Europa antiixenófoba

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Una de las salidas de metro en los barrios de Les Planes y la Florida.

Este pasado fin de semana ha habido manifestaciones multitudinarias en Alemania contra el partido AfD, Alternativa por Alemania, que está en expansión en cuanto a intención de voto en las encuestas y que ha endurecido su discurso xenófobo y antiinmigrantes (y que no es ahorra lujos neofascistas como reivindicar el legado del Tercer Reich). También ha habido manifestaciones importantes en Francia (ya llevan semanas durando) contra la nueva ley de inmigración de Macron, que representa otro endurecimiento en la legislación sobre esta cuestión que el presidente francés ha tenido que aprobar de la mano de extrema derecha, mientras sobreactuaba aspavientos de apoyo a Gérard Dépardieu. En Reino Unido, el primer ministro Rishi Sunak ha encendido el debate social anunciando, también, una involución de la política migratoria, con una ley que permita deportar a migrantes en avión a Ruanda: Sunak se aferra a este anuncio para tratar de remontar unas encuestas electorales que se le presentan adversas. Es posible (una suposición) que, tras el gran fiasco del Brexit, los británicos se sientan precavidos contra las soluciones mágicas conservadoras y ultraconservadoras.

La contestación social que encuentran los proyectos políticos xenófobos o supremacistas en dichos países no es la que se vive en España, y tampoco en Cataluña. En España, las últimas manifestaciones importantes las ha protagonizado, precisamente, la extrema derecha frente a las sedes del PSOE. En Cataluña, el desencanto posterior al Proceso ha generado una atonía que también afecta a las reivindicaciones sociales: hay quien se niega a entender que el independentismo fue fuerte y atractivo para una mayoría cuando fue capaz de unir la reivindicación de un estado propio con un proyecto de profundización y mejora democrática. Que quería un estado independiente con el propósito de construirlo sobre la radicalidad democrática. El mensaje de que aquello era ingenuo, y que necesitamos un estado para cerrar filas como otras en Occidente hacen o se proponen, es un mensaje decepcionante e indeseable.

En materia de migración, una parte sustantiva de la realidad en la que nos encontramos por ahora nos la mostraba Mònica Bernabé en su reportaje del domingo en este diary: jóvenes de origen extranjero que (como en Francia, como en Alemania) no se sienten catalanes porque no se perciben integrados en el país, ni ellos ni sus familias. Ésta es la primera pregunta del debate sobre migración: expulsar o integrar, y cómo. Por el momento, y leyendo las respuestas al cuestionario que les hace Roger Palós en el diario del lunes, los partidos catalanes optan por la hipocresía: todos (a excepción del PP, que rechaza responder) se presentan como partidarios de la integración, incluidos los ultraderechistas como Vox o Ciutadans (recordamos las imágenes de Albert Rivera yendo a rendir homenaje a los policías de las rejas de Ceuta y Melilla). O incluido Junts, que no es ultraderechista pero que empezó a justificar el traspaso de las competencias de migración para expulsar a multirreincidentes. Conviene, para empezar, clarificar más la postura de cada uno.

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