LA OBSERVADORA

En la muerte de una periodista

En la muerte de una periodista
y ESTHER VERA
10/07/2022
3 min

Joseph O’Hare, más conocido como E. J., nació el 5 de septiembre de 1893 en Saint Louis en una familia de origen irlandés. El 4 de junio de 1912, E. J. O’Hare se casó con Selma Anna Lauth y el matrimonio se instaló en el apartamento de encima de la tienda de víveres de su suegro. Mientras Selma Anna se ocupaba de la cocina y de la prole (Edward, Patricia y Marilyn), E. J. consiguió pasar el examen para ejercer de abogado en Misuri y progresar gestionando canódromos en Chicago, Boston y Miami.

En el negocio de las carreras de perros y su cartera de abogado, O’Hare hizo fortuna con la patente de un conejo mecánico que triunfó en las carreras de galgos.

La fortuna, Chicago y una dispensa vaticana lo acercaron a una nueva vida y a las familias de la Mafia, a los negocios con el tráfico de alcohol durante la prohibición y, finalmente, a Al Capone.

Entre la gente de malvivir también hay clases. Ni todos los abogados, ni todos los mafiosos, ni todos los periodistas son iguales, ni tampoco las vidas son lineales. El caso es que entre apunte y apunte vio la luz.

O’Hare fue el principal abogado de la Mafia hasta que se entrevistó con un periodista del St. Louis Post Dispatch a quien le pidió que lo pusiera en contacto con Frank J. Wilson, que trabajaba en el Internal Revenue Service (IRS), algo así como la agencia tributaria federal, el organismo que perseguía a Al Capone por evasión fiscal.

Después de décadas de fidelidad al crimen organizado, O’Hare facilitó los libros de cuentas y los códigos para desmantelarlos. También fue él quien advirtió al juez Wilkerson de que Al Capone había comprado al jurado. Como no podía ser de otro modo, O’Hare fue asesinado el 8 de noviembre de 1939 cuando conducía un Lincoln-Zephyr cupé por la avenida Ogden.

¿Te atreves a saber?

Ningún trabajo es digno por él mismo. Unos son mejores que otros. Los buenos trabajos dan prestigio y dinero, pero algunos de los malos son irresistibles. Sin curiosidad ni voluntad de entender más que de juzgar, el St. Louis Post Dispatch nunca habría explicado quién era aquel abogado mafioso que acabó con Al Capone.

Un buen periodista sabe qué historia vale la pena explicar y dónde y cuándo poner el foco en alguna historia supuestamente irrelevante.

Entre la gente de malvivir también hay clases. Ni todos los abogados ni todos los mafiosos, ni todos los periodistas son iguales. Pienso en la muerte de Dolors Genovès. No es lo mismo su indomable entrega en busca de la verdad construyendo algunos de los mejores documentales de la historia de TV3 que, por ejemplo, el oficio que creen compartir con ella obedientes portavoces del poder, filtradores de las cloacas del Estado o cortesanos diversos. Pienso en la soledad y las dificultades de producción de los grandes reportajes de Genovès el mismo día que las portadas de los diarios de Catalunya y el resto del Estado ignoran que, según recoge un titular del ARA, un “cártel de constructoras se repartió la obra pública durante 25 años”. 200 millones de multa por pactar la obra pública que se paga con los impuestos del lector.

Qué casualidad que solo un diario lo ponga en portada y sea un diario que vive básicamente de sus suscriptores y no de la publicidad de las constructoras.

La muerte de una periodista en mayúsculas o de una noticia que cae de portada también es un poco la muerte de la democracia.

Me pregunto cómo la habría despedido otro país. La suya ha sido una vida dedicada al conocimiento, a la investigación, a la historia en mayúscula y las historias de personas en minúscula.

Una carrera huyendo de los prejuicios y recogiendo las consecuencias de investigar sin abandonar información en el cajón y ganando en los tribunales los impulsos de los que creen que las normas no les afectan.

Dolors Genovès trabajó en la etapa de creación y de expansión de la televisión pública. Siempre la defendió y combatió desde dentro de la burocratización y el drenaje de medios, el acomplejamiento y el acomodo. Su legado se resumiría al retomar la ambición de un país desacomplejado también en su periodismo. El periodismo en España necesita menos cloacas, menos trinchera y señalar las mafias económicas y políticas. También menos tolerancia con los que publican dosieres fabricados o allanan el camino a la extrema derecha por intereses empresariales. Intrusos de la dignidad de la profesión, se llamen Inda, Marhuenda, Quintana o Griso.

Catalunya también necesita menos portavoces y más periodistas comprometidos. Implicados con el país, pero la patria de los cuales sea fundamentalmente el periodismo, y los compañeros de viaje, sus lectores.

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