

A mediados del siglo XX, y cuando ella ya llegaba a la cincuentena, la escritora May Sarton compró una casa de campo destartalada –daba del siglo XVIII– en el pueblo de Nelson, en New Hampshire. Esta decisión, por insólita y valiente, y todas las vivencias que se derivaron, es el material literario que utilizó para escribir Deseo de raíces, un libro que ahora nos llega en catalán, gracias a la traducción de Núria Parés que publica Amsterdam.
May Sarton, poeta, autora de libros infantiles y de varias novelas, era hija de madre inglesa y de padre belgoamericano. Sus padres vivían en Cambridge, en una maravillosa casa en Channing Place que para la joven escritora era "la casa a la que podía volver de todos los viajes".
En 1950 murió la madre, después de una larga enfermedad, y al cabo de seis años, de manera inesperada, murió el padre. May Sarton, que vivía en América, vació y vendió la casa de Channing Place y sólo guardó en un sótano los antiguos muebles flamencos de sus padres, que no se atrevía a vender. La necesidad de poder volver a tener con ella estos muebles fue el detonante para buscar un nuevo hogar: "Si el hogar se puede encontrar en cualquier sitio, ¿cómo se puede buscar, dónde se puede encontrar?", escribe.
Mientras buscaba casa, pensó que aquella decisión podía compararse con la del matrimonio: ninguna mujer de más de cuarenta años puede permitirse el lujo de casarse con la persona equivocada, reflexiona. Fue por casualidad que alguien le habló de la región de Monadnock, en New Hampshire, y de una vieja casa de campo en bastante mal estado, con treinta acres de tierra, acotada por un arroyo. Y, como empujada por un enamoramiento, May Sarton decidió que ese sería su hogar.
Los antiguos muebles flamencos quedaron instalados en una casa de campo americana en una combinación extraña y, por eso, precisamente, única.
Deseo de raíces es la historia de la reconstrucción de una casa y de la construcción de un hogar. May Sarton reflexiona sobre la soledad, sobre la vida de escritor, sobre la belleza del campo y la importancia de la estética de una casa, del desarraigo y de las raíces.
Mientras tomaba la decisión de quedarse en la casa de New Hampshire, Sarton explica: "Estaba atrapada, al igual que te atrapa un poema que no ha cuajado del todo y te atormenta por las noches. Primero tuve que soñar con la casa viva dentro de mí". Finalmente, la escritora desatiende la reflexión de una amiga que le dice que se ha comprado una casa preciosa pero que nunca se oirá en casa porque no ha muerto nadie que amase. May Sarton, con los muebles antiguos de sus padres y los retratos de sus antepasados, consigue un gran hito: "Aquí los fallecidos no son tanto presencias como parte del tejido de mi vida: son una parte viviente del todo". Como dice ella misma, no es una mirada nostálgica hacia el pasado: es llevar el pasado hacia el presente.
Los que tienen un lugar al que siempre desean volver, los que no lo tienen pero confíen en conseguirlo o los que lo tenías y lo han perdido encontrarán en esta lectura una compañía amiga. Se sentirá como en casa.