El curso escolar ha empezado con buen pie. Cuanto menos, con una cierta normalidad a pesar de la persistencia del covid. Nada que ver con la conmoción y la incertidumbre de hace un año. El problema más importante se ha producido en la formación profesional (FP), donde la demanda se ha disparado y ha cogido por sorpresa a la conselleria y donde hay mucho margen de mejora. Es uno de los problemas de fondo que arrastramos. Pero hay más, entre ellos el del fracaso escolar. Los datos hechos públicos por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) son demoledoras para España, Catalunya incluida: en el conjunto del Estado, casi nueve de cada 100 alumnos de la ESO repiten curso (8,7%). Es la tasa más elevada de los treinta y cinco países de la OCDE, donde el porcentaje de repetidores se sitúa en el 1,9%. Por lo tanto, en España hay cuatro veces más. En bachillerato pasa tres cuartos de lo mismo: España también se sitúa en los primeros lugares del ranking de repetidores, con una tasa del 7,9%, muy por encima de la media de los países de la OCDE (2,9%). El número de ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan), después de unos años a la baja, con la pandemia también ha vuelto a crecer: ya son el 22% (en 2019 eran el 19,2%).
Parece evidente, pues, que los jóvenes no han aprovechado el confinamiento para prepararse mejor y que, por otro lado, el hecho de que España haya sido uno de los países de la OCDE donde al final se han hecho más horas de clase durante la pandemia, hecho evidentemente positivo, no ha servido para mejorar los resultados, a pesar de que en el primer curso con pandemia (el 2019-20) hubo un tipo de aprobado general encubierto, que supuso, por ejemplo, que en bachillerato el número de titulados pasara de golpe, de un curso para otro, del 72,65% al 83,25%, un salto inédito de más de 10 puntos en un solo año.
Si tenemos en cuenta que la ley Celaá, la última reforma educativa, en vigor desde enero de este año, permite pasar de curso con una o dos asignaturas suspensas en la ESO, en los próximos años la estadística de la OCDE quedará maquillada. Pero la realidad seguirá siendo que muchos de nuestros alumnos no llegan al nivel mínimo exigible. Esto no quiere decir que el sistema de evaluación tenga que pivotar alrededor de los exámenes y las notas. El problema no es el cómo, sino el qué: es decir, que los jóvenes tengan unos conocimientos y unas competencias para aprender suficientes, que año tras año, curso tras curso, vayan progresando. Los datos de la OCDE son más fiables que los de PISA, menos perjudiciales para la enseñanza española. Los de PISA están basados en encuestas que no todas las escuelas contestan. En cambio, los de la OCDE salen de los registros oficiales.
En cualquier caso, abordar del fracaso escolar, con demasiados alumnos que no acaban de sacar provecho de su paso por la educación obligatoria y, sin darse cuenta, hipotecan su futuro y se convierten en un lastre para el sistema educativo, tendría que ser una cuestión de estado y una prioridad para las familias y el conjunto de la comunidad educativa.