o feminiza profesiones, o busca soluciones nuevas para las personas que se declaran trans o no binarias. Bien es verdad que, leyéndolo, no me ha quedado claro qué es lo que proponen y de qué están cansadas. Escritos muy interesantes, ciertamente, pero que no muestran una unidad de criterio, sino más bien una dispersión de opiniones muy propia de los momentos de cambio. 

Una cosa dejan clara: el lenguaje no es sexista en sí mismo, sino que es el reflejo de una sociedad; si esta es sexista, su lengua también lo será. De acuerdo. Como socióloga, yo diría: la lengua refleja los rasgos de la sociedad y sus jerarquías de poder; tiene una estructura propia, es cierto, pero se modifica en función de los cambios sociales, aunque suele hacerlo más lentamente que la misma sociedad. Si esta deja de ser sexista, la lengua también se modificará y, poco a poco, dejará también de serlo. No es la lengua la que cambiará la sociedad, pero dejará de contribuir a la reproducción del sexismo.   

Ahora estamos en medio de cambios sociales acelerados en muchos sentidos, y también en el de los géneros. Los modelos antiguos ya no se adaptan a las nuevas situaciones, y las propuestas innovadoras son muchas. Pero en mi opinión hace falta, en cada momento, ver qué es prioritario, qué se tiene que incorporar ya, y, cuando se ha conseguido, ver cuál es la próxima innovación que hay que abordar, también en relación al ritmo del mismo cambio social. Tratar de introducir de golpe todas las modificaciones puede generar esas incoherencias que denuncian las lingüistas. No introducir ninguno también creará confusiones, porque entonces cada cual inventa lo que le conviene, cuando la lengua tiene que ser, sobre todo, un sistema común entre sus hablantes, para no generar malentendidos. 

En este momento hay quién propone pasar ya a un lenguaje no binario, que elimine la distinción lingüística entre masculino y femenino, pero no por universalización del masculino, como ha sido hasta ahora, sino utilizando unos nuevos artículos que tengan un carácter universal, sin distinción de sexos. En catalán son, por ejemplo, los lis o lus para sustituir a els y las [en castellano, les para sustituir a los y las]. La argumentación surge, fundamentalmente, a partir de la propuesta de personas que se declaran “no binarias”, pero también puede tener sentido para quien cree que ya no hay que hablar de hombres y mujeres, sino que podemos pasar directamente a hablar de “personas”, dado que tenemos que tener los mismos derechos y no hay que hacer una distinción lingüística, lo cual ahorra repeticiones que a veces resultan incómodas.  

Desde mi punto de vista, esta es una propuesta interesante para ir abriendo camino y acostumbrando a los y las lingüistas a no regañarnos por los cambios. Pero es una propuesta de futuro, que todavía no se puede generalizar en el presente. Me explico: podremos dejar de lado la diferencia sexual en muchos de los ámbitos públicos cuando realmente la igualdad ya sea un hecho, cosa que, de momento, aparece todavía como una utopía por conquistar. En muchísimas dimensiones de la realidad la igualdad es hoy una quimera, y la desigualdad está basada en una valoración diferente de los sexos por parte de la sociedad. Por ejemplo: la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres oscila todavía entre un 20% y un 25% en Catalunya, y es claramente debida a la diversa valoración de los sexos en nuestra sociedad. Pues bien, si la información no está desglosada por sexos, la discriminación queda escondida, y se hace mucho más difícil combatirla.

De hecho, seguimos proyectando un montón de prejuicios sobre los hombres y las mujeres y no los podremos borrar si ignoramos la diferencia, fuente de la desigualdad. Por ejemplo, la esperanza de vida de los hombres es inferior a la de las mujeres; el fracaso escolar de los niños es superior al de las niñas; claramente, hay un componente de género en estos casos; si no hacemos la distinción no podremos averiguar las causas. Solo si distinguimos las diferencias en un conjunto de comportamientos podremos llegar a aclarar cuáles son las causas diferenciales negativas para uno de los dos sexos, lo cual quedaría escondido si no hiciéramos la distinción. 

Así pues, aceptando que en una sociedad igualitaria puede ser una buena idea hablar de personas, porque habrán desaparecido los géneros y las discriminaciones por razón de sexo, creo que en este momento es totalmente prematuro. Y me parece triste que, una vez más, se propongan medidas tendentes a la visibilización lingüística de las personas trans, cuando las mujeres todavía no hemos conseguido que se nos tenga en cuenta en la normativa lingüística de tantas instituciones; no hemos conseguido ser universalmente nombradas y ya, por otro lado, se propone que se nos borre de nuevo, por las exigencias de un grupo social minoritario. 

Marina Subirats es socióloga
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