El libro de José Bretón: la voz y la mirada de los maltratadores ni instruye ni ilumina


Esta semana, un juez ha autorizado la publicación deEl odio, de Luisgé Martín, pero la Fiscalía de Menores de Barcelona ha recurrido la decisión y la editorial Anagrama mantiene detenida indefinidamente la publicación del libro. Es un retrato de José Bretón, el hombre que en el 2011 asesinó y quemó a sus hijos para dañar a la madre de los niños, Ruth Ortiz. Tanto ella como la Fiscalía de Menores solicitaron la paralización de la publicación al vulnerar el derecho al honor, el derecho de reparación de las víctimas, la intimidad y la imagen de los niños.
Desde un punto de vista literario, es difícil ir en contra de la libertad creativa. Pero en este caso concreto existe una dimensión ética imprescindible. El odio hace uso de la voz de un asesino y maltratador que habla muy extensamente de su víctima: Ruth Ortiz. Revela, a su juicio, con detalles muy íntimos de su relación. Desvela aspectos truculentos y sórdidos del asesinato de los niños. Cae en el discurso propio de los maltratadores de culpabilizar a Ruth Ortiz de su conducta perpetuando la violencia machista catorce años después de los hechos. La obsesión y crueldad de Bretón sobre su exmujer, que se desprende de su lenguaje, siguen intactas. Luisgé Martín alegó: "Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos, por lo que me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente de Ruth Ortiz, a la que, en cualquier caso, no me habría atrevido a mortificar con inda. Se disfraza de elevado ejercicio intelectual y sofisticación formal el morbo de la maldad. "Comprender" la mente de un asesino como algo que requiere de una inteligencia y análisis superior.
Al autor, el punto de vista de la víctima le parece "distractivo". Y, en nombre de la moral, asegura que a la madre no le hubiera querido "mortificar". En cambio, en Bretón, el padre, este tema le estimula y lo entretiene, permite liberar su sadismo. Al asesino no le mortifica tener que hablar de cómo carbonizó a sus hijos para no dejar rastro, al contrario, quiere compartirlo. El escritor pudo novelar una historia de ficción que partiera de este caso, y hacerlo magistralmente. Pero necesita que tenga la etiqueta de real, de true-crime, con nombres y apellidos, porque es lo que ahora hace salivar a los lectores ya las empresas. Prescinde de las consecuencias sobre la víctima, con la excusa de que tiene la autoridad de "la voz del asesino". Todas las tesis pseudointelectuales que hemos ido arrastrando durante siglos sobre investigar qué hay detrás del mal y qué ocurre en la mente de un asesino fantasean con descubrir diferentes formas elevadas de oscuridad, que revelan una imaginaria realidad superior que nos permite entender nuevos matices del mal. Y un rábano. Es un pavimento fruto del morbo y la fascinación por la violencia, sobre todo la que se ejerce contra las mujeres. La literatura no necesita hacer uso de la vida real de una víctima concreta para contar una historia que transmita verdad. Lo hemos visto en cientos de true-crimas donde, por más capítulos que añadan, no se descubre nada nuevo más allá de erotizar el odio y encumbrar a criminales primarios y viscerales que tienen un discurso narcisista, limitado y manipulador sobre sí mismos. La voz y la mirada de los maltratadores ni instruye ni ilumina. Si criticamos que la televisión entreviste y remunere a criminales, ¿por qué debe poder hacerse en nombre de la literatura?
Sacralizar los libros en virtud de pretendidos procesos de creación que lo único que hacen es explotar la vida de víctimas y personas inocentes es tergiversar la función literaria. Y no hablemos de lo que vendría después de la publicación deEl odio. Un huracán de sensacionalismo en las teles recreándose en esta voz del asesino y el contenido del libro, torturando aún más la vida de Ruth Ortiz, sólo porque alguien tiene ganas de saber qué hay en la mente de un asesino. Que se le pregunte a Ruth Ortiz, que lo sabe mejor que nadie.