GETTY
26/03/2021
3 min

El 42% de los españoles tiene problemas para dormir y la mitad de la población dice sentirse cansada. Muchos han tenido miedo a morir durante este último año, según el último barómetro del CIS y los intentos de suicidios aumentan. Pero no hacen falta encuestas, es suficiente mirar a nuestro alrededor: mucha gente cercana se siente mal, deprimida o ansiosa por el futuro, con miedo de perder el trabajo, o la casa. Dicen que la siguiente ola será la de la salud mental y según la OMS, esta será la principal causa de discapacidad en el mundo en 2030.

Las limitaciones a la movilidad han transformado nuestras vidas. Para muchos, después de trabajar solo hay la casa, a veces, la casa vacía. Estos días nos debatimos entre ver a gente querida y asumir el riesgo, entre abrazar a la familia o amigos o respetar la distancia social. Todo es más difícil. Y hay quienes no han podido despedirse de los suyos, hay amigos que no hemos podido enterrar.

Una vez más, la pandemia ha acelerado una dinámica preexistente, la ha hecho estallar. España ya era, junto a Portugal, el país de la Unión Europea donde más ansiolíticos y sedantes se consume, en parte como consecuencia de la crisis del 2008. Digamos que antes de la pandemia tampoco estábamos bailando en las esquinas. Esa situación además, impacta contra un sistema sanitario en el que la salud mental está completamente arrinconada.

Más País ha pedido más psicólogos y psiquiatras. Sin duda es importante, pero no suficiente. Si decimos que la salud está completamente atravesada por los condicionantes socioeconómicos, la mental, todavía más. Los problemas que causa la precariedad, la falta de trabajo, el problema de la vivienda o las carencias de todo tipo no se solucionan con más psicólogos o más ansiolíticos. El psiquiatra Guillermo Rendueles dice que a veces lo que la gente necesita para estar bien simplemente es un buen trabajo o unas relaciones sociales o de pareja satisfactorias. Este es el enfoque del que parte la salud comunitaria.

Desde esta concepción, médicas como Carmen Sanjosé, coautora de Transformando el sufrimiento en lucha (Sylone, 2020), dice que estamos frente a un problema de modelo sanitario. Por una parte, en la mayoría de los Servicios de Salud se ha privilegiado la atención hospitalaria frente a la atención primaria, o la propia salud mental Es decir, se ha orientado la política sanitaria a aquello que podía ofrecer mayor rentabilidad. Los recortes y las privatizaciones también han tenido su impacto y han hecho escalar las listas de espera.

En el libro se explica que la atención a la salud mental, como la primaria, han sido de los aspectos más abandonados, en favor de una concepción productivista que se basa en hospitales, medicamentos y tecnología. Unos de los pacientes que más han sufrido este modelo son los que padecen trastornos mentales crónicos cuyas familias dependen de recursos sociales insuficientes. Estos recursos –residencias, talleres, ayudas económicas…– suelen depender de las consejerías sociales, no de las sanitarias, y están repartidos en distintos niveles de la administración que no se coordinan entre sí. La privatización también ha aumentado esta fragmentación que impide una atención más global.

Es decir, hacen falta más recursos, más psicólogos en la atención primaria pero también una rediseño del sistema que se piense más allá de los despachos, que cuente con la participación de los profesionales, pero también de las propias personas que reciben la atención. Esta sería una buena manera de contribuir a acabar con el estigma que sufren las personas con problemas mentales, voces que nunca escuchamos. El modelo de salud comunitaria reclama pues una salud integrada en la primaria que pueda trabajar con los colectivos del entorno y donde se incluyan recursos sociales. La prevención y la atención temprana estarían en primer plano y el hospital sería de último recurso.

Para que esto sea posible, tiene que haber una fuerte apuesta por recuperar y democratizar la sanidad pública. Sin embargo, los abonados a la sanidad privada han aumentado considerablemente este último año. Cuando la clase media abandona lo público, ya sabemos lo que sucede: esta se degrada paulatinamente. Hay demasiados intereses económicos presionando para que así sea.

Hoy estamos mal. Para estar mejor es imprescindible una mejor atención y esto no sucederá sin luchas que lo hagan posible. Luchar, de hecho, es una manera de mantener la cordura en estos tiempos convulsos.

Nuria Alabao es periodista y antropóloga

stats